jueves, 5 de abril de 2012

El convenio laboral de los Oompa-Loompas



Cuenta la leyenda que Mr. Willy Wonka era un gran inventor de dulces: en su fábrica se habían creado chicles que no pierden el sabor y helados que no se derriten con el calor; se le describía como un hombre amazing, fantastic o extraordinary, como magician o genious. Los caramelos de la Fábrica Wonka eran los más famosos de todo el mundo, los más vendidos. Sin embargo, un día, la competencia empezó a copiar sus productos: el espionaje corporativo se había infiltrado, vendiendo al mejor postor los más preciados secretos del inventor, y éste decidió despedir a todos sus empleados y cerrar la fábrica. Diez años más tarde, de nuevo las chimeneas de la Fábrica Wonka empezaron a echar humo, pero nadie volvió a ver nunca las puertas abiertas: ni un alma entraba o salía; ningún trabajador.

Obviamente, a lo largo del recorrido en el que el lector acompaña a Charlie, nos enteraremos de quiénes son esos misteriosos trabajadores con los que Mr. Wonka reabre su fábrica, manteniendo sus fórmulas secretas a salvo. Se nos presentan entonces esos simpáticos gnomos cantarines —y algo maliciosos­— que son los Oompa-Loompas. Pero, ¿qué sabemos en realidad de ellos?

 
Los Oompa-Loompas, explica Mr. Wonka en el capítulo 16, vienen de Oompa-Loompalandia, un terrible país dominado por una peligrosa selva infestada de hornswogglers, snozzwangers y whangdoodles —ni se molesten en coger un diccionario, porque no vienen— empeñados en comerse a los pobres Oompa-Loompas. Estos, para sobrevivir, vivían en los árboles, comiendo distasteful hojas y raíces y soñando con deliciosos granos de cacao, su comida favorita. Hasta que, un día, Mr. Wonka llegó a Oompa-Loompalandia y les hizo una oferta imposible de rechazar: si venían a su fábrica, podrían vivir sin miedo al ataque de los hornswogglers, snozzwangers o whangdoodles; si trabajaban para él, tendrían todo el cacao y el chocolate que quisieran. Entonces, el jefe de los Oompa-Loompas reunió a su pueblo y todos —hombres, mujeres, niños y ancianos— decidieron por unanimidad aceptar la oferta de Mr. Wonka.

Hasta aquí, la acción del inventor y empresario parece de lo más filantrópica y bienintencionada. Sin embargo, ya desde el principio vemos ciertos gestos que no nos terminan de cuadrar con esta imagen. Para empezar, los Oompa-Loompas fueron transportados a la Fábrica Wonka en grandes cajas de madera con agujeros; es decir, fueron empaquetados como mercancía —digamos, ¿animales?—, sufriendo un viaje sin luz, sin apenas ventilación y sin posibilidad de salir a estirar las piernas. Personalmente, el asunto me recuerda a la trata de blancas.

Sigamos. Una vez llegan a la fábrica, y puesto que nadie de la ciudad ve entrar o salir trabajadores —«That is one of the great mysteries of the chocolate-making world. We know only one thing about them. They are very small. The faint shadows that sometimes appear behind the windows, especially late at night when the lights are on, are those of tiny people.»—, supondremos que los Oompa-Loompas viven allí, completamente aislados del mundo exterior. Hablamos de una tribu entera, del total de una población encerrada en los sótanos de una fábrica —por muy fantástica que sea—. Recordemos que el objetivo de Mr. Wonka es evitar el espionaje corporativo pero, ¿hasta qué punto podemos considerar ético el aislamiento de toda esta gente para mantener a salvo sus secretos? ¿Es lícita la alienación a la que expone a sus trabajadores? ¿Eran ellos conscientes de las cláusulas del contrato cuando dejaron Oompa-Loompalandia, o estamos ante el mismo tipo engaño que los esclavistas coloniales utilizaban con las tribus africanas? Los Oompa-Loompas aparecen descritos como una sociedad casi primitiva, que vive en selvas y se viste con hojas de árboles. ¿No es la acción de Mr. Wonka la propia del occidental para con este tipo de pueblos? ¿Es denunciable esta situación desde el punto de vista de los derechos humanos, o acaso los Oompa-Loompas no entran dentro de las consideraciones de esta carta?

Dejemos a un lado cuestiones de salario: Mr. Wonka prometió comida y alojamiento, y eso les da. Toda una ciudad de Oompa-Loompas —con niños jugando y todo— se esconde en el corazón de la fábrica (capítulo 25); cacao y mantequilla de whisky y ginebra a piacere (capítulo 23). Aparentemente, el trato es justo, puesto que, si no salen a la ciudad, ¿para qué van a necesitar un salario monetario? Con el pago en especie es más que suficiente. Por lo menos, con tanta canción —una por niño desaparecido, a destacar la del último, crítica de la televisión y defensa de la lectura—, parece que los trabajadores están felices.

