Mais ce qu’il y avait de plus admirable à
Babylone, ce qui éclipsait tout le reste, était la fille unique du roi, nommée
Formosante. Ce fut d’après ses portraits et ses statues que dans la suite des
siècles Praxitèle sculpta son Aphrodite, et celle qu’on nomma la Vénus aux belles fesses. Quelle différence, ô ciel ! de l’original
aux copies ! Aussi Bélus était plus fier de sa fille que de son royaume. Elle
avait dix-huit ans : il lui fallait un époux digne d’elle ; mais où
le trouver ? Un ancien oracle avait ordonné que Formosante ne pourrait
appartenir qu’à celui qui tendrait l’arc de Nembrod. Ce Nembrod, le fort
chasseur devant le Seigneur, avait laissé un arc de sept pieds babyloniques de
haut, d’un bois d’ébène plus dur que le fer du mont Caucase, qu’on travaille
dans les forges de Derbent ; et nul mortel, depuis Nembrod, n’avait pu
bander cet arc merveilleux.
Aquí el amigo
Voltaire. Voltaire es uno de esos tipos franceses empelucados del siglo
XVIII que nos pintan de malísimos porque quieren enseñarnos y educarnos a
través de la literatura. Lo que no nos cuentan es lo hace con una de cal y una
de arena, que se nos alterna una princesa que viaja en grifo con un huevo de fénix en
el bolsillo —quien haya leído El
prisionero de Azkaban sabe de qué estamos hablando—, con una disertación
sobre la resurrección de las almas en humanos y animales digna de la choni de Ciudad K. Lo que no nos dicen es que,
junto a un príncipe azul montado en un unicornio y sacado directamente de las
novelas de caballerías, encontramos una defensa del vegetarianismo y del
respeto mutuo con ligeros ecos de derechos humanos, aliñados con toques de
abolición estamental y monarquías democráticas. Lo que no nos cuentan es que al
señor Voltaire le pasó con la Semana Santa sevillana lo mismo que a los de Mission Imposible II, pero con la
Inquisición de por medio.
Lectura recomendada en las colecciones de literatura
juvenil, las aventuras de Formosante, que recorre el mundo en busca de su amado
Amazan —el del unicornio—, pueden plantearse como un popurrí de literatura
clásica, a caballo entre la Eneida y
las Fábulas de Esopo, con una ambientación
de lo más maravillosa y una crítica socio-política de lo más sutil. Formosante
viaja siguiendo a su amado —que por el chascarrillo de un mirlo cree que ella
le ha puesto los cuernos—, y recorre países y ciudades de lo más exóticas, encontrando
en cada una una serie de personajes que la instruyen; o, por lo menos, que la
instruirían si ella no estuviera tan preocupada por encontrar a Amazan. (Estos adolescentes...) Así, mientras
en Babilonia se cuece una guerra por el quítame-allá-esas-pajas de los
pretendientes rechazados —amén del amante de la prima de Formosante, que se
cree heredera del trono por líos familiares a la shakespeariana—, ella pasa por
China y Cimeria, imperios de la tolerancia de creencia y de una justicia social
que recuerda el lema del drapeau
galo. Hasta ahí las sutilezas, porque de repente cambiamos de protagonista y,
con Amazan —dolorido corazón traicionado; vencedor del arco de Nembrod y de un
terrible león— el viaje deja de ser por ciudades míticas —razones universales— y
se convierte en un recorrido por Europa, sacando los trapos sucios de los
Países Bajos —los que no crean nada pero tienen la patente de todo—, Inglaterra
—divino, el pasotismo de milord What-then—,
Alemania —filosofía y razón, pero una frialdad personal de lo más molesta—, Italia —la fiesta permanente de los
niños de Europa— y España. Ahí, quizá, es donde el cuento deja de ser tan
cuento y, malgré el humor de la
narración —un tanto negro— y los fénix y unicornios, Voltaire nos la mete doblada uno a uno. (Repito:
eso de que se acuse a la princesa de bruja por hacer negocios con judíos y se
la denuncie a los «druides rechercheurs
anthropokaies», pega duro al orgullo de raza.)
Lo peor, sin duda, un final digno de Pérez-Reverte:
precipitado y mal atado, no es de extrañar que las dos últimas páginas sean un captatio benevolentiae en el que Voltaire
aprovecha para decirnos el pecado y el nombre del pecador, retando a toda la
censura de la Inquisición y de la Academia Francesa en una estratégica desviación de la atención hacia enemigos externos para disimular los errores propios. Servidora,
que viene de leer lo que viene de leer —y esta perífrasis es un galicismo
calculado, oigan— no puede menos que acordarse de ciertos molinos de novela,
pero también de cierto tipo duro de esos que, ellos solos, se cargan a todos
los malos y no miran atrás en las explosiones (pero con peluca, que les recuerdo que estamos en el XVIII). En cualquier caso, afirmaciones como «ne manquez pas de dire dans vos feuilles,
aussi pieuses qu’éloquentes et sensées, que la Princesse de Babylone est hérétique, déiste et athée», pican
la curiosidad sobre el tipo de relaciones que el señor Voltaire mantenía con
esos castillos de la sabiduría y del buen gusto de la época. Más aún, pican la
curiosidad entre, precisamente, esa intención didáctica-moral que dichos
castillos defendían y la forma de llevarla a cabo que proponían, ya que no cabe
duda de que es en este último punto donde nuestro amigo franchute discrepaba con sus jefes porque, ¿quién se va a creer que un pájaro hable? ¡Eso no es real! ¡Eso no es verisímil! ¡Eso no se debe publicar por muchas verdades que diga y por mucho que eduque! Personalmente,
si me permiten la impertinencia, yo soy de aquellas que cree más la palabra de
un fénix que la de una persona: quieran que no, la persona piensa como persona
y por tanto no es objetiva, pero el fénix...; eso ya es otro cantar: si lo dice un fénix, tiene que ser cierto.
Bueno con la Formosante... La historia de la princesa que vuela sobre un grifo en busca de y con un huevo de fénix en el bolsillo, me ha recordado bastante al personaje de Daenerys Targaryen en "Juego de tronos". Lo único que ésta va a caballo por una isla y, ¡oh, sorpresa! con ellos nos puede navegar hacia la tierra que le corresponde por herencia. Añádesele, 'par contre',que es la madre de los dragones todopoderosos, con cuyos huevos va cargando en busca de un barco con el que ir hacia la batalla, la dignidad y el reino. Aventura en toda regla. La estocada final la da el hecho de que para que estos dragoncitos salgan del cascarón y monten el pifostio en el que se basa la historia, la madre tiene que inmolarse en un fuego. Personificación del fénix totalmente + la novedad de ir acompañado de sus polluelos. ¡Una monada de reutilización literaria tradicional!
ResponderEliminarY la comparación de Voltaire saliendo de una explosión... Me lo imagino tipo Bruce Willis empelucado en "El caso Slevin" o en "Jungla de Cristal" saliendo de la explosión de un helicóptero to chulo y luciendo la diminuta herida en la frente, señal de reconocimiento y gallardía. ¡Como para no hacer una captatio! Anda que no sabía ni nada el amigo Voltaire. Si se hubiesen quedado los franceses un poquito más a este lado de los Pirineos...
Un beso.