[Entra la profesora a clase. Bajo el brazo, algo
cuadrangular y plano, tapado con un trapo. Deja el bolso en la mesa y sube la
sorpresa encima, mostrándola a los alumnos. Éstos la miran expectantes.]
Chicos, os traigo el Retablo
de las Maravillas. ¡Chun-chun-chún! [Pausa dramática. Recorre la mirada por
las caras curiosas y atentas.] ¿A que no sabéis lo que es? [Pausa de nuevo. Sonríe.
Con tono emocionante, continúa explicando.] Pues el Retablo de las maravillas se llama así por las maravillosas cosas que en él se enseñan y muestran. Lo fabricó y compuso el sabio Tontonelo debajo
de tales paralelos, rumbos, astros y estrellas, con tales puntos, caracteres y
observaciones, que tan sólo aquellos que no sean unos setas y unos rancios
podrán ver las cosas jamás vistas ni
oídas que en él se muestran. [Pausa.] O sea, que aquel no vea lo que hay en el retablo, ya sabe lo que hay.
¿Vale? [Los alumnos asienten.] Pero para eso, tenemos que quitar las mesas de
enmedio, porque uno nunca sabe lo que va a salir del Retablo, y lo mismo necesitamos espacio. Así que, ¡hala!, echadlas
a la pared. [Los alumnos se ponen de pie y empiezan a desmontar la clase. Murmullos
y risas. Cuando terminan, se quedan parados junto a las mesas. Expectación y
curiosidad.] ¿Ya estamos preparados? ¡Atención,
señores, que comienzo! [Con gesto teatral, retira el trapo y deja ver un
marco vacío. Los alumnos se miran. Tono profundo y actitud de bruja invocando
espíritus.] ¡Oh tú, quienquiera que
fuiste, que fabricaste este retablo con tan maravilloso artificio, que alcanzó
el renombre de las maravillas por la virtud que en él se encierra! Te conjuro,
apremio y mando que luego incontinenti
muestres a estos señores algunas de las tus maravillosas maravillas, para que
se regocijen y tomen placer sin escándalo alguno. [Pausa. Se ha ido
alejando, pero no mucho. De repente, señala el marco vacío.] Ea, que ya veo que has otrorgado mi
petición, pues por aquella parte asoma la figura del valentísimo Sansón,
abrazado con las colunas del templo, para derriballe por el suelo y tomar
venganza de sus enemigos. [Hace gestos como para pararle, y luego se cubre,
apartándose y acercándose a los alumnos, que también se alejan del frente de la
clase.] ¡Tente, valeroso caballero;
tente, por la gracia de Dios Padre! ¡No hagas tal desaguisado, porque no cojas
debajo y hagas tortilla tanta y tan noble gente como aquí se ha juntado! [Se
vuelve a los alumnos y, apremiándoles, casi empujándoles.] ¡Corred, corred!
¡Que viene y nos zurra! ¡Para allá! ¡Vamos, que viene! [Al principio,
reticentes y como sin entender lo que pasa, empiezan a moverse por la clase,
alejándose del lugar donde ella señala el peligro. Risas festivas.] ¡Ay, dios
mío! ¡Que sale el mesmo toro que mató al
ganapán en Salamanca! [A un alumno que no se mete en el juego, como
cubriéndole.] ¡Guárdate, hombre!
¡Guárdate! ¡Dios te libre! ¡Dios te
libre! ¡Corred todos! [De nuevo carreras y risas. Tropezones y golpes con
las mesas arrinconadas. Una silla cae al suelo.] ¡Y mirad! ¿Lo veis? [Señala de
nuevo, haciendo un movimiento que parte del marco vacío y guía la mirada de los
alumnos.] Esa manada de ratones que allá
va deciende por línea recta de aquellos que se criaron en el Arca de Noé;
dellos son blancos, dellos albarazados, dellos jaspeados, y dellos azules, y
finalmente, todos son ratones. ¿Los veis? ¡Cuidado, que muerden! ¡Subíos a
las mesas! ¡Rápido! [Empujones, carreras. Todos corren, buscando un sitio libre
sobre las mesas e intentando evitar el espacio que la profesora ha señalado. De
nuevo dirige la mirada hacia el marco y se lleva las manos a la cara, como
tapándola.] ¡Ay, la virgen! Y allá van
hasta dos docenas de leones rampantes y de osos colmeneros. Todo viviente se
guarde, que aunque fantásticos, no dejarán de dar alguna pesadumbre, y aun han
de hacer las fuerzas de Hércules con espadas desenvainadas. ¡Huid! ¡Huid!
