Aviso a navegantes: El siguiente texto gira en torno a
palabras malsonantes que pueden herir su sensibilidad.
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Are you kidding? I can give a fuck with your
fuck. Just don’t fuck with my investigation, you fuck.
A Debra Morgan, hermana de Dexter, se la conoce por un rasgo
muy claro: es malhablada hasta decir basta. Sin embargo, si nos paramos a
escucharla, vemos que su repertorio de improperios se reduce a un abanico de
vocabulario más que limitado: fuck y
derivados. Que esto sea consecuencia de la dinámica propia a la lengua inglesa
basada en la polisemia —esto es, una misma palabra con tropecientos
significados— o rasgo propio del personaje, no viene al caso. Lo que sí viene
es, precisamente, la problemática que esto plantea en una traducción al
español, lengua que se caracteriza por un vocabulario extenso y por la
matización que cada palabra aporta al campo semántico al que pertenece.
Dejemos a un lado el hecho de que, en el doblaje de una
serie o película, o incluso en el añadido de subtítulos, prima un principio de
economía basado en el tiempo y en la coordinación entre una imagen que lleva un
ritmo lingüístico determinado, y la superposición de otro ritmo lingüístico
que, por lo general, requiere más tiempo. Normalmente, se dice que la
traducción de un texto inglés da un texto en español un 20% más extenso,
descuadre que, en el caso del doblaje, se presenta en el tiempo —la
pronunciación o el diálogo— y no en el espacio —el número de líneas o páginas—.
Obviamente, este principio de velocidad subordina a aquel en el que aquí
estamos más interesados: el del significado real de la expresión; dicho de otra
manera, la traducción correcta en función de su matiz semántico, y no la
necesaria en función de la economía temporal, que es la que seguramente oiremos
en la serie.
Decíamos, pues, que Debra Morgan tiene un repertorio de
tacos tan pobre que se reduce, prácticamente, a una palabra. Sin embargo, a
pesar de que prácticamente una de cada cuatro palabras que suelta sea esa, no
podemos decir que su discurso sea incoherente o ininteligible; muy al
contrario, creo que para los que no somos angloparlantes nativos, hasta nos
hace un favor. En cualquier caso, esto plantea un problema a la hora de
traducirlo, ya que en español es absolutamente imposible la fidelidad de forma
y contenido a un mismo tiempo; es decir, si fuck
se ha traducido primeramente por “follar” y, en segundo lugar, por “joder”, no
podemos decir que siempre que aparezca la palabra inglesa, la expresión
correspondiente en español haga referencia directa a estas dos formas. No nos
olvidemos de que, cuando en una serie americana oímos una traducción tipo “jodido
idiota” —fucking idiot—, nos puede
sonar natural a fuerza de costumbre, pero nosotros, hablantes nativos de
español, jamás utilizaríamos esa expresión: se trata de un anglicismo, una
traducción extranjerizante que obedece, las más de las veces, a la priorización
de otros factores sobre el lingüístico.
Dejando a un lado algunos usos a los que ya estamos
acostumbrados —What the fuck? como “¡Qué
coño!”, o Don’t fuck me! como “¡No me
jodas!”, e incluso el uso verbal que ya hemos explicado—, veamos algunas de las
traducciones posibles en el diálogo de nuestra querida malhablada Morgan. La cita
era: “Are you kidding? I can give a fuck
with your fuck. Just don’t fuck with my investigation, you fuck.”
Según el diccionario, to
give a fuck significa “importar un pito, una mierda o un carajo”. Personalmente,
yo siempre me quedo con lo de “carajo”, porque, a efectos de agresividad, creo
que está en el término medio. En cualquier caso, esta triple opción da lugar,
primero, a esa desaparición de la palabra original inglesa y, por supuesto, de
su connotación; después, a una posibilidad de elección del término condicionada
por factores extralingüísticos, esto es, del contexto de emisión del mensaje
—en este caso, la escena concreta de este diálogo, en la que Debra se pelea con
su ex, Quinn—. Hablamos aquí de gustos personales, pero también de la relación
existente entre hablante y oyente, cariz de la conversación y nivel de agresividad.
En este caso, por ejemplo, yo optaría por “me importa una mierda”.
El segundo fuck
que aparece responde al uso nominativo de la palabra, es decir como nombre. La traducción
más utilizada es la de “polvo”, y creo que en este caso es la más acertada. La frase
entera quedaría parecida a esto: “Me importa una mierda tu polvo”. Hemos de
decir, para que el lector no se pierda demasiado, que ese polvo es el que Quinn
ha echado con una testigo del caso. Entenderán ahora la primera elección de la
traducción: el cabreo de Debra se debe tanto a que su ex se haya liado con otra
como a que ese polvo les ha jodido la investigación.
