viernes, 2 de noviembre de 2012

De fénix y unicornios





Mais ce qu’il y avait de plus admirable à Babylone, ce qui éclipsait tout le reste, était la fille unique du roi, nommée Formosante. Ce fut d’après ses portraits et ses statues que dans la suite des siècles Praxitèle sculpta son Aphrodite, et celle qu’on nomma la Vénus aux belles fesses. Quelle différence, ô ciel ! de l’original aux copies ! Aussi Bélus était plus fier de sa fille que de son royaume. Elle avait dix-huit ans : il lui fallait un époux digne d’elle ; mais où le trouver ? Un ancien oracle avait ordonné que Formosante ne pourrait appartenir qu’à celui qui tendrait l’arc de Nembrod. Ce Nembrod, le fort chasseur devant le Seigneur, avait laissé un arc de sept pieds babyloniques de haut, d’un bois d’ébène plus dur que le fer du mont Caucase, qu’on travaille dans les forges de Derbent ; et nul mortel, depuis Nembrod, n’avait pu bander cet arc merveilleux.


Aquí el amigo Voltaire. Voltaire es uno de esos tipos franceses empelucados del siglo XVIII que nos pintan de malísimos porque quieren enseñarnos y educarnos a través de la literatura. Lo que no nos cuentan es lo hace con una de cal y una de arena, que se nos alterna una princesa que viaja en grifo con un huevo de fénix en el bolsillo —quien haya leído El prisionero de Azkaban sabe de qué estamos hablando—, con una disertación sobre la resurrección de las almas en humanos y animales digna de la choni de Ciudad K. Lo que no nos dicen es que, junto a un príncipe azul montado en un unicornio y sacado directamente de las novelas de caballerías, encontramos una defensa del vegetarianismo y del respeto mutuo con ligeros ecos de derechos humanos, aliñados con toques de abolición estamental y monarquías democráticas. Lo que no nos cuentan es que al señor Voltaire le pasó con la Semana Santa sevillana lo mismo que a los de Mission Imposible II, pero con la Inquisición de por medio.

Lectura recomendada en las colecciones de literatura juvenil, las aventuras de Formosante, que recorre el mundo en busca de su amado Amazan —el del unicornio—, pueden plantearse como un popurrí de literatura clásica, a caballo entre la Eneida y las Fábulas de Esopo, con una ambientación de lo más maravillosa y una crítica socio-política de lo más sutil. Formosante viaja siguiendo a su amado —que por el chascarrillo de un mirlo cree que ella le ha puesto los cuernos—, y recorre países y ciudades de lo más exóticas, encontrando en cada una una serie de personajes que la instruyen; o, por lo menos, que la instruirían si ella no estuviera tan preocupada por encontrar a Amazan. (Estos adolescentes...) Así, mientras en Babilonia se cuece una guerra por el quítame-allá-esas-pajas de los pretendientes rechazados —amén del amante de la prima de Formosante, que se cree heredera del trono por líos familiares a la shakespeariana—, ella pasa por China y Cimeria, imperios de la tolerancia de creencia y de una justicia social que recuerda el lema del drapeau galo. Hasta ahí las sutilezas, porque de repente cambiamos de protagonista y, con Amazan —dolorido corazón traicionado; vencedor del arco de Nembrod y de un terrible león— el viaje deja de ser por ciudades míticas —razones universales— y se convierte en un recorrido por Europa, sacando los trapos sucios de los Países Bajos —los que no crean nada pero tienen la patente de todo—, Inglaterra —divino, el pasotismo de milord What-then—, Alemania —filosofía y razón, pero una frialdad personal de lo más molesta—, Italia —la fiesta permanente de los niños de Europa— y España. Ahí, quizá, es donde el cuento deja de ser tan cuento y, malgré el humor de la narración —un tanto negro— y los fénix y unicornios, Voltaire nos la mete doblada uno a uno. (Repito: eso de que se acuse a la princesa de bruja por hacer negocios con judíos y se la denuncie a los «druides rechercheurs anthropokaies», pega duro al orgullo de raza.)

Lo peor, sin duda, un final digno de Pérez-Reverte: precipitado y mal atado, no es de extrañar que las dos últimas páginas sean un captatio benevolentiae en el que Voltaire aprovecha para decirnos el pecado y el nombre del pecador, retando a toda la censura de la Inquisición y de la Academia Francesa en una estratégica desviación de la atención hacia enemigos externos para disimular los errores propios. Servidora, que viene de leer lo que viene de leer —y esta perífrasis es un galicismo calculado, oigan— no puede menos que acordarse de ciertos molinos de novela, pero también de cierto tipo duro de esos que, ellos solos, se cargan a todos los malos y no miran atrás en las explosiones (pero con peluca, que les recuerdo que estamos en el XVIII). En cualquier caso, afirmaciones como «ne manquez pas de dire dans vos feuilles, aussi pieuses qu’éloquentes et sensées, que la Princesse de Babylone est hérétique, déiste et athée», pican la curiosidad sobre el tipo de relaciones que el señor Voltaire mantenía con esos castillos de la sabiduría y del buen gusto de la época. Más aún, pican la curiosidad entre, precisamente, esa intención didáctica-moral que dichos castillos defendían y la forma de llevarla a cabo que proponían, ya que no cabe duda de que es en este último punto donde nuestro amigo franchute discrepaba con sus jefes porque, ¿quién se va a creer que un pájaro hable? ¡Eso no es real! ¡Eso no es verisímil! ¡Eso no se debe publicar por muchas verdades que diga y por mucho que eduque! Personalmente, si me permiten la impertinencia, yo soy de aquellas que cree más la palabra de un fénix que la de una persona: quieran que no, la persona piensa como persona y por tanto no es objetiva, pero el fénix...; eso ya es otro cantar: si lo dice un fénix, tiene que ser cierto.

1 comentario:

  1. Bueno con la Formosante... La historia de la princesa que vuela sobre un grifo en busca de y con un huevo de fénix en el bolsillo, me ha recordado bastante al personaje de Daenerys Targaryen en "Juego de tronos". Lo único que ésta va a caballo por una isla y, ¡oh, sorpresa! con ellos nos puede navegar hacia la tierra que le corresponde por herencia. Añádesele, 'par contre',que es la madre de los dragones todopoderosos, con cuyos huevos va cargando en busca de un barco con el que ir hacia la batalla, la dignidad y el reino. Aventura en toda regla. La estocada final la da el hecho de que para que estos dragoncitos salgan del cascarón y monten el pifostio en el que se basa la historia, la madre tiene que inmolarse en un fuego. Personificación del fénix totalmente + la novedad de ir acompañado de sus polluelos. ¡Una monada de reutilización literaria tradicional!
    Y la comparación de Voltaire saliendo de una explosión... Me lo imagino tipo Bruce Willis empelucado en "El caso Slevin" o en "Jungla de Cristal" saliendo de la explosión de un helicóptero to chulo y luciendo la diminuta herida en la frente, señal de reconocimiento y gallardía. ¡Como para no hacer una captatio! Anda que no sabía ni nada el amigo Voltaire. Si se hubiesen quedado los franceses un poquito más a este lado de los Pirineos...
    Un beso.

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