¡Que os comen! [Se resguarda detrás de una mesa. Algunos la imitan, otros
corren por la clase. Están en plena fiesta cuando llega el conserje. Todo el
mundo para y mira hacia él.] ¡El conserje! ¡Esto también es obra de Tontonelo!
¡Corred, niños, que si viene del Retablo
a lo mejor no es el conserje, sino un alien que ha tomado su forma para engañarnos
y lavarnos el cerebro! [El conserje mira con cara de pocos amigos. Los alumnos
ya no saben si tomárselo en serio o no. La profesora se acerca a él y lo
examina. Se dirige a los alumnos.] Vale, creo que no es un alien. [El conserje
parece cada vez más enfadado. La profesora se dirige a él.] No te mosquées,
porfa: es que estamos dando Cervantes y con todo lo que sale del Retablo de las maravillas, cualquiera
sabe si eres real o no. [Cejas enarcadas del conserje. Dice algo sobre el ruido.]
Sí, sí, no te preocupes, que ya paramos. Si era sólo para introducir el tema un
poquito. [El conserje dice algo más y se va. La profesora a los alumnos.]
¿Veis? El conserje sí que es un seta y un rancio. [Para un momento para pensar.
Mira la hora.] Bueno, si hay que recolocar todas las mesas, se nos va la hora,
así que coged las libretas y sentaos en el suelo. [Los alumnos obedecen. Ella vuelve
a la mesa del profesor. Bebe agua antes de continuar.] Bien, pregunta técnica:
¿en serio habéis visto a Sansón, y el toro, y los ratones y los leones? (…)¿No?
¿Y entonces por qué habéis corrido como si os persiguiera el diablo? (…) Ah,
porque yo decía que estaban ahí. [Pausa. Gesto de cada-loco-con-su-tema.] Pero
no estaban, ¿no? ¿Y por qué me habéis creído entonces? [Por las respuestas de
los alumnos, se sonríe.] Divertido. Jeje. Eso me gusta. [Pausa de nuevo.] O
sea, que os habéis creído un cuento chino porque os lo estabais pasando pipa
corriendo de un lado a otro. [Les mira. Sonríe con picardía. Se levanta y se
acerca a la ventana. Cotillea el patio y vuelve a mirar a sus alumnos. Sigue sonriendo.]
¿Sabéis que el Quijote es el primer jugador de rol en vivo de la historia? [Caras
escépticas. Algunas risas. Silencio y expectación por lo que siga.] ¡Es verdad!
El Quijote es un tipo que de repente un día llega y dice: «Voy a jugar a ser
caballero andante.». Total, que se busca un caballo y una armadura y se va por
medio de La Mancha, con toda la calorina, a buscar las típicas aventuras de los
caballeros andantes: que si doncellas en apuros, que si caballeros con los que
batirse, que si unos gigantes… ¡El tío se lo pasa genial! [Pausa. Risas de los alumnos.]
Es como nosotros con el Retablo: ¿que
no hay ratones? ¡Qué más da! Corremos igual. ¿Que no sale un toro? ¡Y qué!
