sábado, 23 de febrero de 2013

Azul





Alzar la vista y ver azul. Azul mar, azul cielo, azul de montañas lejanas. No el gris triste que atrapa y empequeñece, que prohíbe los rayos de sol; ese blanco sucio que apenas si promete, en algunos reflejos angulares —tan perfectos, tan de noventa grados enfrentados—, un algo más allá de muros infranqueables como de prisión. Ese frío de piedra artificial y alienante del compás y la regleta, de la línea recta que desaparece en un punto de fuga que no acaba nunca. Esas múltiples rupturas, siempre iguales, siempre calculadas, promesas de infinitud laberíntica tiznada de ruidos perennes, de luces sin horario, de tiempo más allá del tiempo real. Apenas un soplo de vida que logra penetrar, pasajeramente, celadas inertes de urbanidad oscura; vaga sensación de déjà vu color tierra y olor a romero, de brillos argentinos en el sol de mediodía. Apenas la débil sugerencia de otro espacio y otro tiempo; de cielo azul turquesa y brisa que revuelve el cabello, de bocanadas de aire con sabores; de primavera real, para los cinco sentidos. Apenas un gesto de color que roza y desaparece, engullido por la tétrica risa de un fantasma inconsciente de sí mismo, ufano de su propia ignorancia. Apenas un intento de juego rápidamente llamado al orden por el despotismo encuadrado y ciego de la baldosa y la gravilla, del límite y la cerradura, de la paralela exacta y cartesiana del bloque de cemento que se perpetúa hasta el infinito, telaraña mortal que atrapa con engañosa invitación. Tan sólo queda alzar la vista. Alzar la vista y ver azul. Azul intangible, azul inalcanzable, azul de promesas con sonrisa.

miércoles, 20 de febrero de 2013

¿Qué es una película literaria?






¿Que qué es una película literaria? Pues mire, señora, no lo sé. O por lo menos, no lo sé según sus pautas. Para empezar, habría que decidir de una vez por todas qué es literatura y qué es lo literario, y creo que después de un par de décadas de rayada mental al respecto, y del abandono de la cuestión —porque nadie llega a una conclusión—, no es plan de seguir buscándole la cola al gato con este asunto.

¿Que qué es una película literaria? Pues, según lo que cada uno considere literatura. No creo que el hecho de que la literatura y la metáfora aparezcan como tema principal haga de una película literaria. Tampoco creo que la estética del cine italiano sea, según sus ejemplos, literaria por definición. Incluso, dudo que alguien que no haya visto El cielo sobre Berlín tenga criterio alguno para decidir sobre películas literarias. Es más: considero que aquí se está confundiendo literariedad y poeticidad, cuando hay gente que ha dejado bien clara la diferencia. Usted considera literario aquello que yo considero poético: para mí, literaria puede ser Matrix, que te hace pensar como un cuento de Borges; literaria puede ser una película como Alien, que acelera el pulso de la misma manera que la lectura de Drácula; literaria puede ser Más extraño que la ficción, que tiene ese sabor agridulce de Niebla. Literaria es también la despedida de Hught Grant en Sentido y sensibilidad o la última imagen de Orson Welles en Campanadas a media noche. Literaria es, incluso, Star wars si pensamos en la Odisea.

 Otra cosa es que una película sea poética, pero ahí tampoco estamos de acuerdo: poesía es la imagen de El abominable doctor Phibes, el surrealismo de Matador o  la nostalgia de Big fish.  No sé, quizá me equivoque: no soy lectora habitual de poesía. Pero lo que sí sé es que el equilibrio perfecto entre palabra, imagen y sonido no hacen de una película poética. Ni literaria: Los fantásticos libros voladores de Mr. Morris Lessmore es un corto literario, y es mudo; El alucinante mundo de Norman recoge toda una tradición literaria, pero sólo nombra los cuentos folclóricos (y ya sabe usted que lo folclórico es pre-literario, no literario). Incluso, el silencio en esa película que a usted le gusta tanto —El cartero y Pablo Neruda— es, con diferencia, el elemento más literario de una película cuyo diálogo podría recogerse en una clase teórica sobre literatura. Creo, aunque puedo equivocarme, que no es necesario hablar de literatura para que una película sea literaria. Para mí, la película que más se acercaría a este adjetivo es El imaginario del Doctor Parnassus, pues siempre que la veo siento la misma necesidad de silencio, de tiempo para recoger los pedacitos de entendimiento que han saltado del alma con cada sugerencia de la historia, con cada embiste de la imagen.