En el tercer caso —don’t
fuck with my investigation— volvemos a ese uso primigenio en el que la
traducción mantiene la idea sexual y la vulgaridad de la expresión del inglés,
es decir, “joder” en su uso verbal. De hecho, la complicación en la traducción
de esta frase proviene más de la estructura gramatical que de la palabra en sí,
barajando diferentes opciones como “No me jodas la investigación” o “No jodas
mi investigación”. Si nos queremos poner pejigueros, podemos además señalar la
diferencia semántica de cada una de las opciones: mientras que en la primera a
quien se jode es a la hablante a la hora de realizar la investigación, en la
segunda lo que se jode es la investigación misma. Como no soy traductora y esto
no lo va a ver ningún público, en este momento nos da un poco igual coger una u
otra, así que ahí queda.
Por último, encontramos un you fuck en el que el uso de esta palabra es adjetival. Posibles opciones
serían insultos tipo “capullo”, “gilipollas”, “cabrón”, etc., en los que la
mayor diferencia que podemos encontrar es, como en el primer caso, el grado de agresividad
que se busca. Para ello hay que tener en cuenta la relación de los dos
participantes de este acto de habla —en cristiano, los dos personajes de la
escena—; es decir, que estaban tan ricamente liados y han roto porque él la ha
jodido proponiéndole a ella matrimonio —los hay sin luces, oye—, y que él acaba
de liarse con una testigo por puro despecho, poniendo en peligro una
investigación tocha; a grosso modo,
podemos decir que todavía hay cariño pero también un cabreo del copón. Dicho esto,
“capullo” me parece demasiado suave —además de que en inglés mismo hay otros
términos con ese mismo nivel de agresividad, pero que Debra Morgan no tiene por
qué conocer—, pero “cabrón” me parece excesivo si se dice en serio entre dos
personas que parece que todavía se quieren —y no digamos “hijo puta”, que
también sería factible—. Personalmente, yo optaría por “gilipollas”, pero,
obviamente, ahí entramos en cuestiones de gustos personales y de percepciones
subjetivas del significado del término y de su matiz en la escala de gradación
de los insultos españoles.
De esta manera, nos quedaría una traducción parecida a ésta:
“¿Me estás vacilando? Me importa una mierda tu polvo. Simplemente, no jodas mi
investigación, so gilipollas.”. Sea o no una buena traducción —lo dicho: yo no
soy traductora; ni ganas— y dejando al margen ciertos detalles que no vienen al
caso —lo de “vacilando” y el “so”—, vemos cómo, en español, en ningún caso
hemos repetido la palabra. Cierto que se mantiene el registro vulgar y, en tres
de los cuatro casos, la connotación sexual, pero, en nuestra lengua, lo más
natural es diferenciar los valores semánticos —de significado— por medio de
diferentes términos; esto es, frente a la polisemia del término inglés, la
riqueza de vocabulario del español. Una polisemia, ésta, que antes proponíamos
como inherente al idioma en sí, puesto que el inglés, si se han fijado, tiende
a utilizar una misma palabra de cien maneras diferentes; no hay más que ver
cómo, en dos simples frases, fuck aparece
con valor nominal, adjetival, verbal y de frase hecha.
Por supuesto, esto puede dar pie a considerar el inglés como
una lengua primitiva, pobre de vocabulario, frente a la riqueza lingüística del
español, pero no debemos olvidar que, por las mismas, se puede considerar el
español como una lengua excesivamente barroca, en la que —al igual que en
ciertos puestos administrativos— se repiten los contenidos semánticos de manera
absurda, desafiando a una de las primeras leyes del lenguaje: la economía. Podríamos
decir entonces que la mayor diferencia semántica entre ambas lenguas es su eje
de funcionamiento: en el inglés, la polisemia, y en el español, la sinonimia; esto
es, en el primer caso, una palabra con muchos significados y, en el segundo, un
mismo significado en muchas palabras. Dicho esto, sólo nos quedaría pensar
hasta qué punto esta diferencia determina el uso lingüístico de cada idioma,
sea en poesía, en chistes, o mismamente a nivel cotidiano. Pero eso es meterse
en camisas de once varas y no estamos aquí para eso. Dadas las claves,
discurran ustedes.
Yo pensaba que la riqueza de vocabulario del inglés era vastísima. La frase de Debra Morgan es preciosa.
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