¡Nosotros, como si sí. ¿Y los leones? Si hubieran sido de verdad, habríamos
salido pitando, ¿no? ¡Pues ya está! ¿Para qué vamos a necesitar que lo sean, si
con imaginarlo nos basta! ¡Y lo que nos hemos reído! ¿Y que el conserje bufa y
dice que estamos pirados? ¡Pues peor para él, que es un seta! [Se ha ido
moviendo por la clase. Pausa. Observa a los alumnos, que están atentos.] Pues
al Quijote le pasa igual: él no necesita que sus enemigos sean de verdad, con
imaginárselos va que se mata. El truco no es que sean reales, sino creérselos y
jugar a que lo son. Lo que pasa es que, claro, nosotros somos un copón y medio
contra un sólo conserje, y el Quijote es él sólo contra todo el mundo. Y ya
sabemos que esto es una democracia, y si todo el mundo dice que está loco, pues
está loco. Pero no es verdad, no está loco: sólo está jugando al rol. [Pausa
para pensar.] Claro, que hoy en día, a los jugadores de rol también se les
considera pirados. [Como desechando la idea.] Pero eso es porque la gente es
una rancia y necesita ver para creer, y no: se puede creer en algo que no
existe y uno es tan feliz. En eso consiste tener imaginación, ¿no? En jugar a
creer en algo que no existe. Vamos, creo yo. [Vuelve a la mesa a por agua:
dedicarse a correr con el calor de mayo no ha sido buena idea.] Total, que el
Quijote se dedica a eso. Pero claro: no todo el mundo piensa que está loco. Ahí
tenemos a Sancho, que le sigue el rollo y se va con él como su escudero. [Comentario
de un alumno.] Vale, sí: lo hace por las perras y la ínsula, pero aun así
juega, ¿no? ¿Y por qué? ¿Por qué decide jugar? (…) Más fácil todavía. [Pausa,
esperando respuestas.] ¡Jolín! ¡Pues porque el Quijote le convence! Porque el
Quijote le cuenta un cuento chino —el de la ínsula— y Sancho se lo cree y
decide acompañarle. ¡Igual que vosotros con el Retablo! ¿Yo os digo que hay leones? Pues me seguís el rollo y
echáis a correr. Os lo creeréis o no, pero habéis corrido. Pues Sancho es
igual. [Pausa.] Y luego, en la segunda parte, hay más personajes que le siguen
el rollo y juegan a las caballerías: Sansón Carrasco se disfraza también de
caballero y le reta a un duelo; los duques le tratan como antes se trataba a
los caballeros andantes y hasta le dan a Sancho la ínsula. ¡Incluso Sancho se
inventa un hechizo para Dulcinea! En la segunda parte, Don Quijote ya no juega
solo. [Pausa, como si de repente se acordara de algo.] Uy, y se me olvidaba lo
de Dulcinea. Dulcinea es la amada imposible del Quijote. Porque ya sabéis que
todo caballero necesita una dama por la que luchar, que si no, pues vaya
caballero cutre. [Gesto de a-ver-si-no.] Pero, claro, Dulcinea sigue siendo
parte del juego, y el Quijote se la ha sacado de la manga que da gusto. De
hecho —¡ja!— Dulcinea tiene truco: igual que los gigantes famosos salen de unos
molinos que el Quijote se encuentra por ahí, Dulcinea está basada en una de su
pueblo. Total, que se le plantea un problema: está basada, pero versión libre,
¿vale?, y realmente, Dulcinea no se parece a la pava para nada. Pero llega un
momento, que están por ahí en medio de la sierra Don Quijote y Sancho, y Sancho
le pregunta que quién es Dulcinea. Y el Quijote le dice que es la chica esta,
que se llama Aldonza Lorenzo. Total, que la pifia vilmente, porque, en ese
momento, al decir en alto el referente real de su amada ideal, [Con énfasis.] al quitarle el encanto de la dama y
convertirla en campesina, Dulcinea se eclipsa. Porque, para Sancho, Aldonza
y Dulcinea son la misma, y por tanto, sólo es una campesina sobre la que Don
Quijote ha proyectado su dama. [Pausa dramática.] Pero no pasa nada, porque
entonces coge el Quijote y dice: «Ah, ¿si? Pues ya no hay Aldonza que valga: Dulcinea
es ideal y punto pelota.» Y entonces, se quita de enmedio a la Aldonza esta y
se queda sólo con la Dulcinea de los libros, ¡es decir!, con la Dulcinea de la
imaginación: esa Dulcinea que se ha creado él a base de palabras, a base de
describirla, y de hablar de ella y de dedicarle todas sus hazañas. [Mira a sus
alumnos.] ¡El tío es un crack! ¡Hace con Dulcinea lo mismo que nosotros con el Retablo! ¡No necesita ya que haya una
chica real, sino que, sólo a través de las palabras, crea a su dama! ¡Es pura
imaginación! ¡¿No os parece bonito?! Ay, a mí me encanta: como juego a ser
caballero, y todo es juego, todo imaginación, ¿por qué no también mi chica?
