lunes, 26 de agosto de 2013

Se mettre à délirer



Ejemplos a patadas. Facilidades a espuertas. Textos idóneos para parar un tren... Y una idea cerril que obnubila y frena, cual accidente en la autovía.

Para que se metan en situación, les explico: servidora tiene la necesidad imperiosa de finiquitar un trabajo que, por lo demás, suele hacer de manera intuitiva por puro juego. ¿El problema? Para variar, que todo juego tiene normas y, si quieres que los otros niños te dejen jugar, hay que seguirlas. Sobre todo si juegas en casa de otro niño, que entonces hay que jugar a su manera. ¿Y si servidora no quiere ser la colona secuestrada, sino una india sanguinaria? Pues nada, ajo y agua: si quieres jugar, tienes que ser la dichosa colona, pidiendo auxilio mientras los demás corretean a gusto por ahí, arrancando cabelleras.

Para que se hagan una idea, si este trabajo fuese mi juego, iría de traducciones. Para cualquiera que sepa francés, el asunto está muy claro: se mettre a pleurer, a jouer, a crier..., y a todo el resto de cosas que uno puede ponerse a hacer en una perífrasis incoativa. El tema no es sino una cuestión de posición pseudo-espacial: porque cuando uno dice “ponerse”, se pone encima, pero cuando uno dice “se mettre”, se mete dentro. A ver si son capaces de visualizarlo: cuando un español empieza una cosa, lo que hace es —de alguna manera— abalanzarse sobre esa actividad; realizar un salto del tigre que le planta justo en medio, directamente y con toda la decisión del mundo. Un francés, en cambio, parece hacerlo con cuidadito, como esos ratoncillos que se van aproximando poco a poco, valorando todas las posibilidades y riesgos que implica la realización de esta actividad. Es un poco como lo de meterse en la piscina: en español, uno se tira a bomba, esperando que el frío pase de golpe y que todo el mundo se entere bien de que has entrado en la piscina; en francés, se utiliza la escalera, entrando poco a poco, con mucho cuidado y cierta discreción.

La verdad es que, dicho así, los franceses parecen comenzar sus actividades con nocturnidad y alevosía, cosa que no es verdad: nada hace pensar que un francés y un español —y un alemán y un inglés, que también pasaban por allí­— tengan procesos neurológicos diferentes cuando se ponen, por ejemplo, a gritar como energúmenos al del coche de delante en un atasco matinal. La diferencia, en todo caso, será cuando se cuenten la anécdota a los compañeros al llegar al trabajo: lingüísticamente, un español se habrá abalanzado sobre su pobre víctima, haciendo un boquete en el techo del coche y pegando tal susto al de delante que lo mismo le da un infarto, mientras que un francés habrá atravesado el parabrisas de atrás, sentándose en los asientos y gritando al oído del otro pobre conductor, al que probablemente también le habrá dado el mismo infarto, pero en otro idioma. Obviamente, todo esto a nivel lingüístico, porque todo el mundo sabe que bajar del coche es volver a ser una persona normal y zurrarse físicamente, desde una misma altura, frente a frente y con las manos desnudas —salvo si el de delante es un pesetas, que lo mismo te saca un bate de béisbol y, entonces, donde te pones o metes es en tu propio coche, muerto de miedo.

Seguramente, los valientes lectores que hayan llegado a este punto (¿Ustedes se aburren o qué?), criticarán que con una sola palabra no puede hacerse un trabajo entero. No, claro; si eso ya lo sabe servidora. Pero comprenderán que, a estas horas, sin entrenamiento previo —disculpen la larga ausencia y la que probablemente siga— y en una parida mental sin ningún tipo de rigor, no se presente aquí todo un listado de traducciones discordantes. Como mucho, si se animan, les invito a que tomen en consideración ese fantástico fenómeno de la distancia personal que los franceses toman con el mundo —y especialmente, con la gente— cuando, en su conversación cotidiana, sustituyen el cálido y comunitario pronombre personal nous por on; una partícula que, en clase de francés, siempre se ha enseñado como una tercera persona del singular que hace referencia a entidades inanimadas. Comprenderán que, con semejante opción expresiva, con esa actitud lingüística de espectador distanciado, los franceses se lo tomen con calma cuando se mettent a hacer algo. Al menos, eso es lo que dice su propia lengua. Claro, que del dicho al hecho...