domingo, 17 de febrero de 2013

Darth Tenorio






Su amor me torna en otro hombre,
regenerando mi ser,
y ella puede hacer un ángel
de quien un demonio fue.


Ira, miedo, impaciencia... Creo que todos estamos de acuerdo en que la lujuria no es, precisamente, uno de los principales pecados que llevan el alma del jedi al Reverso Tenebroso. (O, por lo menos, nada en dos trilogías hace pensar lo contrario). Sin embargo —y salvando las distancias—, lo que sí podemos decir es que existen ciertos parecidos razonables entre uno de los grandes malvados de la historia del cine y uno de los grandes pecadores de la del teatro y la literatura.

Tengamos primero un detalle en cuenta: el Tenorio es un Don Juan pero no todos los Don Juanes son Tenorios. La grandeza del texto de Zorrilla es la salvación, en última instancia, del alma del pecador condenado. ¿Que cómo? Por amor, obviamente: estamos en pleno Romanticismo, señores, y esos detalles no pueden olvidársenos a la hora de realizar un análisis literario serio, científico y sin ningún viso de sobreinterpretación (como en el caso presente). El Tenorio se salva por el amor de doña Inés, que le transforma, haciendo que se arrepienta en el último momento y salvando su alma de la condenación eterna.

En pleno siglo XX, sin embargo, y en un contexto épico como el de La Guerra de las Galaxias, en el que apenas si cabe el desarrollo de un tema ligeramente esbozado por una relación que recuerda a La fierecilla domada y en el que, como toda novela de caballerías, prima la quête de la identidad perdida por parte del caballero andante, ese amor salvador toma por fuerza un cariz paterno-filial mucho más acorde a esta última. No es, así, la amada la que salva al pecador: antes bien, podría considerarse a ésta culpable de su condenación, de la misma manera que el destierro y la desgracia de Lancelot provienen de su amor por la reina de Logres. Sin embargo, no nos interesan aquí la pifiada cinematográfica que constituyen los tres primeros episodios de la saga, sino la obra maestra circunscrita a las tres primeras películas.

La salvación del alma jedi de Darth Vader proviene del amor de su hijo, de la compasión y la fe en una restauración de la conciencia del Bien largo tiempo olvidada por el secuaz del Emperador. Si las palabras de este último son hiel empleada en alimentar el odio y en minar la conciencia moral del antiguo jedi —en atraerle al Lado Oscuro, en definitiva—, las de aquel se presentan para el padre como una rayo de esperanza para su drama personal: tras la amada perdida, el hijo reencontrado como posibilidad de restauración gracias a la fuerza del amor. Nada más importante, en la última película de la saga, que el reconocimiento y la insistencia de Luke en llamarle padre, término que, por sí mismo, sirve de recordatorio a lo que una vez fue, poniendo así en entredicho las mezquinas palabras de un Iago cuya lengua bífida comienza a quebrarse ante el renacimiento de un sentimiento tradicionalmente asociado al Bien. Sin prisa pero sin pausa, la repetición del apelativo en labios de un espejo de sí mismo que hace frente a la tentación mezquina del intrigante, que siembra por primera vez en muchos años la sombra de una duda, sirve ya desde la segunda película como semilla de un pensamiento crítico y de una autoconciencia que, sin embargo, no tiene culminación hasta ese momento clave en el que Vader se ve invadido por el sentimiento paternal de protección de las crías, nada más y nada menos que frente al ataque sin piedad del Emperador contra esa sugerencia de felicidad encarnada en el portador de su antiguo apellido. La acción serena y la seguridad del hijo con respecto al padre  y a sí mismo, y que poco a poco han ido haciendo mella en Vader, no pueden menos que establecer dicho ataque a la sangre de su sangre como un ultimátum en cuanto a su postura respecto a las fuerzas del Infierno a las que tanto tiempo ha servido. Como el Tenorio ante el fantasma de doña Inés, el Darth se replantea así su vida y sus acciones, dándose cuenta de su error y, en última instancia, arrepintiéndose.

Si las lecturas políticas que se han realizado al respecto de esta saga son muchas, no podemos sin embargo olvidar las cristianas. Las referencias a las novelas de caballerías cobran, en este sentido, una importancia especial: hablábamos más arriba del amor de Lancelot, pero no podemos olvidar tampoco la búsqueda del Grial y el sacrificio personal de los caballeros por encontrar el copón bendito, símbolo de la salvación del alma. En el caso de Darth Tenorio, además, se pone de relevancia la mejor de las proposiciones por parte del catolicismo: toda una vida de pecado y una salvación final gracias a cinco minutos de arrepentimiento. ¿La causa de dicho arrepentimiento? El amor, obviamente: el sentimiento condenado al olvido por un sufrimiento —¿o acaso esto es una relectura posterior a la realización de la obra original?— y que renace con el descubrimiento del fruto de ese primer amor; el amor en sus formas más puras y sagradas —la amada, el hijo— de la cultura occidental. La legitimidad de ese amor paterno-filial sustituye pues, en esta saga de caballeros andantes y llaneros solitarios, a la del amor romántico del Tenorio, pero en ningún caso desaparece el sentimiento como medio de salvación del alma. Vader responde así a toda una cosmovisión religiosa que la literatura —y la ficción en general— ha ensalzado: la transformación de Darth Tenorio supone una nueva oportunidad basada en el olvido del pasado como siervo del Reverso Tenebroso, como figura clave de un sistema dictatorial, perseguidor de la libertad, torturador y genocida. La ironía católica de Zorrilla cobra así un nuevo sentido bajo la visión inconsciente del realizador americano de los años 70.

En cuanto a nosotros, ni qué decir tiene que esta idea del postrer arrepentimiento como puerta a una salvación inmerecida está intrínsecamente ligada a la picardía hispana que tanto nos caracteriza. No en vano, podemos presumir de haber sido los únicos en convertir un dicho de Diógenes, extendido a lo largo y ancho del mundo occidental, en centro y cetro de una de las más importantes obras teatrales de nuestra literatura, aprovechando hasta límites insospechados la sabiduría popular que recoge nuestro refranero y los vacíos legales de la creencia cristiana. Recuerden pues, como Darth Tenorio, que «más vale tarde que nunca».



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