Su amor me torna en
otro hombre,
regenerando mi ser,
y ella puede hacer un
ángel
de quien un demonio
fue.
Ira, miedo, impaciencia... Creo que todos estamos de acuerdo
en que la lujuria no es, precisamente, uno de los principales pecados que
llevan el alma del jedi al Reverso Tenebroso. (O, por lo menos, nada en dos
trilogías hace pensar lo contrario). Sin embargo —y salvando las distancias—, lo
que sí podemos decir es que existen ciertos parecidos razonables entre uno de
los grandes malvados de la historia del cine y uno de los grandes pecadores de
la del teatro y la literatura.
Tengamos primero un detalle en cuenta: el Tenorio es un Don
Juan pero no todos los Don Juanes son Tenorios. La grandeza del texto de
Zorrilla es la salvación, en última instancia, del alma del pecador condenado.
¿Que cómo? Por amor, obviamente: estamos en pleno Romanticismo, señores, y esos
detalles no pueden olvidársenos a la hora de realizar un análisis literario
serio, científico y sin ningún viso de sobreinterpretación (como en el caso
presente). El Tenorio se salva por el amor de doña Inés, que le transforma,
haciendo que se arrepienta en el último momento y salvando su alma de la
condenación eterna.
En pleno siglo XX, sin embargo, y en un contexto épico como
el de La Guerra de las Galaxias, en
el que apenas si cabe el desarrollo de un tema ligeramente esbozado por una
relación que recuerda a La fierecilla
domada y en el que, como toda novela de caballerías, prima la quête de la identidad perdida por parte del
caballero andante, ese amor salvador toma por fuerza un cariz paterno-filial
mucho más acorde a esta última. No es, así, la amada la que salva al pecador:
antes bien, podría considerarse a ésta culpable de su condenación, de la misma
manera que el destierro y la desgracia de Lancelot provienen de su amor por la
reina de Logres. Sin embargo, no nos interesan aquí la pifiada cinematográfica
que constituyen los tres primeros episodios de la saga, sino la obra maestra circunscrita
a las tres primeras películas.
La salvación del alma jedi de Darth Vader proviene del amor
de su hijo, de la compasión y la fe en una restauración de la conciencia del
Bien largo tiempo olvidada por el secuaz del Emperador. Si las palabras de este
último son hiel empleada en alimentar el odio y en minar la conciencia moral
del antiguo jedi —en atraerle al Lado Oscuro, en definitiva—, las de aquel se
presentan para el padre como una rayo de esperanza para su drama personal: tras
la amada perdida, el hijo reencontrado como posibilidad de restauración gracias
a la fuerza del amor. Nada más importante, en la última película de la saga,
que el reconocimiento y la insistencia de Luke en llamarle padre, término que,
por sí mismo, sirve de recordatorio a lo que una vez fue, poniendo así en
entredicho las mezquinas palabras de un Iago cuya lengua bífida comienza a
quebrarse ante el renacimiento de un sentimiento tradicionalmente asociado al
Bien. Sin prisa pero sin pausa, la repetición del apelativo en labios de un
espejo de sí mismo que hace frente a la tentación mezquina del intrigante, que
siembra por primera vez en muchos años la sombra de una duda, sirve ya desde la
segunda película como semilla de un pensamiento crítico y de una autoconciencia
que, sin embargo, no tiene culminación hasta ese momento clave en el que Vader
se ve invadido por el sentimiento paternal de protección de las crías, nada más
y nada menos que frente al ataque sin piedad del Emperador contra esa
sugerencia de felicidad encarnada en el portador de su antiguo apellido. La acción
serena y la seguridad del hijo con respecto al padre y a sí mismo, y que poco a poco han ido haciendo
mella en Vader, no pueden menos que establecer dicho ataque a la sangre de su
sangre como un ultimátum en cuanto a su postura respecto a las fuerzas del
Infierno a las que tanto tiempo ha servido. Como el Tenorio ante el fantasma de
doña Inés, el Darth se replantea así su vida y sus acciones, dándose cuenta de
su error y, en última instancia, arrepintiéndose.
Si las lecturas políticas que se han realizado al respecto
de esta saga son muchas, no podemos sin embargo olvidar las cristianas. Las referencias
a las novelas de caballerías cobran, en este sentido, una importancia especial:
hablábamos más arriba del amor de Lancelot, pero no podemos olvidar tampoco la
búsqueda del Grial y el sacrificio personal de los caballeros por encontrar el
copón bendito, símbolo de la salvación del alma. En el caso de Darth Tenorio,
además, se pone de relevancia la mejor de las proposiciones por parte del
catolicismo: toda una vida de pecado y una salvación final gracias a cinco
minutos de arrepentimiento. ¿La causa de dicho arrepentimiento? El amor,
obviamente: el sentimiento condenado al olvido por un sufrimiento —¿o acaso
esto es una relectura posterior a la realización de la obra original?— y que
renace con el descubrimiento del fruto de ese primer amor; el amor en sus
formas más puras y sagradas —la amada, el hijo— de la cultura occidental. La legitimidad
de ese amor paterno-filial sustituye pues, en esta saga de caballeros andantes
y llaneros solitarios, a la del amor romántico del Tenorio, pero en ningún caso
desaparece el sentimiento como medio de salvación del alma. Vader responde así
a toda una cosmovisión religiosa que la literatura —y la ficción en general— ha
ensalzado: la transformación de Darth Tenorio supone una nueva oportunidad
basada en el olvido del pasado como siervo del Reverso Tenebroso, como figura
clave de un sistema dictatorial, perseguidor de la libertad, torturador y
genocida. La ironía católica de Zorrilla cobra así un nuevo sentido bajo la
visión inconsciente del realizador americano de los años 70.
En cuanto a nosotros, ni qué decir tiene que esta idea del
postrer arrepentimiento como puerta a una salvación inmerecida está
intrínsecamente ligada a la picardía hispana que tanto nos caracteriza. No en vano,
podemos presumir de haber sido los únicos en convertir un dicho de Diógenes,
extendido a lo largo y ancho del mundo occidental, en centro y cetro de una de
las más importantes obras teatrales de nuestra literatura, aprovechando hasta
límites insospechados la sabiduría popular que recoge nuestro refranero y los
vacíos legales de la creencia cristiana. Recuerden pues, como Darth Tenorio,
que «más vale tarde que nunca».
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