Sin embargo, no debemos perder de vista el rasgo más importante del propietario de la fábrica: antes que empresario, antes que director, Mr. Willy Wonka es inventor. Inventor de dulces, pero inventor. Y, como todos los inventores, necesita probar sus productos antes de lanzarlos al mercado. ¿Con quién? Adivinen, damas y caballeros.

A lo largo de la novela, encontramos tres referencias del uso de los Oompa-Loompas como conejillos de indias. En el capítulo 19, se habla de un nuevo toffee que hace crecer el pelo a los niños calvos —idea discutida por algunos visitantes por absurda—, pero que todavía no está terminado ya que en las pruebas, el Oompa-Loompa catador se ha convertido en una especie de primo Eso —el de La familia Addams— al que le crece el pelo más rápido de lo que es posible cortárselo. En el capítulo 21, cuando la niña de los chicles se convierte en un arándano gigante, Mr. Wonka explica que lo mismo ha pasado cuando ha probado el chicle alimenticio con los Oompa-Loompas, y que la única manera de devolverles a su forma natural es exprimiéndoles —lo de devolverles el color normal no se había conseguido—. En el capítulo 22, el inventor advierte del peligro de las bebidas gaseosas que hacen volar, y de cómo cometió el error de probarlo en el exterior, perdiendo a un Oompa-Loompa como se pierde un globo en el cielo.

Pensemos ahora en estos pobres Oompa-Loompas a los que se le ha desgraciado la vida; pensemos en su familia y sus hijos; pensemos en la situación de alienamiento en la que se encuentran. Pensemos en Mr. Wonka y en su fantástica fábrica, en sus fabulosos dulces, en sus inventos imposibles. ¿Magia? En absoluto: investigación. Investigación y ensayo; prueba y error. Y, para ello, ¿qué mejor que los Oompa-Loompas? ¿Qué mejor que unos especímenes total y absolutamente desconocidos por el resto de la humanidad, sobre cuyos derechos y situación de explotación no se va a presentar ninguna polémica? ¿Qué mejor que toda una tribu con familias enteras que se reproducen sin ningún problema, proporcionando más sujetos de prueba de forma natural? Esa ciudad instalada en el sótano de su propia fábrica, ¿no les recuerda a esas habitaciones llenas de jaulas para animales de laboratorio que aparecen en las películas? Si dicen que no hay mejor laboratorio que la cocina, ¿no es acaso Mr. Willy Wonka un científico loco, un megalómano sin escrúpulos sólo preocupado de monopolizar el mercado de los dulces, de llevarse el la fama de creador de caramelos imposibles, sin importarle el daño que ello pueda provocar? No en vano, reiteradamente hace oídos sordos a los reproches y críticas de sus inventos por parte de sus visitantes, insistiendo siempre en que no se le interrumpa en las explicaciones de sus productos. ¿No es acaso éste uno de los rasgos propios del científico loco, explayarse hablando de sus inventos y quitarse de enmedio a sus críticos? ¿Os habéis fijado con qué cinismo y tranquilidad se deshace de los cuatro niños pedorros y relata a sus padres los peligros que les acechan en las oscuras profundidades de ese laberinto?

Podríamos decir que Mr. Willy Wonka es un lobo con piel de cordero; podríamos decir que es la bruja de Hansel y Grettel, que es el Doctor Moreau. ¿Y los Oompa-Loompas? Los pobres Oompa-Loompas son las víctimas de este megalómano: son sus esclavos, sus conejillos de indias. Mr. Wonka se aprovechó de su inocencia y les engatusó —de los tres predadores de Oompa-Loompalandia, el único con un parecido razonable en el diccionario es hornswogglers: aunque no aparece como tal, el verbo hornswoggle quiere decir engatusar, embaucar—; engañó a este pueblo primitivo, inocente, prometiéndole cubrir sus necesidades más básicas, pero ¿a cambio de qué? A cambio de su propia vida, de disponer de ellos a su antojo.

Ahora, damas y caballeros, la pregunta, la gran pregunta, es la siguiente: ¿fue consciente el autor de la lectura que se podía sacar de la situación de los Oompa-Loompa? ¿Es ésta un error de cálculo o sabía perfectamente que un lector adulto podría interpretarla de esta manera? ¿Es parte de su ironía característica, de esa crítica social ácida y mordaz que presenta en su obra para adultos? ¿Mr. Willy Wonka fue concebido como un personaje positivo, como ese mago que hace las delicias de niños y mayores, o bajo tanto color, tanta maravilla, Dahl escondió lo que hemos deducido aquí? Eso, queridos lectores, es el gran misterio, la gran pregunta de la que nunca tendremos respuesta.

2 comentarios:

  1. PD: todo lo anterior sólo es válido para el libro. Los Oompa-Loompas de Tim Burton dan demasiado mal rollo como para ser las víctimas.

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  2. Los Oompa-Loompas de Gene Wilder eran más malrollescos que los de Johnny Depp

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