¿Que qué es una película literaria? Pues mire, señora, no lo sé. Tampoco me lo pregunto demasiado: la literatura son palabras y el cine es un arte complejo, en el que se manejan tres lenguajes de los que la palabra es solo uno de ellos. Vería más útil preguntarse sobre qué es una película poética, y es posible que, en ese caso, se llegase a una conclusión. Tampoco lo sé: mi humilde ignorancia de alumna cuya opinión no vale —o quizá vale, pero, entre nosotros, la suya vale más que la mía—, la fe en su palabra de que en un grupo sólo es posible la validez de una opinión única sin posibilidad de discusión, me llevan a no pensarlo mucho, a no darle muchas vueltas. Total, al final, la única razón va a ser la suya, puesto que los alumnos no tenemos herramientas teóricas en las que basar nuestras opiniones y, como usted dice, darnos una serie de títulos bibliográficos es ponérnoslo demasiado fácil. No me gusta hablar sin saber, señora. Por eso prefiero callarme y decir que no lo sé, aunque así parezca tonta. Y, por supuesto, escribiré en mi ensayo lo que a usted le gusta oír, y no lo que yo pienso.

domingo, 17 de febrero de 2013

Darth Tenorio






Su amor me torna en otro hombre,
regenerando mi ser,
y ella puede hacer un ángel
de quien un demonio fue.


Ira, miedo, impaciencia... Creo que todos estamos de acuerdo en que la lujuria no es, precisamente, uno de los principales pecados que llevan el alma del jedi al Reverso Tenebroso. (O, por lo menos, nada en dos trilogías hace pensar lo contrario). Sin embargo —y salvando las distancias—, lo que sí podemos decir es que existen ciertos parecidos razonables entre uno de los grandes malvados de la historia del cine y uno de los grandes pecadores de la del teatro y la literatura.

Tengamos primero un detalle en cuenta: el Tenorio es un Don Juan pero no todos los Don Juanes son Tenorios. La grandeza del texto de Zorrilla es la salvación, en última instancia, del alma del pecador condenado. ¿Que cómo? Por amor, obviamente: estamos en pleno Romanticismo, señores, y esos detalles no pueden olvidársenos a la hora de realizar un análisis literario serio, científico y sin ningún viso de sobreinterpretación (como en el caso presente). El Tenorio se salva por el amor de doña Inés, que le transforma, haciendo que se arrepienta en el último momento y salvando su alma de la condenación eterna.

En pleno siglo XX, sin embargo, y en un contexto épico como el de La Guerra de las Galaxias, en el que apenas si cabe el desarrollo de un tema ligeramente esbozado por una relación que recuerda a La fierecilla domada y en el que, como toda novela de caballerías, prima la quête de la identidad perdida por parte del caballero andante, ese amor salvador toma por fuerza un cariz paterno-filial mucho más acorde a esta última. No es, así, la amada la que salva al pecador: antes bien, podría considerarse a ésta culpable de su condenación, de la misma manera que el destierro y la desgracia de Lancelot provienen de su amor por la reina de Logres. Sin embargo, no nos interesan aquí la pifiada cinematográfica que constituyen los tres primeros episodios de la saga, sino la obra maestra circunscrita a las tres primeras películas.

