Todas y cada una de las personas que han habitado, habitan o habitarán en este planeta tienen su propia canción. No es una canción escrita por otra persona. Es una canción con su propia melodía y sus propia letra. Son pocos los que llegan a cantar su propia canción. La mayoría tememos que nuestra voz no le haga justicia, o que nuestras palabras sean demasiado tontas, o demasiado honestas, o demasiado raras. Así que la gente acaba viviendo las canciones de los demás en lugar de cantar la suya propia. (c. VII)
¿Veis? ¡Si es que no soy la única loca que dice que la vida puede ser un musical! ¡Claro! Anda que no alegra el día llegar por la mañana y saludar al personal con el Good morning de Cantando bajo la lluvia. O va alguien y se mosquea, y entonces le cantas el Let it be. O, no sé, llega alguien a rayarte y le saltas lo de Don’t rain on my parade. Hay una canción para todo. (Siento no dar más ejemplos, pero en este momento llevo en el mp3 todo Disney y no se me ocurren).
Lo que pasa es que somos así de idiotas y nos da vergüenza. Hay que joderse: para un karaoke, con micro y sobre un escenario —que nos vea bien todo el mundo— hacemos cola para desgañitarnos y desafinar a piacère, y eso que encima vamos jumaos. Ahora, que uno está tranquilamente por los pasillos de la facul y tú ponte a cantar, que los caretos del personal son un poema. Pero ¡eh!, no me vengáis con cuentos chinos con el corto ése de las 7.35, que eso no me vale: si uno canta, canta; lo de obligar al resto ya es otra historia. Además, a la peña le gusta cantar, así que si no te achantas y sigues, te acaban haciendo los coros. Comprobado, ¿eh?
Lo que pasa, decía, es que nos da vergüenza. Nos sentimos inseguros. Pensamos que desafinamos, o que no tenemos voz, o que ponerse a cantar en medio de la calle o de la oficina o de cualquier sitio público es cosa de borrachos y pirados. ¡Qué diablos! ¡Y a quién le importa! (¿Veis? Hay canciones para todo.) O, también, que no tenemos un buen repertorio a mano, que no se nos vienen las canciones a la cabeza en el momento oportuno. Realmente, una canción es como un refrán: tienes que cantarla cuando salga a colación, si no, no vale. Aunque sean sólo un par de estrofas.
En definitiva, que a la postre, si no cantamos no es porque no queramos, sino por el miedo del qué dirán. Es decir, son los otros —la sociedad— la que coharta nuestra creatividad, la que nos impide expresarnos como nos dé la real gana. O, peor todavía, somos nosotros quienes nos autocensuramos pensando en lo que los otros pensarán de nosotros si de repente nos ponemos a cantar y bailar en medio de una cafetería o de una plaza. Y eso sí que es grave: que la sociedad nos cape es una putada; que lo hagamos nosotros mismos por lo que ella pueda pensar, eso es ser gilipollas. Especialmente si hablamos de canciones —no le busquen tres pies al gato, que para otras cosas tipo instintos asesinos, un poquito de autocontrol no viene mal.
Y es que ya se sabe: la música amansa a las fieras. La música hacernos cambiar de humor en el suspiro que tarda entre que empieza la intro y reconoces la canción hasta que empieza el cantante y tú ya estás con la voz preparada para ponerte a berrear. Porque, a ver, ¿quién no se pone la canción X por la mañana y se le alegra el día? ¿O la canción Z y se pone de un agresivo que pa qué? (No sé si algún lector le pasa. Yo tuve que dejar de escuchar a Extremoduro mientras conducía.)
La gente toma la forma de las canciones y los cuentos que les rodean, especialmente si no tiene una canción propia. Y en los tiempos del Tigre todas las canciones eran siniestras. Comenzaban con lágrimas y terminaban con sangre, y eran las únicas historias que aquellos hombres conocían. Y entonces llegó Anansi. (…) Pues bién, en los cuentos de Anansi había ingenio, bromas y sabiduría. (…) En ese momento fue cuando la gente empezó a usar la cabeza. Algunos creen que las primeras herramientas fueron las armas, pero es justo al revés. En primer lugar, la gente es la que interpreta para qué puede servir determinada herramienta. La muleta fue siempre antes que la cachiporra. Porque entonces la gente contaba cuentos de Anansi, y empezaba a pensar en cómo conseguir un beso, o cómo conseguir algo a cambio de nada siendo más listo o más gracioso que otro. Y entonces fue cuando se empezó a construir el mundo. (c. XI)
Nada, nada: que cantar es bueno para la salud. Que deberíamos pasarnos por el forro lo que piensen los demás, y deberíamos olvidarnos de lo que dice la sociedad sobre los lunáticos cantarines, y mandar al carajo a los amargados que defienden que los musicales no son algo natural. Lo que tendríamos que hacer —lo que de verdad deberíamos hacer—, es dejarnos llevar. Dejarnos llevar por nuestro estado de ánimo y por la música que lo acompañe. ¡Seamos libres! ¡Cantemos también fuera de la ducha y del karaoke! ¡Pongamos BSO a nuestra vida! ¡Convirtámosla en un musical! Y, al que no le guste, que se tape los oídos.
…and music makes me do
the things I never should do!
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