martes, 29 de mayo de 2012

Yo sé quién soy


 ‘Who are you ?’ said the Caterpillar.
This was not an encouraging opening for a conversation. Alice replied, rather shyly, ‘I— I hardly know, sir, just at present — at least I know who I was when I got up this morning, but I think I must have been changed several times since then.’


Cualquier diccionario, o método de gramática, define, grosso modo, el nombre propio como aquel que se refiere a una entidad única en el mundo. Esa entidad puede ser geográfica (el Ebro, el Everest), política (España, Roma), social, cultural o económica (Asociación de X; Compañía de Y, Banco de H**P**)...; y puede ser personal (Jose, María). Hasta aquí, no debería haber problemas.

El problema viene cuando una mira en su lista de contactos del móvil y encuentra seis Isabeles y una docena de Juanes. Y entonces se pregunta: ¿Isabel es una entidad única en el mundo? ¿Y por qué tengo seis, siendo cada una una persona diferente? ¿O no son personas diferentes? ¿O la definición del nombre propio es una falacia cuando hablamos de personas y, por tanto, es imposible definir a la persona a través del nombre?

El problema, además, se complica cuando, lingüísticamente, pasamos a sustituir ese nombre propio —entidad lingüística en sí misma, pero a la que se le presupone un referente físico concreto y único— por un pronombre personal. El pronombre personal es ése con el que el hablante se señala a sí mismo, a su interlocutor y al Fulano que pasa por ahí y que no tiene parte en la conversación; oséase, yo, , él (sí, y ella, nosotros, nosotras, vosotros, vosotras, ellos, ellas y la madre que parió al marciano, que también está por ahí rondando). Porque, claro, si yo digo «Yo sé quién soy», normalmente se da por verdadero. Pero si el de enfrente dice exactamente la misma oración, también es verdadero. Entonces, ¿quién es yo? ¿Existe un yo? ¿Tiene sentido esa palabra? Peor todavía: ¿puedo fiarme de una palabra que señala una persona diferente cada vez que la usa una persona diferente, y utilizarla para referirme a mí misma?

Dicen por ahí que la lengua es como el doble del mundo: es ese otro mundo en el que el mundo físico se ve reflejado; un mundo ­—el lingüístico— que utilizamos para comunicarnos. Pero, según hemos visto, si los dos tipos de palabras que significan mi persona física dentro de ese mundo lingüístico son tan relativas —pues la una puede nombrar a más de una persona y la otra cambia como una veleta sgún quién la utilice—, cabe preguntarse: ¿es realmente posible la representación de mi persona en ese otro mundo? ¿La relatividad lingüística realmente puede referir una entidad física concreta? ¿O es que mi persona física también es relativa?

O sea, a ver si nos aclaramos: la identidad de uno mismo se define en contraposición a lo que no es uno mismo —es decir, al mundo que me rodea, con todo lo que hay dentro de él—, pero es una identidad de la que, realmente, no terminamos de ser conscientes hasta que no nos ponemos en contacto con eso de ahí fuera y contra lo que nos comparamos para identificarnos. Si nuestra forma de contacto es a través de la lengua, y mi persona dentro de la lengua no tiene, ni por asomo, un correlato estable, una se pregunta hasta qué punto puedo introducirme en esa realidad lingüística como persona, como entidad única, y mantener en ella esa identidad propia e intransferible que me diferencia del mundo, cuando en esa realidad paralela no tengo una entidad lingüística —una palabra— propia, personal e intransferible como mi propia persona extralingüística. Dicho de otra forma: si no existe una palabra que, al igual que mi persona extralingüística, sea única en el mundo, pero esa identidad sólo se hace efectiva  gracias a la comunicación lingüística, ¿tengo entonces una identidad propia? ¿Existo como persona única, o sólo soy una María/Jose/Perico el de los Palotes más entre un montón, es decir, sólo soy un tipo de persona, y no una persona? ¿Yo sé quién soy, o sólo soy una más entre la multitud que grita «Yo sé quien soy» igual que podría gritarlo cualquiera diciendo siempre la verdad? ¿Tengo una identidad propia en ese mundo de la comunicación lingüística? ¿Puedo comunicar mi identidad extralingüística dentro del sistema lingüístico? Y, si no, si no puedo comunicarme a mí misma, ¿existo en la realidad lingüística? ¿Existo fuera de ella? ¿Existo fuera de este texto? ¿Realmente existo? ¿Sé quién soy?