lunes, 2 de enero de 2012

Los cuentos según Gaiman (y III)



Los cuentos son como las arañas, tienen largas patas, y como las telarañas, que enredan a los hombres pero resultan preciosas cuando las ves bajo una hoja con el rocío de la mañana. (c. II)

Hay una serie de teóricos —de cuyo nombre no me acuerdo, y ni falta que hace— que defienden que, al empezar a leer un libro o un cuento, entramos en un mundo maravilloso cuyas reglas no tienen por qué seguir las del mundo real. Se produce entonces un choque de realidades en la mente del lector, que cuanto más inmerso está en su lectura, más se aleja de su punto de partida.

Cada uno de los cuentos te lleva al centro mismo de la tela, porque el centro es el final. (c. XII)

Realmente, este choque —dicen— no se hace patente hasta que no vuelves a cerrar el libro. No es, pues, hasta la salida, que nos pegamos un batacazo del quince al levantar la mirada y darnos cuenta de que ese mundo no es aquel en el que vivimos. La lectura, como dice nuestro amigo Gaiman, nos seduce, nos hechiza y nos atrapa. Suele pasar después de lecturas largas, de sagas o de colecciones de un mismo personaje —Harry Potter, El señor de los anillos, supongo que El juego de Tronos— pero no tiene por qué —a mí me pasó con Orgullo y prejuicio y eso que me la leí por quedar bien. Cuanto más tiempo estés en ese otro mundo, más duro será el regreso.

Mírenlo desde el lado positivo: ésa es precisamente la clave de que nos guste el terror. A nadie le mola verse amenazado por un monstruo que posiblemente le va a mutilar y seguramente le va a matar. Pero, si el marrón se lo comen otros nos encanta. Más aún: si esos otros son personajes no reales que presuponen un universo no real y por tanto una amenaza ficticia, los lectores estamos felicísimos porque sabemos que, de todas todas, no nos vamos a encontrar jamás en la misma situación. Cuando hablamos de psicópatas y criminales varios, el tema ya puede cambiar.

Se imaginó todos los mundos como si fueran una tela de araña: su imagen le vino a la cabeza como un destello, y vio que le ponía en contacto con toda la gente que conocía. (c. XIII)

Ah, sí. La teoría de las 500 personas, más conocida como «el mundo es un pañuelo». Solamente que, en esa otra realidad —la ficcional— tenemos un elemento particular: el narrador es quien pone en contacto a sus personajes. Lo nuestro es casualidad; lo suyo es destino. Un destino perfectamente calculado para cerrar ese pequeño universo artificial. Como en el teatro, como en la pintura, como en cualquiera de las artes, en la literatura —oral y escrita— cada pieza tiene su función, que es la de encajar en el engranaje y hacer que éste funcione. Si dos personajes se encuentran en un momento dado, es porque el narrador así lo quiere, porque la historia así lo pide. Es la lógica aplastante y necesaria del Meccano bajo la imagen caprichosa de una enredadera. O de una tela de araña: arquitectura pura y dura.

Y ahora, ¡más difícil todavía! ¿Cómo se realiza ese contacto entre elementos de las dos realidades, es decir, entre el personaje y el lector? Muy sencillo: el cuento nace de la realidad —la cabecita del autor—, crece en su mundo maravilloso —el propio cuento— y se reproduce de nuevo en la realidad —cabecita del lector. Entonces —esto ya sí que sé quien lo dice: los de la Teoría de la Recepción (creo)—, realmente, el contacto que el personaje del mundo M y el mundo R viene determinado por algo que comparten los dos personajes del mundo R, autor y lector. Y esto, ironías del destino, se llama Imaginario. Dicho de otra manera: un personaje ficticio “llega” al lector porque éste está unido al autor por una tela de araña cultural en la que se incluyen una serie de conocimientos compartidos respecto al mundo ficticio; si no hay ese punto en común entre los personajes del mismo mundo, no hay posibilidad —o ésta es muy pequeña— de encontrar la puerta al mundo maravilloso del cuento. No sé si me explico...

En definitiva —a ver si nos entedemos— los cuentos son telas de araña porque: 1) atrapan al lector, lo envuelven y lo conducen irremediablemente al centro 2) relacionan a los personajes, uniendo los hilos de su vida —¿alguien más se acuerda de las parcas?— de manera que todo el entramado se sostenga por los nudos entre un personaje y otro 3) es una especie de nube —o de envoltorio, o como ustedes lo visualicen mejor— que incluye a los actantes del mundo real, permitiendo una información compartida que les muestra la puerta entre dos mundos.

Y ahora, queridos lectores, siento decirles que el cuento se acabó y que deben ustedes salir de éste mi mundo de pajas mentales. Les deseo un feliz regreso.

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