viernes, 29 de junio de 2012

Cocidito madrileño


Figuraos un sonido seco, agudo, discordante, producido al parecer por un hierro que cae acompasadamente sobre otro hierro; un sonido que no produce vibraciones ni eco claro y determinado, en medio del silencio de una noche, durante la cual se adormece triste una población aterrada por una gran calamidad. (…)
Esos golpes traen a nuestra mente extrañas imágenes, y entre ellas, nuestra propia imagen el día en que aquel martillo nos labre el mueble fatal: vemos reunirse las mal pulidas tablas, tomar forma de trapecio: las vemos alargarse según nuestra talla, y estrecharse de un extremo presentando una forma repugnante: vemos que se desarrolla una tela negra, se repliega y las envuelve: vemos unos galones amarillos adaptarse a las aristas: vemos una articulación y una tapa que cubre el interior y una llave dispuesta a encerrarnos en aquel recinto por una eternidad: vemos la tumba en toda su repugnancia subterránea: sentimos el peso de la tierra: nos estremece el roce de esa fría tela de raso que nos adorna interiormente, y el peso de una mano tremenda, de una losa de mármol cuya inscripción llama al transeúnte: adivinamos sobre todo esto la corona de tristes flores que se secan adornándonos; presentimos la Misa y el Requiem; presentimos la mirada indiferente del revisador de epitafios, adivinamos la naturaleza entera sobre nosotros sin que podamos verla: sobre nosotros cae el rocío; pero no nos refresca: sale la luna; pero no nos ilumina: sobre nosotros llora alguien; pero no sabemos quién es: vemos la muerte, en fin, representada en su parte de tierra, descomposición, lágrimas, exequias; representada en lo que tiene de este mundo. Nuestra imaginación llega a este punto por el ataúd, y llega al ataúd por ese pavoroso sonido que lo fabrica; por ese ruido metálico, agudo, penetrante, monótono que turba el silencio del barrio. ¡Qué horrorosas notas! Decid, señores músicos, Palestrina, Händel, Mendelssohn, cuándo habéis llevado la imaginación hasta ese punto. ¿Hay en vuestras cinco miserables líneas nada comparable a este dies irae cantado por un martillo?


Servidora reconoce que nunca se ha llevado bien con el Garbancero. Primero, porque a quién le importa el drama personal de un personaje: si fuera persona, pues hombre, un poco de empatía sí que habría, pero ¿siendo personaje? ¿Teniendo la posibilidad de quitarse el marrón de enmedio sin ningún tipo de cortapisas reales? Absurdo: para eso me leo el periódico. Segundo, porque a una le gusta viajar sin guía: a mí, que me den el mapa y ya me hago yo las rutas; pero eso de que un fulano te vaya diciendo qué mirar y qué no, y que no te deje ir a tu aire, ni de broma. Tercero, porque Tormento como lectura obligatoria en segundo de bachiller debería considerarse tortura psicológica: a mí me caía muy bien mi profe, pero nunca le perdonaré un tostón de trescientas páginas de paseos por un Madrid desaparecido y un melodrama que se arregla con un par de tortas bien dadas a los protagonistas.

¿Que a qué viene esto? Muy sencillo: porque una pretende ser profe de salvajes hormonados y, aunque tal y como van las cosas hay que consolarse con que lo que cuenta es la intención, de vez en cuando se pone a darle vueltas al asunto y se acuerda de su propia profe y lo que la odió el día en que se encontró con ese libro maldito de lomo rosa que ahora esconde en el rincón más recóndito de la biblioteca. Porque, vamos a ver, ya no es que al alumno le guste o no el temario: a quien le tiene que gustar es a la profe, que por algo es la jefa. Y esta jefa ha decidido —decidió ya en segundo de bachiller— que se niega a explicar al Garbancero como no encuentre algo suyo que le mole. Y claro, como no hay manera de quitárselo de enmedio, se dedica a buscar cosas alternativas de gusto propio, oséase: corto y no realista. (¿Que no es posible? ¡Todo es posible en la Dimensión Desconocida!)

Creo que a estas alturas no hace falta dar más datos sobre el autor porque, total, como el hombre está fiambre tanto metafórica como realmente, pues para qué perder el tiempo. Lo que importa es algo que nunca me habría esperado de un narrador tan lento, tan pesado y tan pedante —¿He dicho ya que no me llevo bien con él?—, que no hace más que describir y juzgar todo lo que ve, sin dar ningún tipo de libertad al pobre lector sufriente, que no hace más que volver la página para ver dónde diablos acaba un párrafo aparentemente eterno y sin ningún punto. Pero, miren por dónde, que aquí el amigo de repente tira por la prosa poética y nos marca divinamente el sonido seco y monótono, sugerencia de muerte y podredumbre del que habla. ¡Quién lo hubiera dicho del Garbancero, oye!

Porque claro, será el Garbancero, pero en Roma haz lo que los romanos: si nos da por un cuento de miedo, no se puede escribir igual que en uno cansino de los típicos suyos. Y es que dicen por ahí que el género del terror tiene una forma propia, una retórica particular basada en la sugestión en el lector de una sensación de incertidumbre y tensión, de un je-ne-sais-quoi malrollero que a su vez, precisamente por el mal rollo, te engancha. Según el grande entre los grandes, el señor Poe, la mejor forma de crear esa sensación es a través del espacio, gracias a la construcción visual de un escenario amenazador que provoque en el mismísimo protagonista el desasosiego pertinente, que será con el que el lector se identifique. Claro que esa amenaza puede ser real —monstruos, asesinos, etc.— o pueden ser rayadas mentales de un personaje “excesivamente sensible al entorno”, que es lo que a Poe le molaba.

