Cuenta la leyenda que Mr. Willy Wonka era un gran inventor
de dulces: en su fábrica se habían creado chicles que no pierden el sabor y
helados que no se derriten con el calor; se le describía como un hombre amazing, fantastic o extraordinary,
como magician o genious. Los caramelos de la Fábrica Wonka eran los más famosos de
todo el mundo, los más vendidos. Sin embargo, un día, la competencia empezó a
copiar sus productos: el espionaje corporativo se había infiltrado, vendiendo
al mejor postor los más preciados secretos del inventor, y éste decidió
despedir a todos sus empleados y cerrar la fábrica. Diez años más tarde, de
nuevo las chimeneas de la Fábrica Wonka empezaron a echar humo, pero nadie
volvió a ver nunca las puertas abiertas: ni un alma entraba o salía; ningún
trabajador.
Obviamente, a lo largo del recorrido en el que el lector
acompaña a Charlie, nos enteraremos de quiénes son esos misteriosos
trabajadores con los que Mr. Wonka reabre su fábrica, manteniendo sus fórmulas
secretas a salvo. Se nos presentan entonces esos simpáticos gnomos cantarines
—y algo maliciosos— que son los Oompa-Loompas. Pero, ¿qué sabemos en realidad
de ellos?
Los Oompa-Loompas, explica Mr. Wonka en el capítulo 16, vienen de
Oompa-Loompalandia, un terrible país dominado por una peligrosa selva
infestada de hornswogglers, snozzwangers y whangdoodles —ni se molesten en coger un diccionario, porque no
vienen— empeñados en comerse a los pobres Oompa-Loompas. Estos, para
sobrevivir, vivían en los árboles, comiendo distasteful
hojas y raíces y soñando con deliciosos granos de cacao, su comida favorita. Hasta
que, un día, Mr. Wonka llegó a Oompa-Loompalandia y les hizo una oferta
imposible de rechazar: si venían a su fábrica, podrían vivir sin miedo al
ataque de los hornswogglers, snozzwangers o whangdoodles; si trabajaban para él, tendrían todo el cacao y el
chocolate que quisieran. Entonces, el jefe de los Oompa-Loompas reunió a su
pueblo y todos —hombres, mujeres, niños y ancianos— decidieron por unanimidad
aceptar la oferta de Mr. Wonka.
Hasta aquí, la acción del inventor y empresario parece de lo
más filantrópica y bienintencionada. Sin embargo, ya desde el principio vemos
ciertos gestos que no nos terminan de cuadrar con esta imagen. Para empezar,
los Oompa-Loompas fueron transportados a la Fábrica Wonka en grandes cajas de
madera con agujeros; es decir, fueron empaquetados como mercancía —digamos, ¿animales?—,
sufriendo un viaje sin luz, sin apenas ventilación y sin posibilidad de salir a
estirar las piernas. Personalmente, el asunto me recuerda a la trata de
blancas.
Sigamos. Una vez llegan a la fábrica, y puesto que nadie de
la ciudad ve entrar o salir trabajadores —«That
is one of the great mysteries of the chocolate-making world. We know only one thing about them. They are very small. The faint shadows
that sometimes appear behind the windows, especially late at night when the
lights are on, are those of tiny people.»—, supondremos
que los Oompa-Loompas viven allí, completamente aislados del mundo exterior. Hablamos
de una tribu entera, del total de una población encerrada en los sótanos de una
fábrica —por muy fantástica que sea—. Recordemos que el objetivo de Mr. Wonka
es evitar el espionaje corporativo pero, ¿hasta qué punto podemos considerar
ético el aislamiento de toda esta gente para mantener a salvo sus secretos?
¿Es lícita la alienación a la que expone a sus trabajadores? ¿Eran ellos
conscientes de las cláusulas del contrato cuando dejaron Oompa-Loompalandia, o
estamos ante el mismo tipo engaño que los esclavistas coloniales utilizaban con
las tribus africanas? Los Oompa-Loompas aparecen descritos como una sociedad casi
primitiva, que vive en selvas y se viste con hojas de árboles. ¿No es la
acción de Mr. Wonka la propia del occidental para con este tipo de pueblos? ¿Es
denunciable esta situación desde el punto de vista de los derechos humanos, o
acaso los Oompa-Loompas no entran dentro de las consideraciones de esta carta?
Dejemos a un lado cuestiones de salario: Mr. Wonka prometió
comida y alojamiento, y eso les da. Toda una ciudad de Oompa-Loompas —con niños
jugando y todo— se esconde en el corazón de la fábrica (capítulo 25); cacao y mantequilla de
whisky y ginebra a piacere (capítulo 23). Aparentemente, el trato es justo, puesto que,
si no salen a la ciudad, ¿para qué van a necesitar un salario monetario? Con el
pago en especie es más que suficiente. Por lo menos, con tanta canción —una por
niño desaparecido, a destacar la del último, crítica de la televisión y defensa de la
lectura—, parece que los trabajadores están felices.
