miércoles, 1 de febrero de 2012

Greyshirt y los verbos de sujeto paciente


La mayor parte de los verbos en español se estructuran en torno a un sujeto que realiza la acción. En «Yo leo cómics», está clarísimo que yo quien lee y que lo que leo son los cómics —objeto/complemento, a gusto del consumidor—. El problema viene con una serie de verbos en los que la relación entre el sujeto y el agente de la acción no está tan clara: cuando yo digo «Me gustan los cómics.», lo más normal es que el que me escuche, automáticamente, me considere a mí como el sujeto de la acción. Sin embargo, una de las primeras cosas que nos enseñan cuando empezamos a analizar frases en 5º de primaria es que uno de los trucos para encontrar el sujeto en una oración es que éste y el verbo siempre concuerdan en persona y número. Si seguimos ésto, queda claro que en «Me gustan los cómics», los cómics son el sujeto, porque son la misma tercera persona plural que encontramos en el verbo. Y uno entonces piensa: «Si, bueno, eso está muy bien, pero los cómics no hacen nada. Tú puedes decirme que son el sujeto porque según tu teoría te cuadra, pero realmente los cómics, como tal, no realizan ninguna acción. Pueden gustarme o no gustarme, pero eso a ellos les da igual, que ahí siguen. Soy yo, y no ellos, el sujeto.». De hecho, este es el tipo de cosas que más le cuesta aprender a los guiris: lo que psicológicamente percibimos como el sujeto de la acción —«yo»—, gramaticalmente aparece como objeto —«me»—, y lo que de toda la vida consideras como objeto —«los cómics», que de hecho son un objeto, una cosa, y de ahí la percepción como tal—, pasan a ser sujeto gramatical por concordar con el verbo. Es decir, cuando yo digo «Me gustan los cómics», gramaticalmente «los cómics» son sujeto, pero ontológicamente lo soy «yo».

Por supuesto, algunos gramáticos han tenido que caer —por fuerza— en esta absurdidad, y han llegado a la conclusión de que en estos verbos —gustar, doler, dar miedo— lo que pasa es que tenemos un sujeto paciente, esto es: cuando yo digo «Me gustan los cómics.», yo soy el sujeto, pero no soy un sujeto normal que realiza una acción, sino un sujeto paciente, una víctima de los cómics, que me tientan peligrosamente desde la estantería. Los cómics no realizan una acción per se, pero lo que sí hacen es provocar en mí un pensamiento o un sentimiento o una sensación —«me gustan»—: esto es lo que se llama el agente de la acción. Retomando el principio, si comparamos «Yo leo cómics.» con «Me gustan los cómics.», en los dos encontramos dos elementos —yo, los cómics— relacionados por la acción, y en los dos yo soy —ontológicamente— el sujeto de esta acción; la diferencia estriba en si este sujeto realiza la acción, constituyéndose como agente —«Yo leo»—, o la sufre —«me gustan»—. En este último caso, yo sería un sujeto paciente de un verbo cuyo agente —«los cómics»— no realiza la acción de manera voluntaria, no tiene ningún tipo de intención: a la postre, soy yo quien pone en funcionamiento una acción —gustar— de la que soy sujeto paciente. Quedémonos con esta idea: si me gustan los cómics, yo soy una víctima de ellos, aunque a los cómics ni les vaya ni les venga el efecto que producen sobre mí.

A esta altura de la película, queridos lectores, daré por hecho que estaréis odiándome por haberos metido una clase de gramática cuando veníais a leer sobre cómics, sin importaros un carajo quién realiza la acción, o si la sufre o su p** madre en conserva. Siento deciros que si os he echado esta chapa es porque es fundamental para entender cómo funciona Greyshirt, nuestro protagonista de hoy.

Para los que no conozcáis mucho el mundo de los cómics —que, o sois filólogos o ya me contaréis cómo os estáis tragando esta parida—, decir que Greyshirt es un detective a medio camino entre La Sombra y The Spirit, nacido allá por el fin del milenio entre las páginas de Tomorrow Stories, obra menor del grandísimo Alan Moore al que, de vez en cuando, le da por cositas ligeras y de risa, y por colaborar con cuatro dibujantes a la vez; en este caso, con un Rick Veitch con el que forma un dúo que dan al lector —«Yo leo cómics.», os recuerdo— uno de los mejores personajes creados por este guionista.

 

 Greyshirt, decíamos, es un detective a medio camino entre el superhéroe —es un “tecnohéroe”— y el detective clásico, que ayuda a la policía de Indigo City a mantener las calles limpias de maleantes. Es un personaje cuya gracia radica en su misterio, en lo poco que sabemos de él —a menos que os hayáis leído Indigo Sunset, pero a eso ya llegaremos—, y ahí es precisamente donde entra todo el rollo gramático que os he contado antes: el truco de Greyshirt, lo que le diferencia de la gran parte de superhéroes de cómic, es que estos son sujetos activos de verbos normales —«Yo leo Greyshirt.»—, mientras que nuestro elegante detective índigo es el agente de verbos con sujeto paciente —«Me gusta Greyshirt.»—. Traduzcamos esto.

