domingo, 1 de enero de 2012

Si volvieran los dragones




Ground, now guard you goods of nobles
since heroes cannot. Here once within you
good men got it; grim death took off,
dangerous and deadly, each dear comrade,
kinsmen of mine who closed their eyes
having seen sweet days. My sword none carries
nor polishes the plated flagon,
the cherished chalice. Champions vanish.


Dice Tolkien que Beowulf está perfectamente estructurada en tres partes que corresponden a la vida del héroe. Dice Savater que El señor de los anillos se sitúa en un momento de decadencia y de términos medios. El otro día, me decía una amiga que la tercera fase ideológica de las caballerías ­—inaugurada por nuestro más preciado novelista pero que continúa en la actualidad— es aquella en la que se denuncia “la Modernidad como época vacía de conciencia y principios”.

El último episodio de Beowulf acaba con la muerte del héroe a manos —a garras— del dragón. Su espada, que le ha dado la victoria en tantos combates, le falla por primera vez. Sus hombres se refugian en el bosque y ni siquiera se plantean ayudar a su rey. A su muerte, guerras e invasiones ensombrecen el porvenir de la población. Con Beowulf muerto, mueren el honor y la valentía; mueren la paz y la prosperidad; mueren la leyenda y la esperanza.

Nuestro héroe es consciente de su fin. Es viejo: se ha enfrentado a dos gigantes y ha gobernado cincuenta años. Sabe que ésta será su última aventura, que no saldrá vivo de su lucha con el dragón. Y aún así, se viste su armadura y se hace forjar un nuevo escudo que pueda resistir las llamas. Y retoma su vieja espada, ganada en su batalla contra la madre de Grendel. Antes que rey, él era un guerrero, era un caballero que cruzó los mares en busca de aventuras y de gloria. Su último deseo, morir como aquello que fue; morir en la lucha; morir con las botas puestas.

Siglo VIII. Parece mentira cómo este canto épico adelanta ya un sentimiento tan actual. Siglo VIII y un final posmoderno: el héroe muere, y ahora, ¿qué? Ahora la codicia y la cobardía. Ahora las guerras y el miedo. Y el hambre. Y la pobreza. Ahora no hay un campeón que nos salve, no hay un rey que nos defienda. Estamos solos: solos frente al mundo; solos frente al dragón, frente a las invasiones. Ni siquiera: el dragón murió con el héroe.

Estamos solos porque no creemos en nada. No hay héroe porque nosotros lo matamos, nosotros dejamos que muriera. Somos los caballeros cobardes que no entraron con su rey en la cueva del dragón. Y ahora, ¿qué? Ahora sufrimos las consecuencias de nuestros actos. Ahora pagamos cara nuestra cobardía. Ahora, queridos lectores, tenemos que enfrentarnos solos al mundo. Sin héroe que nos guíe en la batalla. Sin rey que nos garantice la paz. Es nuestra culpa. Nosotros lo hemos buscado. Ahora toca apechugar.

1 comentario:

  1. Con todo, constituye de alguna forma un cierto grado de emancipación: nadie, ningún rey, héroe o mesías, nos va a salvar; el mundo carece de sentido, "is a tale told by an idiot full of sound and fury, signifying nothing", y nos toca vivir sin consuelo. El héroe trabajaba a sueldo. El monstruo sucumbió tras un largo proceso de encierro, represión y domesticación en una institución educativa. El tesoro incomparable que el monstruo guardaba fue vendido. Nosotros nos hemos vuelto unos neuróticos, y, por la noche, habiéndonos acostado tras una vana e inacabable lucha hecha de misteriosos manejos inútiles, sentimos el acoso de la angustia, los escrúpulos y los autoreproches sin fin. Nos queda, eso sí, reírnos del rey, que estaba desnudo, del héroe, que era un hipócrita, del dinero con que aquél pagaba a éste, y, sobre todo, reírnos también de nosotros mismos. Miedo me da releer lo que he escrito.

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