Además, ¡sólo así será mi chica!
¡Sólo así será perfecta e ideal! ¡Sólo así sé de fijo que será la dama que todo
caballero necesita! [Les mira.] Vale, veo que no os convence, pero sólo
pensadlo: esto es un pavo que decide que quiere ser caballero y que, si al
mundo no le van esas cosas, a él le da lo mismo, que va a ser caballero quieran
los otros o no. Pero todo caballero necesita una dama. Pero, al coger una mujer
de verdad y convertirla en dama, una vez se lo cuenta a los que no lo creen
como él, automáticamente van a ver, sólo y exclusivamente, a esa mujer real, y
no a la dama a la que sirve el caballero. Así que él va y se la quita de
enmedio, y se queda sólo con la dama que le interesa para jugar. ¿Lo entendéis
o no? [Pausa de nuevo.] De hecho, lo que os comentaba de antes del hechizo de Sancho
también tiene su intrínguli, porque, si Don Quijote ha creado a Dulcinea a
través de la palabra, que es con lo que se comunica la imaginación, Sancho la
hechiza también a través de la palabra: esto viene de que se encuentran a tres
campesinas y se supone que una de ellas es Dulcinea, ¿vale? Pero claro, para el
Quijote, pues es un palo, porque las campesinas se parecen a una dama lo que yo
a Audrey Hepburn. Total que Sancho dice que no, que es que está encantada. ¡Y
va el Quijote y se lo cree! ¡Se cree el cuento chino igual que Sancho le había
creído a él todos los suyos! El hechizo de Dulcinea es entonces como la ínsula
de Sancho: tanto el Quijote como Sancho se los han sacado de la manga, pero han
conseguido convencer al otro de que es verdad. ¡Es genial! [Pausa. Bebe agua. Mira
la hora.] Y ahora os pregunto: ¿cómo han conseguido convencerse? ¿Cómo ha
conseguido el Quijote que, en la segunda parte, los otros personajes jueguen
con él? [Algunas respuestas.] Voilà!
Gracias a la palabra. Eso merece un positivo. [Guiña el ojo al alumno que lo
haya dicho.] ¿Por qué? ¿Por qué gracias a la palabra? ¿Qué es lo que hace la
palabra? [Silencio. Les mira. Pausas entre cada pregunta, para que los alumnos
tengan tiempo de ir pensando.] ¿Por qué habéis corrido cuando he dicho que
había un león? ¿Había un león de verdad? ¿U os lo habéis imaginado? Y, si no
era de verdad, ¿por qué habéis corrido? ¿Porque yo os lo he dicho? ¿Porque os
he convencido con palabras? ¿Porque lo he creado
con palabras? Bueno, en realidad ha sido Cervantes, no yo. [Pausa más larga.]
¿Se puede decir entonces que se pueden crear cosas con la palabra? ¿Que con la
palabra se hacen reales cosas que sólo estaban en la imaginación? ¿Se puede
decir que a través de la palabra pueden los demás imaginar lo que uno sólo
ha imaginado? ¿Podemos decir, por tanto, que la lengua no sólo sirve para comunicar, sino también para invocar imágenes que no existen, cosas que sólo son reales en la imaginación? Y entonces, si es palabra, ¿lo que era imaginado es
ahora real? ¿Hasta qué punto habéis huído de un león que no existe? [Pausa final. Se acerca a la mesa, coge el bolso y el marco vacío. Les mira.]
Para mañana lo pensáis y me lo decís. [Sale de la clase.]
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