Sin embargo, no debemos perder de vista el rasgo más
importante del propietario de la fábrica: antes que empresario, antes que
director, Mr. Willy Wonka es inventor. Inventor de dulces, pero inventor. Y,
como todos los inventores, necesita probar sus productos antes de lanzarlos al
mercado. ¿Con quién? Adivinen, damas y caballeros.
A lo largo de la novela, encontramos tres referencias del
uso de los Oompa-Loompas como conejillos de indias. En el capítulo 19, se habla
de un nuevo toffee que hace crecer el pelo a los niños calvos —idea discutida
por algunos visitantes por absurda—, pero que todavía no está terminado ya que
en las pruebas, el Oompa-Loompa catador se ha convertido en una especie de
primo Eso —el de La familia Addams— al que le crece el pelo más rápido de lo que es posible cortárselo. En el capítulo 21, cuando la niña de los chicles se convierte en un arándano
gigante, Mr. Wonka explica que lo mismo ha pasado cuando ha probado el chicle
alimenticio con los Oompa-Loompas, y que la única manera de devolverles a su
forma natural es exprimiéndoles —lo de devolverles el color normal no se había
conseguido—. En el capítulo 22, el inventor advierte del peligro de las bebidas
gaseosas que hacen volar, y de cómo cometió el error de probarlo en el
exterior, perdiendo a un Oompa-Loompa como se pierde un globo en el cielo.
Pensemos ahora en estos pobres Oompa-Loompas a los que se le
ha desgraciado la vida; pensemos en su familia y sus hijos; pensemos en la
situación de alienamiento en la que se encuentran. Pensemos en Mr. Wonka y en
su fantástica fábrica, en sus fabulosos dulces, en sus inventos imposibles.
¿Magia? En absoluto: investigación. Investigación y ensayo; prueba y error. Y,
para ello, ¿qué mejor que los Oompa-Loompas? ¿Qué mejor que unos especímenes
total y absolutamente desconocidos por el resto de la humanidad, sobre cuyos
derechos y situación de explotación no se va a presentar ninguna polémica? ¿Qué mejor que toda una tribu
con familias enteras que se reproducen sin ningún problema, proporcionando más
sujetos de prueba de forma natural? Esa ciudad instalada en el sótano de su
propia fábrica, ¿no les recuerda a esas habitaciones llenas de jaulas para
animales de laboratorio que aparecen en las películas? Si dicen que no hay
mejor laboratorio que la cocina, ¿no es acaso Mr. Willy Wonka un científico
loco, un megalómano sin escrúpulos sólo preocupado de monopolizar el mercado de
los dulces, de llevarse el la fama de creador de caramelos imposibles, sin
importarle el daño que ello pueda provocar? No en vano, reiteradamente hace
oídos sordos a los reproches y críticas de sus inventos por parte de sus
visitantes, insistiendo siempre en que no se le interrumpa en las explicaciones
de sus productos. ¿No es acaso éste uno de los rasgos propios del científico
loco, explayarse hablando de sus inventos y quitarse de enmedio a sus críticos?
¿Os habéis fijado con qué cinismo y tranquilidad se deshace de los cuatro niños
pedorros y relata a sus padres los peligros que les acechan en las oscuras profundidades de ese laberinto?
Podríamos decir que Mr. Willy Wonka es un lobo con piel de
cordero; podríamos decir que es la bruja de Hansel y Grettel, que es el Doctor
Moreau. ¿Y los Oompa-Loompas? Los pobres Oompa-Loompas son las víctimas de este
megalómano: son sus esclavos, sus conejillos de indias. Mr. Wonka se aprovechó
de su inocencia y les engatusó —de los tres predadores de Oompa-Loompalandia,
el único con un parecido razonable en el diccionario es hornswogglers: aunque no aparece como tal, el verbo hornswoggle quiere decir engatusar,
embaucar—; engañó a este pueblo primitivo, inocente, prometiéndole cubrir sus
necesidades más básicas, pero ¿a cambio de qué? A cambio de su propia vida, de
disponer de ellos a su antojo.
Ahora, damas y caballeros, la pregunta, la gran pregunta, es
la siguiente: ¿fue consciente el autor de la lectura que se podía sacar de la
situación de los Oompa-Loompa? ¿Es ésta un error de cálculo o sabía perfectamente que un lector adulto podría interpretarla de esta manera? ¿Es
parte de su ironía característica, de esa crítica social ácida y mordaz que
presenta en su obra para adultos? ¿Mr. Willy Wonka fue concebido como un personaje
positivo, como ese mago que hace las delicias de niños y mayores, o bajo tanto
color, tanta maravilla, Dahl escondió lo que hemos deducido aquí? Eso, queridos
lectores, es el gran misterio, la gran pregunta de la que nunca tendremos respuesta.
PD: todo lo anterior sólo es válido para el libro. Los Oompa-Loompas de Tim Burton dan demasiado mal rollo como para ser las víctimas.
ResponderEliminarLos Oompa-Loompas de Gene Wilder eran más malrollescos que los de Johnny Depp
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