Aha, my pretty miss, that bring the so nice
nose all straight again. This is medicinal, but you do not know how. I put him
in your window, I make pretty wreath, and hang him round your neck, so that you
sleep well. Oh yes! They, like the lotus flower, make your trouble forgotten. It
smell so like the waters of Lethe, and of that fountain of youth that the
Conquistadores sought for in the Floridas, and find him all too late.
Atención para los que no
saben inglés: esto está lleno de fallos lingüísticos. Más concretamente,
los fallos que Bram Stoker supone en un holandés con, digamos, un B1 bajo de
inglés. Agramaticalidades aparte —género de los pronombres y conjugaciones de
la tercera persona, sobre todo, pero algún detalle más—, la frase breve y
simple denuncia un tufillo a bajo nivel que, cuando al final del libro Mina
Harker afirma que “the Professor knows
something of a great many languages” (c. XXVI), lo que hace es
corroborarnos que Van Helsing sabe lo justo y necesario para comunicarse, que no
para sacarse el FCE.
Realmente, no es de extrañar que su inglés no sea perfecto:
este holandés cazavampiros aparece en Londres ante la llamada desesperada de su
antiguo alumno, John Seward (c. IX), que ha estudiado con él en Amsterdam, de
lo que se deduce que Seward sabe holandés, pero no que Van Helsing sepa inglés.
Su primera carta ya lo confirma; sus speeches
no dejan lugar a dudas: el inglés del sabio profesor es macarrónico hasta decir
basta.
Podríamos decir que esta estrategia lingüística —es increíble
la importancia que Stoker da a las lenguas extranjeras: desde la incomunicación
de Harker en Transilvania hasta la preocupación del Conde por su acento
extranjero, pasando por la escritura fonética de las clases bajas inglesas—, es
bastante coherente con el personaje, recordándonos en todo momento que es el
único de lengua materna no inglesa (salvo en los cuatro capítulos de
presentación, el Conde habla bien poco hasta la fase de enfrentamiento, especialmente
los capítulos XXI y XXIII). Lo que ya no es tan coherente es que, justo en el
momento clave, de repente Van Helsing hable con un C1 alto, así por la cara
(véanse las parrafadas explicativas sobre el vampiro en los capítulos XVI y XVIII).
Personalmente, creo que la única explicación para esta
rápida mejora del inglés de Van Helsing es la inmersión lingüística. Tengamos en
cuenta que el primer discurso conocido del profesor es una carta fechada el 2
de septiembre, cinco días antes de su llegada a Londres para un viaje de ida y
vuelta, casi en el mismo día, y en la que el profesor nada tiene que envidiar
a Tarzán. El 9 de septiembre regresa cargado de ajos y con pretensión de quedarse,
hasta que, por alguna urgencia no explicada, regresa a Amsterdam el 17, noche
fatídica para Lucy por problemas de comunicación entre ambos científicos (vamos, que si en esa época hubiera habido móviles, adiós a la mitad de Drácula). Si normalmente se dice que los
personajes evolucionan psicológicamente a lo largo de una novela, el progreso
lingüístico de Van Helsing esa semana (de donde sale la cita de ahí arriba) es
casi nulo. Ahora, que el de los siguientes diez días es toda una revelación:
para el 29 de septiembre encontramos un discurso perfecto sobre la infección
del no-muerto que deja a sus interlocutores —entre ellos al lector— patidifusos.
Perfección, todo hay que decirlo, reservada exclusivamente a este tipo de
explicaciones/parrafadas, porque en cuanto habla en una conversación normal se
le baja la adrenalina y, de nuevo, encontramos agramaticalidades a mansalva.
(Sigo diciendo que Bram Stoker no tenía demasiado claro que en holandés existen
los géneros y que, como en cualquier idioma, hay concordancias de nombre y
pronombre que, dudo mucho, un tipo como Van Helsing olvidara tan a la ligera.)
En cualquier caso, si el lector se va fijando, a lo largo
del libro estos vaivenes de nivel van corrigiéndose poco a poco. Obviamente, no
pueden desaparecer, pues si no se nos olvida que el sabio es extranjero, pero,
si se fijan, las oraciones tienden a ser más complejas, evolucionando a nivel
de la expresión —que no de la gramática—. De vocabulario nunca ha habido
problemas: Van Helsing adopta no ya expresiones hechas inglesas, sino también
americanas (otro detalle donde Stoker mete bastante caña lingüística). Así,
para el 4 de noviembre —remember,
remember…— encontramos un memorándum que roza la perfección exigida en el
Proficency: un mes de estancia en Londres —hasta el 12 de octubre— y otras tres
semanas de viaje con ingleses no pueden menos que disparar la velocidad de
aprendizaje de la lengua inglesa, y Van Helsing demuestra su progreso
escribiendo, por primera vez, un diario bastante más legible que aquellas
cartas iniciales del capítulo IX. Hay que decir que, por supuesto, nada tiene
que ver el discurso oral y el escrito, pero si bien el primero cuenta siempre
con ese elemento de improvisación que, parece ser, tan mal le va a nuestro
holandés, a la hora de escribir se corrige: las estructuras sintácticas siguen
siendo extranjerizantes —o por lo menos, inusuales—, pero toda traza de fallos
gramaticales desaparece; la sintaxis tiene ya la complejidad propia de un C1 y
el perfecto uso de los conectores y de ciertos organizadores del discurso
relativamente delicados hacen de esta redacción un claro ejemplo de las
maravillas de la inmersión lingüística a la hora de aprender un idioma
extranjero.
Es curioso que en uno de los grandes libros del gótico
inglés —para mí, el mejor; incluso si ampliamos al terror en general—, tanto el
malo como el salvador sean extranjeros llegados a Londres: aquí los ingleses no
sirven más que para ser las víctimas. Una pena que no se desarrolle tanto el
discurso del Conde, pero, como monstruo, si se le da la palabra se corre el
riesgo de humanizarlo demasiado. De todas formas, para tres veces que habla
tampoco se le nota demasiado lo de que es extranjero —nota: atención al tema
del acento en la película de Coppola— lo cual, como se ha dicho antes, el apunte lingüístico queda
así reducido a dos detalles fundamentales: la deficencia de las clases
bajas y el proceso de aprendizaje de nuestro protagonista gracias a una
estancia de inmersión como las que tanto se defienden hoy en día. El resto —alusiones a la incomunicación,
crítica del inglés americano—, son pequeños huevos de Pascua que, recomiendo,
deben ustedes buscar la próxima vez que se lean el libro. Les dejo uno que me gusta particularmente:
I could hear a lot of words often repeated,
queer words, for there were many nationalities in the crowd; so I quietly got
my polyglot dictionary from my bag and looked them out. I must say they were
not cheering to me, for amongst them were “Ordog”—Satan, “pokol” —hell, “streigoica”
—witch, “vrolok” and “vlkoslak” —both of which mean the same thing, one being
Slovak and the other Servian for something that is either were-wolf or vampire.