La salvación del alma jedi de Darth Vader proviene del amor de su hijo, de la compasión y la fe en una restauración de la conciencia del Bien largo tiempo olvidada por el secuaz del Emperador. Si las palabras de este último son hiel empleada en alimentar el odio y en minar la conciencia moral del antiguo jedi —en atraerle al Lado Oscuro, en definitiva—, las de aquel se presentan para el padre como una rayo de esperanza para su drama personal: tras la amada perdida, el hijo reencontrado como posibilidad de restauración gracias a la fuerza del amor. Nada más importante, en la última película de la saga, que el reconocimiento y la insistencia de Luke en llamarle padre, término que, por sí mismo, sirve de recordatorio a lo que una vez fue, poniendo así en entredicho las mezquinas palabras de un Iago cuya lengua bífida comienza a quebrarse ante el renacimiento de un sentimiento tradicionalmente asociado al Bien. Sin prisa pero sin pausa, la repetición del apelativo en labios de un espejo de sí mismo que hace frente a la tentación mezquina del intrigante, que siembra por primera vez en muchos años la sombra de una duda, sirve ya desde la segunda película como semilla de un pensamiento crítico y de una autoconciencia que, sin embargo, no tiene culminación hasta ese momento clave en el que Vader se ve invadido por el sentimiento paternal de protección de las crías, nada más y nada menos que frente al ataque sin piedad del Emperador contra esa sugerencia de felicidad encarnada en el portador de su antiguo apellido. La acción serena y la seguridad del hijo con respecto al padre  y a sí mismo, y que poco a poco han ido haciendo mella en Vader, no pueden menos que establecer dicho ataque a la sangre de su sangre como un ultimátum en cuanto a su postura respecto a las fuerzas del Infierno a las que tanto tiempo ha servido. Como el Tenorio ante el fantasma de doña Inés, el Darth se replantea así su vida y sus acciones, dándose cuenta de su error y, en última instancia, arrepintiéndose.

Si las lecturas políticas que se han realizado al respecto de esta saga son muchas, no podemos sin embargo olvidar las cristianas. Las referencias a las novelas de caballerías cobran, en este sentido, una importancia especial: hablábamos más arriba del amor de Lancelot, pero no podemos olvidar tampoco la búsqueda del Grial y el sacrificio personal de los caballeros por encontrar el copón bendito, símbolo de la salvación del alma. En el caso de Darth Tenorio, además, se pone de relevancia la mejor de las proposiciones por parte del catolicismo: toda una vida de pecado y una salvación final gracias a cinco minutos de arrepentimiento. ¿La causa de dicho arrepentimiento? El amor, obviamente: el sentimiento condenado al olvido por un sufrimiento —¿o acaso esto es una relectura posterior a la realización de la obra original?— y que renace con el descubrimiento del fruto de ese primer amor; el amor en sus formas más puras y sagradas —la amada, el hijo— de la cultura occidental. La legitimidad de ese amor paterno-filial sustituye pues, en esta saga de caballeros andantes y llaneros solitarios, a la del amor romántico del Tenorio, pero en ningún caso desaparece el sentimiento como medio de salvación del alma. Vader responde así a toda una cosmovisión religiosa que la literatura —y la ficción en general— ha ensalzado: la transformación de Darth Tenorio supone una nueva oportunidad basada en el olvido del pasado como siervo del Reverso Tenebroso, como figura clave de un sistema dictatorial, perseguidor de la libertad, torturador y genocida. La ironía católica de Zorrilla cobra así un nuevo sentido bajo la visión inconsciente del realizador americano de los años 70.

En cuanto a nosotros, ni qué decir tiene que esta idea del postrer arrepentimiento como puerta a una salvación inmerecida está intrínsecamente ligada a la picardía hispana que tanto nos caracteriza. No en vano, podemos presumir de haber sido los únicos en convertir un dicho de Diógenes, extendido a lo largo y ancho del mundo occidental, en centro y cetro de una de las más importantes obras teatrales de nuestra literatura, aprovechando hasta límites insospechados la sabiduría popular que recoge nuestro refranero y los vacíos legales de la creencia cristiana. Recuerden pues, como Darth Tenorio, que «más vale tarde que nunca».