Por otro lado, esa sensación también se crea por hacer que el personaje se sienta pequeñito frente a una amenaza incomprensible o incontrolable. Es lo que algunos llaman lo sublime, que básicamente se resume en que el ser humano se cree el rey del mambo del mundo, controlándolo y racionalizándolo todo, pero en el momento en el que se encuentra con algo que escapa a su concepción del mundo, algo que le resulta incomprensible, se caga de miedo: la noche, la muerte, lo sobrenatural, lo divino…; todo aquello que no ilumine la razón se convierte en amenaza y el hombre se siente como un pobre animalito, pequeño e indefenso ante ella. Pero ¡ay, amigo!, todos sabemos que la curiosidad mató al gato, eso incomprensible provoca a la vez un asombro que, de nuevo, engancha. Bueno, engancha al lector, que como está tranquilamente en su casa, a una distancia prudencial del peligro, y como es un morboso, pues disfruta viendo al pobre personaje pasarlas canutas: si el lector estuviera realmente en el lugar del personaje, otro gallo nos cantaría.

Pero vayamos al grano: ¿cómo y por qué servidora ha conseguido reconciliarse con el Garbancero después de toda una vida? No tienen más que leer la cita: la oscuridad envolviendo al lector con los apelativos en primera persona del plural; el ritmo de los martillazos en la frase corta y seca; la pequeñez del ser humano ante la muerte, reflejada en la fria y objetiva construcción del ataúd, en la preparación de toda la parafernalia mortuoria. El Garbancero sabe lo que se hace: sonido e imagen a través de la palabra; la construcción de la sensación en paralelo a la del «mueble fatal», y ese mal rollo que hace sentir el pensar que sí, que a todos nos caerá esa breva tarde o temprano. Asusta, ¿eh? Mucho más que cualquier melodrama tostón de los suyos. Y si encima, el día que toque explicarlo, el cielo está cayendo sobre nuestras cabezas y se va la luz, la clase nos queda niquelada.

Ahora bien, esto es como todo: el Garbancero habría tenido unos problemas del copón con la SGAE. Plagio es poco para lo que él hace. Porque, ¿no les suenan de nada esas apelaciones a la imaginación del lector, esas digresiones tipo what if (it was you)? ¿Y esas referencias musicales concretas? ¿Y ese desvelamiento del proceso de creación de la sensación en la propia escritura? Porque a servidora le suenan un montón. Y le suenan a alemán, a segundo Romanticismo. Entre eso y otro parrafito por ahí —«Cuentan que para atormentar a un criminal a quien no se quiso arrancar la vida, se le encerró en una celda, a donde no llegaba la voz de ningún ser viviente; cuidaron de que ningún rumor externo llegase a sus oídos y en el techo de la celda colocaron un reló cuyo péndulo marcaba con horrorosa monotonía los segundos y prolongaba un sonido seco, penetrante, acompasado siempre, por espacio de horas, días, meses y años. Ese criminal se volvió loco.»—, una se plantea muy seriamente los pleitos en los que el pobre Garbancero se podría haber metido. Claro que es el Garbancero, y hay que perdonárselo y pasar estos detalle por alto: no nos queda otra si no queremos auto-torturarnos con tostones interminables. ¿Que no es su estilo? No, claro, ése es el quid de la question: buscamos un Garbancero light. Pero Garbancero al fin y al cabo: ¿me dirán ustedes que de aquí no se sacan los rasgos fundamentales de su estilo personal? ¿Me dirán que una vez bien trabajado el alumno no va a ser capaz de reconocerlo en cualquier otro texto? ¿Me dirán que no es más ameno trabajar con un textito tan majo mejor que con una lista de nombres, títulos y fechas; de características generales en abstracto? ¿Me dirán que no se cazan más moscas con miel que con vinagre, que no es más divertido un cuento de miedo que un melodrama de personajes atontados? Total, si el cocido nos lo vamos a tener que comer igual, ¿porqué atormentarnos? Y si los salvajes hormonados no ponen de su parte, es cosa suya: aquí la jefa se lo piensa pasar como una enana haciendo bien los deberes. Literalmente, se lo piensa pasar de miedo.

2 comentarios:

  1. Me alegro tanto de estas alavanzas tuyas a Galdós... ¿De qué cuento es, Amp? Lo próximo es dejar de un lado el mote y empezar a llamarle "Beni" con toda naturalidad.
    Por cierto, ignorante absoluta me temo, pero ¿de dónde es el "what if (it was you)"? Me suena que me has hablado de ello, pero apúntatelo y me lo vuelves a contar ;)

    Besitos galdosianos. Hoy Barcelona está con el clima ideal para este tipo de explicaciones...

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    1. Dear Amparo:
      Como estoy en modo profe, te digo lo que a los alumnos: mira a ver si lo encuentras en internet, que pa eso está :P
      Ah, y deja de darme envidia playera y vuelve de una vez, so pedorra :)

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