‘Who are you ?’ said the Caterpillar.
This was not an encouraging opening
for a conversation. Alice replied, rather shyly, ‘I— I hardly know, sir, just
at present — at least I know who I was when I got up this morning, but I think I must have been changed
several times since then.’
Cualquier diccionario, o método de gramática, define, grosso modo, el nombre propio como aquel
que se refiere a una entidad única en el mundo. Esa entidad puede ser
geográfica (el Ebro, el Everest), política (España, Roma), social, cultural o
económica (Asociación de X; Compañía de Y, Banco de H**P**)...; y puede ser
personal (Jose, María). Hasta aquí, no debería haber problemas.
El problema viene cuando una mira en su lista de contactos
del móvil y encuentra seis Isabeles y una docena de
Juanes. Y entonces se pregunta: ¿Isabel es una entidad única en el mundo? ¿Y
por qué tengo seis, siendo cada una una persona diferente? ¿O no son personas
diferentes? ¿O la definición del nombre propio es una falacia cuando hablamos
de personas y, por tanto, es imposible definir a la persona a través del
nombre?
El problema, además, se complica cuando, lingüísticamente,
pasamos a sustituir ese nombre propio —entidad lingüística en sí misma, pero a
la que se le presupone un referente físico concreto y único— por un pronombre
personal. El pronombre personal es ése con el que el hablante se señala a sí
mismo, a su interlocutor y al Fulano que pasa por ahí y que no tiene parte en
la conversación; oséase, yo, tú, él
(sí, y ella, nosotros, nosotras, vosotros, vosotras, ellos, ellas y la madre que parió al marciano,
que también está por ahí rondando). Porque, claro, si yo digo «Yo sé quién soy»,
normalmente se da por verdadero. Pero si el de enfrente dice exactamente la
misma oración, también es verdadero. Entonces, ¿quién es yo? ¿Existe un yo? ¿Tiene
sentido esa palabra? Peor todavía: ¿puedo fiarme de una palabra que señala una
persona diferente cada vez que la usa una persona diferente, y utilizarla para referirme a mí misma?
Dicen por ahí que la lengua es como el doble del mundo: es
ese otro mundo en el que el mundo físico se ve reflejado; un mundo —el
lingüístico— que utilizamos para comunicarnos. Pero, según hemos visto, si los
dos tipos de palabras que significan mi persona física dentro de ese mundo
lingüístico son tan relativas —pues la una puede nombrar a más de una persona y
la otra cambia como una veleta sgún quién la utilice—, cabe preguntarse: ¿es realmente posible la
representación de mi persona en ese otro mundo? ¿La relatividad lingüística
realmente puede referir una entidad física concreta? ¿O es que mi persona
física también es relativa?
O sea, a ver si nos aclaramos: la identidad de uno mismo se
define en contraposición a lo que no es uno mismo —es decir, al mundo que me
rodea, con todo lo que hay dentro de él—, pero es una identidad de la que, realmente,
no terminamos de ser conscientes hasta que no nos ponemos en contacto con eso
de ahí fuera y contra lo que nos comparamos para identificarnos. Si nuestra forma de contacto es a través de la lengua, y mi
persona dentro de la lengua no tiene, ni por asomo, un correlato estable,
una se pregunta hasta qué punto puedo introducirme en esa realidad lingüística como persona, como entidad única, y mantener en ella esa identidad propia e intransferible que me diferencia del mundo, cuando en esa realidad
paralela no tengo una entidad lingüística —una palabra— propia, personal e
intransferible como mi propia persona extralingüística. Dicho de otra forma: si
no existe una palabra que, al igual que mi persona extralingüística, sea única en el mundo, pero
esa identidad sólo se hace efectiva gracias a la
comunicación lingüística, ¿tengo entonces una identidad propia? ¿Existo como
persona única, o sólo soy una María/Jose/Perico el de los Palotes más entre un
montón, es decir, sólo soy un tipo de persona, y no una persona? ¿Yo sé quién soy, o sólo soy una más entre la multitud que grita «Yo
sé quien soy» igual que podría gritarlo cualquiera diciendo siempre la verdad? ¿Tengo una identidad propia
en ese mundo de la comunicación lingüística? ¿Puedo comunicar mi identidad extralingüística dentro del sistema lingüístico? Y, si no, si no puedo comunicarme
a mí misma, ¿existo en la realidad lingüística? ¿Existo fuera de ella? ¿Existo fuera de este texto? ¿Realmente existo? ¿Sé quién soy?
El Yo frente al Otro, eso lo tenemos claro. La cuestión, sintiendo negar a Shakespeare, no es "ser o no ser"; sino "ser y no ser" (consejitos cirlotescos). Otra cosa es la adecuación o falta de ella entre el lenguaje y la realidad lingüística. Pero, ¿hay realidad lingüística? ¿No es todo creación del hombre, ergo, ficción?
ResponderEliminarEl Yo es un constructo, desde Kierkegaard, hasta Barthes, pasando por Nietzsche, entre otros...
‘Estás lleno de secretos que llamas YO. Tú eres la voz de tu desconocido.’
Monsieur Teste, Paul Valéry.
"Para nosotros no hay sino intento,
un algo siempre a punto de llegar a ser."
Cuatro cuartetos, T.S.Eliot (1942)
‘El hombre se halla en algún lugar entre el ser y el no-ser, entre dos ficciones.’
Ese maldito yo, E.M. Cioran (1987).
¡Me has tocado el tema, mi querida Amparo!
Echo de menos estas reflexiones en el Parque Berlín....
Tanto en cuanto el lenguaje natural no es natural, sino artificial, creado por el hombre; tanto en cuanto el nombre no es la cosa, sino una abstracción conceptual alejada de la realidad a la que alude; en ese momento el lenguaje pierde toda capacidad de comunicación de la realidad natural que nos rodea. Es falacia, es mentira. Yo no existo, porque yo es una palabra: aleatoria, vacía, forma pura en un continuo de abstracciones sin contenido real. Existe una persona de carne y hueso, que hace y deshace, que desea y rechaza, cuya supervivencia física sólo es posible gracias a cosas físicas. Existe todo eso, pero no yo. Yo no soy más que una abstracción, y toda abstracción, en tanto abstracta, no es real. Ergo, yo no existo, querida Amparo. No más allá de un correlato fónico o gráfico. Yo soy mentira, soy ficción, soy palabra.
ResponderEliminarAh, y no jodas: también echo de menos las nuits du Parque Berlín. Y más ahora en agosto ;)
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