La mayor parte de los superhéroes de cómic funcionan en la historia como sujetos activos de una oración con verbo normal; es decir, aparecen como protagonistas de la historia, como sujetos —en el término gramatical, pero también humano, como persona— de una serie de acciones que nos narran los cómics. El superhéroe se presenta como espina vertebradora de toda la historia, que va a girar en torno a él: sus aventuras, sus movidas personales, sus sentimientos… Si cogéis cualquier cómic —uno de Stan Lee, por ejemplo— os daréis cuenta de que el punto de vista siempre es el del superhéroe, pasando así a ser el sujeto de la acción —considerando la acción como la historia que se narra—. Para mí, uno de los grandes ejemplos de este perspectivismo es Sin City: no hay más que notar el abuso del monólogo interior, el subjetivismo con el que está tratada la historia, a través de los pensamientos del protagonista.

Volvamos a Greyshirt: en Tomorrow Stories Nº 2, encontraréis una historia titulada “El esquema invisible” en la que el hijo del portero de un bloque de pisos nos narra la relación de éste con el dueño del los apartamentos que vigila, un mafioso que le trae frito, a lo largo de cuatro décadas —cada una de ellas presentada en un piso en una una joyita estructural como pocas—, hasta la aparición de nuestro detective cuya aventura sólo ocupa el último piso —1999— y la última página, en la que por supuesto reduce al villano. En el Nº 7, “Dale y corre” vemos a un taxista que vuelve a su casa preocupado porque no le pille la pasma porque va sin licencia —lo que nos narra en monólogo interior y a través de una secuencia de punto de vista fijo impresionante—, y cómo de repente atropella a un tío enmascarado, lo que le acaba metiendo en un embolado del quince y en ayudar a nuestro detective —el enmascarado de antes— a trincar a un malo. En Indigo Sunset Nº 3 —escrita enteramente por Veitch pero siguiendo al pie de la letra la idea de Moore—, tenemos “Siluetas de sombra”, la historia de un hombre que comete un crimen pasional y que huye del tecnohéroe, cuya sombra le va persiguiendo hasta que el protagonista cae de un edificio y se mata.

Creo que con estos tres ejemplos tenemos más que suficiente para ver por qué Greyshirt funciona como un verbo de sujeto paciente: el detective índigo no es nunca el protagonista de la historia, el sujeto de la acción, sino el agente desencadentante de la resolución. Greyshirt es ese tipo mítico que pulula por Índigo a la manera del Batman de Tim Burton —acordaos de la presentación con los dos rateros—, y que de repente se cruza en el camino de otro personaje y le cambia la vida por completo: puede salvarle, puede enchironarle, puede involucrarle, o puede actuar simplemente como la personificación de la culpa que le persigue a lo Poe, llevándole a la paranoia y a la locura y, en última instancia, a la muerte. Nuestro héroe, sin ser el sujeto desde cuyo punto de vista se narra la acción, es aquel que altera la existencia del protagonista, introduciendo un conflicto y metiéndole en un marrón que el pobre habitante de Índigo City ni quiere ni busca ni espera, y por el que sin embargo se ve enteramente afectado, para bien o para mal. El protagonista, entonces, se presenta como ese sujeto paciente, esa víctima de la acción de un fulano enmascarado que se mete en su vida y se la cambia por completo, al igual que el sujeto «yo» en «Me gustan los cómics»: si los cómics no se hubieran cruzado en mi camino, no ejercerían ningún tipo de efecto sobre mí y probablemente mi vida sería diferente. (Si no me hubieran regalado los Tomorrow Stories, no conocería a Greyshirt, no me gustaría y no os estaría pegando esta chapa; de todo lo cual, el único punto en el que pongo intención y me convierto en agente es en esto último.)

Ni qué decir tiene que este cambio de punto de vista del héroe —de sujeto activo a agente de verbos de sujeto paciente, «Greyshirt salvó a un ciudadano anónimo.» a «Me salvó Greyshirt.»— no es un invento nuevo, pero si por algo se caracteriza Alan Moore es por reinterprentar con originalidad cosas ya conocidas. Si buscáis en el mundo de los cómics, seguramente podréis encontrar más ejemplos de este perspectivismo exterior, de esta presentación del personaje a través de los ojos de otros personajes —un poco conductista, diría yo—, pero creo que en pocos se planetaría como la base fundamental sobre la que estructurar, no una historia aislada, sino el personaje y el cómic en sí. No en vano, no hablamos de un cómic titulado algo así como Historias de Índigo City o cualquier cosa parecida en la que se ponga de manifiesto este punto de vista externo y múltiple, la importancia del ciudadano anónimo como protagonista de un fragmento de la vida de la ciudad, sino de un cómic cuyo título es Greyshirt, es decir, el nombre de ese tecnohéroe con el que todos los ciudadanos se encuentran. El multiperspectivismo, el conocimiento de nuestro detective sólo a través de sus encuentros y de sus momentos de acción —narrados por los sujetos pacientes—, es precisamente la clave de este personaje: ni rayadas psicológicas internas ni problemas personales ni nada. Greyshirt se mantiene para nosotros, igual que para el habitante de Índigo City, como el vigilante misterioso, el protector enmascarado: el secreto de su identidad, de su humanidad, nunca nos es revelado, precisamente, porque el tecnohéroe no es nunca el sujeto de la acción, sino el agente de un verbo cuyo sujeto real nada sabe, nada puede contarnos, de él. He ahí el truco; he ahí el encanto de este personaje: cuando yo digo «Me gustan los cómics.», siempre me preguntaré el por qué de ese efecto; cuando un ciudadano de Índigo nos dice «Me salvó Greyshirt.», siempre nos preguntaremos quién es Greyshirt, quién el tipo tras la máscara. Y sin embargo, nunca lo sabremos.

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