miércoles, 29 de febrero de 2012

Delirios y revelaciones del capitán Haddock




    The land is thirst. The land is thirst. The land is thirst…
    Will you stop saying that?
    Don’t you understand? I’ve run out! I’ve run out! You don’t know what that means.
    Captain, we have to keep going. One step at a time. Come on! On your feet! Lean your weight on me.
    How long can someone long out? So long without its vitals…
    Captain, calm down! There are worse things than sobering up.
    Look, can you see it?... Water! Water!
    Stop! Captain! It’s just a mirage!
    It was here.. I saw it.
    It was just your mind playing tricks. It’s the heat!
    I have to go home.
    What?
    I have to go back to the sea.
    Captain, your hallucinating.
    Look! Did you ever see a most beautiful sight? She’s tallying into the wind. All sails sent. Triple mastered. Double decks. Fifty guns.
    A unicorn?
    Isn’t she a beauty?
    Yes! Yes, she is! Tell me, captain, what else can you see?


De toda la vida, se han considerado los sueños y delirios como contactos del espíritu con un más allá del mundo material, con un todo místico y universal que revela la verdad del mundo. No hay más que pensar en el Oráculo de Delfos y sus oscuras profecías, o en los simbolistas franceses, que buscaban esos delirios en los brazos del dragón y otras sustancias prohibidas. En el Barroco, el sueño y la locura eran las dos puertas a ese mundo verdadero y existencial, pues el espíritu del loco y del soñador deja de estar regido por la lógica de la consciencia y de la vida cotidiana, física y real, limitada por la materia, para liberarse en una especie de dimensión paralela de posibilidad y caos, de cambio y superposición, en el que la realidad y la veracidad del mundo que conocemos son puestas en duda bajo esta nueva dinámica incomprensible e incontrolable; de ahí nuestra Vida es sueño y nuestro Quijote. En el Romanticismo, de nuevo es a través del sueño que el ser humano puede tocar ese saber abstracto, esa verdad absoluta que escapa a toda posibilidad de orden y organización tan necesaria a la consciencia, y por ello vetada a ella.

La consciencia, pues, se ha postulado a lo largo de la historia como un límite, como una prisión enraizada en la parte física de nuestra identidad y que sirve tan sólo para la vida real, para la puesta en común de una serie de principios necesarios para que la sociedad funcione; una prisión del alma —que platónico, ¿no?— encargada de controlar la fina línea que separa el mundo de lo que es y el mundo de lo que podría ser. Este último es lo que nos distingue de entre todos los animales: el podría ser es el deseo, la imaginación, la idea; es un espacio de libertad que la vida diaria no puede permitirse, pues no puede ser sometido a ninguna norma. Por eso —seguramente Freud lo explicará mucho mejor que yo—, necesitamos una especie de autocensura, una frontera que divida ambos espacios de forma clara, asegurando la estabilidad del la vida comunitaria del ser humano: si todos los integrantes de la comunidad se dejaran llevar por la carencia de reglas de la mera posibilidad, la comunidad misma se desintegraría, y reinaría ese caos tan temido en todas las épocas. No en vano, el loco —aquel en el que los límites aparecen más desdibujados, pues aún en la vigilia ve el mundo bajo el prisma de la imaginación—, ha sido siempre temido y apartado de la sociedad por ser considerado peligroso para el orden público: tanto en cuanto tiene una visión diferente del mundo que sigue una lógica ilógica propia, es incapaz de ceñirse a lo establecido por la comunidad, pudiendo crear un foco de infección liberal que debe ser absolutamente aniquilado —por eso se nos enseña a reirnos de Don Quijote en lugar de a verlo como un auténtico héroe en rebelión contra el mundo de lo establecido.

Pero volvamos al sueño. Tenemos dos tipos de sueños: el propio del sueño y el de la vigilia. El, digamos, original, no presenta ningún problema, puesto que sólo aparece en momentos controlados, esto es, cuando voluntariamente paramos nuestra vida para abrir esa caja de Pandora en un entorno seguro y controlado —nuestro propio cine de las sábanas blancas—; el de la vigilia, en cambio, es lo que llamamos ensoñaciones, asociado comunmente a mundos como el de Yupy o Babia, y al que vamos también de una forma controlada, pues es un alejamiento de la realidad física —mi cuerpo está en clase, mi cabeza, vete a saber dónde—, pero, digamos, quedándonos sólo en la antesala del gran meollo. Y luego ya viene el delirio, es decir, el brote momentáneo de locura: aquel en el que las barreras de la consciencia fallan, pero se restablecen. El delirio es un poco como aquello de las vallas eléctricas en Jurassic Park.

Sin embargo, recordemos que, pese al peligro que este acceso a lo transcendental supone, hay ciertos individuos que basan su trabajo, precisamente, en ese mundo de posibilidades más allá de los derroteros por los que nos movemos el común de los mortales; es decir, el artista. De ahí que, muchos de ellos —antes nombrábamos a los simbolistas, pero que me cuenten cómo se lo montaba De Quincey un siglo antes— se busquen ciertos trucos extras para difuminar o borrar la frontera entre consciente e inconsciente, accediendo a este último para luego poder contárselo a los demás. Eso es lo que yo llamo un uso positivo de las drogas, que no todo el mundo conoce ni controla pero que sirve muy bien al propósito de acceso a ese espacio trascendental de revelación de una verdad oculta por el tiránico filtro de la consciencia. Por supuesto, si los artistas utilizan esta ganzúa alucinógena para su trabajo, otras personas las utilizan con fines más pragmáticos o, simplemente, por diversión, lo que personalmente veo estupendo siempre que mantengamos un equilibrio sano.

