lunes, 20 de agosto de 2012

Matrix y la Sagrada Inquisición



— Good Lord, how bright and goodly shines the moon!
— The moon! the sun: it is not moonlight now.
—  I say it is the moon that shines so bright.
—  I know it is the sun that shines so bright.
—   Now, by my mother's son, and that's myself,
    It shall be moon, or star, or what I list,
    Or ere I journey to your father's house.     

      (…)I say it is the moon.
— I know it is the moon.
— Nay, then you lie: it is the blessed sun.
— Then, God be bless'd, it is the blessed sun:
    But sun it is not, when you say it is not;
    And the moon changes even as your mind.


Servidora reconoce que es fan de Descartes desde su más tierna preadolescencia —¿cómo no serlo del precursor de Matrix?—. Sin embargo, ve en su razonamiento un pequeño fallo que, de hecho no es sino un instinto de supervivencia frente a ese estupendo filtro de validez de las ideas que constituía la famosa Inquisición. Porque, vamos a ver: si, efectivamente, Dios es perfecto, ¿cómo diablos ha creado un ser tan imperfecto como el humano? ¿No sería eso un fallo técnico? Y, como fallo, ¿no le haría eso imperfecto? Más aún: si el Hombre está hecho a imagen y semejanza de Dios, ¿no es éste imperfecto por definición?

Todo esto viene a que a una le da rabia el hecho de que, si crees en lo que dice la Biblia, eres buena gente y creyente y blablablá, pero si crees en la Matrix, se te considera un pirado de pinza. Y una —que no tiene muy claro si el Apocalipsis es de ciencia ficción o de terror, o si el Cantar de los Cantares es teatro o poesía, o si pueden considerarse los Evangelios como un antecedente del realismo mágico —por lo visto, que te salga bombo sin la parte divertida es algo bueno, y que la gente se cure por arte de bibrlibirloque es lo más normal del mundo—, no puede menos que ejercer su juicio crítico sobre la capacidad de creencia del Ser Humano en los cuentos chinos. Básicamente, el asunto viene a confirmar que todo se reduce a cómo te cuentan la historia: si ahora nos dicen que Fulano el del primero la espichó el otro día y hoy se ha levantado, nos echamos a reír; si nos amenazan con que si nos portamos mal vendrá un monstruo con siete cabezas y diez cuernos, con cuerpo de leopardo, pies de oso y boca de leon, lo que nos preguntamos es de qué laboratorio de científico loco se ha escapado semejante bicho; y si nos dicen que va a caer un monzón de cuarenta días, básicamente damos palmas con las orejas porque los pantanos se van a llenar de una vez por todas, y porque la reconstrucción de los destrozos probablemente hará bajar los números del paro. Pero claro, eso lo pensamos ahora que estamos más que hartos de ver esas cosas en cine; y el cine, como sabemos, es ficción —si no, de cuándo a dónde la Matrix va a permitir que sus pilas la cuestionen y que pueda producirse un germen de rebelión sin mandar al agente Smith cagando leches—.

La cuestión, decíamos, es cómo te vendan el pastel: si un fulano tira de todos los efectos teatrales a mano —véase escenario frontal; iluminación de colores con las vidrieras o un poco más macabra con las velas; escenografía centrada en una figura sanguinolienta y tísica de lo más malrollera— y te habla raro, lo más probable es que la gente flipe tanto que el pacto de ficción deje de ser de ficción y se convierta directamente en pacto de creencia. Realmente, lo mismo te da que te vendan una salvación del alma que una salvación económica, la venida de la Bestia o la de Cthulu, Jesucristo o Supermán: si el texto es convincente y los recursos escénicos suficientemente efectistas, te digan lo que te digan, la peña se lo cree. El truco es que en ningún momento se plantee el mensaje como ficción: lo único que diferencia al político del escritor es la honestidad de la novela o el cuento; lo único que diferencia al cura del monologuista es el tema y la intención para con el público.

Volviendo, pues, a Descartes, no es de extrañar que, poco después de su famoso Discurso, el hombre se retractara en cuanto a la perfección de ese Dios —imposible considerarlo perfecto habiendo creado semejante panda de gilipollas— y se lo quitara de enmedio en las Instrucciones. Total, con lo anterior ya tenía vacuna contra los curas torturadores —que no debían de saberse el quinto mandamiento y que además obligaban a la gente a cometer el octavo; así, por sistema—, así que podía, por fin, dejarse de cuentos chinos y centrarse en lo que realmente importa, que es que el hombre, por mucho que nos digan, está más solo que la una en este mundo, y que si hay desaguisados no es por tentaciones ajenas, ni por diablos ni nada, sino porque semos asín de majos, y que esto es un Juan Palomo del copón, porque no va a venir a ayudarnos ni dios —y nunca mejor dicho—. Personalmente, creo que lo más gracioso de todo es, precisamente, que nunca se nos explique lo de las Instrucciones, que es el verdadero Descartes, pero claro, ¡qué se va a esperar de un país en el que se da religión en las escuelas públicas! Todo sería que hubiera pelea en la sala de profesores... y yo sería la primera que apostaría por el del cuellaje, que con lo atocinada que está la masa, ya se sabe: si no se nos explica con teatro, no entendemos nada, y a los que dicen cosas raras hay que mandarlos a la hoguera. ¡Qué narices! ¡Yo sería la primera en montarle la escenografía al colega!

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