Vayamos ahora a nuestro protagonista de hoy. Tenemos a un capitán Haddock, perdido en medio del desierto y sin una gota de whisky en la botella. La sobriedad le amenaza y entonces algo pasa: las dunas se convierten en olas y, sobre ellas, el más hermoso navío que jamás cruzó los mares; el barco de Sir Francis Haddock.

Dejaremos a un lado la habilidad con la que se introduce esta historia de piratas en la trama de la película y lo maravillosamente narrada que está. Lo que nos interesa es, más bien, la pequeña ironía que supone la carencia de alcohol en la aparición de un delirium tremens en toda regla; es decir, la aparición de una consecuencia asociada al consumo de una droga, precisamente por la falta de ella. Porque esto es una inversión de la ley de causa y efecto que todo el mundo conocemos, ¿no? Normalmente, el delirio viene por exceso y no por carencia, creo yo. Y no me negarán ustedes que lo que Haddock está experimentando en ese momento es un delirio como la copa de un pino, ¿sí? Pero claro, el estado habitual de nuestro protagonista es el de la borrachera, es decir, su relación habitual con el mundo —su visión y comprensión de éste—, es bajo el efecto del alcohol, con lo que tampoco debería extrañarnos que, una vez desaparecida la melopea, al hombre se le caigan los esquemas y empiece a desvariar. Creo no nos equivocaríamos demasiado si decimos que se trata de una reacción opuesta a la de los que se colocan para alejarse de la realidad: si el estado natural es el de sobriedad, el alcohol —y otras sustancias— servirán como posible llave al subconsciente, pero si el estado habitual es bajo este efecto, el choque con la realidad empírica al volver a la sobriedad puede provocar tal rebote que te mande directamente al campo contrario. No sé si me explico bien, pero es lo que creo que le pasa a nuestro capitán.

En cualquier caso, lo que sí queda claro —y se repite varias veces en el diálogo— es que Haddock empieza a flipar como si se hubiera metido unas setas. Y, ¿qué ve? Pues nada más y nada menos que la clave de todo el misterio de la película; esa clave por la que el malo le encierra y que él jura y perjura —lo de perjurar se le da estupendamente— que no recuerda o que no sabe. Digámoslo de otra manera: Haddock tiene una alucinación en la que descubre el secreto del unicornio; es decir, una visión reveladora. Su alma, en un estado de tensión extrema, accede a ese espacio inconsciente —en este caso, el Departamento de Memoria y Recuerdos— en el que se encuentra la verdad trascendental que tanto busca todo el mundo. La catarsis alcohólica le lleva a un estado de locura pasajera en el que por fin se desata de las cadenas de la consciencia, liberando una fiera inconsciente que, felizmente dirigida por el deseo y la búsqueda que está viviendo de forma consciente, le da la clave del misterio, del secreto —algo así como cuando al final de Jurassic Park aparece el T-Rex y salva a los pocos que quedan vivos—. La revelación de la verdad, por tanto, se ha realizado de la misma manera de la que se ha postulado desde el principio de los tiempos: sólo ante la caída del muro, de la valla de la consciencia, el territorio de la imaginación se apropia del espíritu de Haddock, llevándole directamente hacia aquello que ha sido incapaz de hallar de manera consciente, bajo la visión del mundo constreñida por las reglas de la lógica cuadriculada y del orden establecido de la vigilia. Haddock, en este momento de delirio, consigue llegar al mundo de la imaginación, al mundo de la libertad, del caos, del cambio continuo; un mundo —el único— en el que puede encontrar la respuesta a su gran pregunta: ¿cuál es el secreto del unicornio? Como los locos barrocos, como los soñadores románticos, como los colocados simbolistas, Haddock consigue su respuesta existencial sólo en ese mundo paralelo, místico y caótico que es el subconsciente, el más allá de la realidad. Y, queridos lectores, permítanme sugerirles que, si quieren saber la respuesta, si quieren conocer el secreto, acompañen ustedes mismos a este borrachuzo y oigan su historia de piratas. Ya que es su aventura; ya que es su verdad revelada, es él y no yo quien debería contársela.

2 comentarios:

  1. Flor, aquí Sofi, he caído en la cuenta de que el otro día comentando la secuela de El fantasma de la ópera, te dije mal el título. Es The phantom of Manhattan, y el musical transcurre en Coonney Island, lo cual hace que todo tenga muchísimo mas sentido. http://en.wikipedia.org/wiki/The_Phantom_of_Manhattan

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  2. Very interesting el tema del sueño, Amparo. Últimamente estoy leyendo mucho sobre eso, y quizá el tema de recurrir al sueño, pueda estar relacionado con otras cosas, además del típico acceso a X mundos interiores o como difuminador y distanciamiento para poder decir según qué evidencias en según qué epocas. He pensado que a lo mejor tiene relación con el género de la confesión literaria... Piensalo y a ver si hablamos y ponemos cosas en común.
    ¿Has leído algo de Zambrano? Y, por otro lado, ¿de Orwell?
    Petonets!

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