miércoles, 25 de enero de 2012
Realidades que superan la ficción: la República Independiente de Juegolandia
Por extraño que pareza, de vez en cuando a una le interesan cosas de la vida real. Sobre todo porque ontológicamente las considera más propias de un mundo ficcional que de aquel en el que vive: el asunto de Las Vegas madrileñas podría ser una carnaza jugosa tanto en una novela de ciencia ficción como en una de terror, ya que ambos géneros se caracterizan —cuando uno los lee con un poco de picardía— por poner en entredicho ciertos postulados ético-morales bajo la imagen de una figura poderosa totalitaria o amenazante del individuo.
Todo esto viene a que acabo de leer el 20 minutos y se me han revuelto las tripas. Si lo abren por la página 4, verán un estupendo cuadrito titulado “Lo que pide el magnate” que, bien redactado y recitado, podría ser el texto perfecto para el trailer de una película. Analicémoslo:
Urbanismo: cesión de suelo público, que se reubiquen los pisos protegidos del área, trasladar el vertedero de Valdemingómez, estaciones de AVE y Cercanías, y más carreteras.
Traducción: regaladnos todos los terrenos que nos vengan bien. Si hay edificios públicos, nosotros los tiramos y vosotros os buscáis las castañas para conseguir el parné necesario para reconstruirlos donde no nos molesten, independientemente de que hablemos de décadas de inversiones millonarias. Si hay gente que vive en alguno de esos sitios, además de echarles malamente a la calle, no nos importa un carajo si les realojáis o no, o si les dais una miseria por las casas en las que viven. Además, queremos que nos paguéis las vías de acceso a nuestro negocio.
Impuestos: que los premios tributen en el país del ganador, una bonificación del 95% del impuesto de transmisiones y diez años de exención del IBI.
Traducción: si un chino juega en España, las ganancias estatales se las lleva el chino a su país. Además, queremos que nos dobléis las ganancias que la empresa se queda con los impuestos, y que, durante la próxima década —que se dice pronto—, no nos pidáis ni un duro de impuestos. Lo que se gasta en Las Vegas, se queda en Las Vegas.
Trabajo: exención del pago a la Seguridad Social durante dos años, que se relaje el Estatuto de los Trabajadores y más concesión de permisos para los extranjeros.
Traducción: como sois un país del Tercer Mundo, vamos a tratar a vuestros trabajadores como a tales, en un régimen prácticamente de esclavitud. Por supuesto, eso incluye condiciones laborales y salariales, pero también esa tontería vuestra de la Seguridad Social, que a nosotros ni nos va ni nos viene; el trabajador no es más que una pieza orgánica en mi máquina de hacer dinero, y como pieza, no merece ningún tipo de valoración humana —aquí entraría el tema zombies, que lo sepáis—. Y, por supuesto, ya que vosotros os creéis demasiado para mis condiciones, quiero que dejéis vía libre de acceso a todo aquel desesperado que esté dispuesto a aceptarlas, sin importarme un comino el impacto que esa afluencia pueda tener en vuestra primitiva forma de vida.
Juego: eliminar la prohibición de jugar a crédito, solo identificar al cliente cuando cambie fichas por más de 2.000€, permitir que ludópatas entren a casinos y quitar el veto de fumar.
Traducción: vamos a sangraros hasta que tengáis que vender los riñones, los pulmones y hasta el corazón, porque nuestros clientes no son más que medios de transporte de ese preciado material que se encuentra en las tarjetas de crédito, y nuestro único interés es conseguirlo. Como el fin justifica los medios, en ningún momento nos opondremos a los suicidios por la causa de aquellos más dispuestos a vaciar sus bolsillos, sin importarnos las repercusiones que estos sacrificios puedan tener en su patética vida y familia. Por supuesto, tampoco vamos a poner ningún tipo de cortapisa en cuanto al origen de ese dinero: que quien nos lo da lo haya conseguido de forma lega o ilegal, eso es problema vuestro, no nuestro. Y, además, si vuestras leyes frenan de alguna manera el disfrute de estos espacios, vais a tener que cambiarlas para mí: nos da lo mismo cómo llevéis las cosas fuera de este espacio, pero si para fumar la gente interrumpe su juego, no vamos a permitir que pequeñeces como ésa puedan dificultar nuestro negocio.
Dicho esto, lo que más sorprende del asunto es que las dos reinonas esas que controlan el cotarro madrileño estén más que dispuestas a firmar con sangre. ¿El retablo de las maravillas? ¿Fausto? ¿Drácula? ¿Un mundo feliz? Las referencias literarias y cinematográficas relacionadas a este panorama me ponen los pelos de punta. Sé que debería haber esperado al desenlace de la historia, pero algo me dice que no va a ser un happy ending y mi indignación por el mero hecho de que algo que debiera ser ficción sea tan real me lo ha impedido. De todas maneras, recordemos que nuestro país no se caracteriza mucho por aprender de los errores y verle las orejas al lobo, ni nuestros gobernantes por su inteligencia. Aquí, sí es oro todo lo que reluce —hasta que se demuestra lo contrario y nos comemos el marrón los de abajo, claro.
lunes, 23 de enero de 2012
De viajeros bajitos
Volver
con la frente marchita;
las nieves del tiempo
platearon mi sien.
Cuando una está estudiando una carrera a medio camino entre la literatura y disciplinas varias como la sociología, la antropología o la psicología —por citar algunas—, lo último que se le habría pasado por la cabeza es que fuera a quedarse en blanco con un trabajo. Pero claro, es lo que tiene que te lo manden sobre los libros de viajes reales, género que ni me va ni me viene. Especialmente cuando, según terminas de leerte la teoría, lo que se te viene a la cabeza no tiene absolutamente nada que ver con lo que se te pide, cuando cumpliría perfectamente el papel. Hablamos de Willow, es decir, de un tipo bajito, que vive en los mundos de Yupi y que se ve obligado a salir al mundo real, donde conoce a un montón de peña que ni se habría imaginado y aprende mogollón de cosas que, en su pueblo, no habría aprendido —poco más o menos que el pobre Frodo—.
Pero empecemos por el principio. Según la peña ésta que se dedica a estudiar los libros de viajes, hay dos elementos fundamentales que marcan el género: por un lado, el viaje en sí mismo, el movimiento en el espacio; por el otro, las situaciones nuevas en las que se encuentra el viajero. Estas situaciones son las que harán que el viajero cambie, que crezca como persona, puesto que en el viaje se encontrará a otra serie de personas diferentes a aquellas con las que convive y que le darán nuevas visiones, nuevas ideas. Digamos que, si habláramos de un videojuego de esos de coleccionar objetos, cada persona que te encuentras por ahí te va a dar algún cacharrillo interesante o te va a decir dónde encontrarlo. Sólo que aquí, hablamos de objetos de conocimiento y no de objetos en sí mismos. ¿Cuándo acaba la aventura? Pues cuando, una vez tienes todo lo que tenías que conseguir, vuelves a tu punto de partida más rico que el tío Gilito. Dicho de otra forma, el viaje no se completa hasta que no vuelves; pero vuelves cambiado, vuelves más sabio por ese intercambio de ideas que has ido haciendo con la gente que te has encontrado a lo largo del trayecto. No se confundan: no hablamos de un círculo que se cierra en el mismo punto en el que empezó, sino de un espiral en el que el viajero regresa, pero no de la misma manera de la que se fue.
Volvamos a Willow. Tenemos a nuestro tipo bajito, que vive tan ricamente en su pueblo bucólico, inocente y feliz, como un Jardín del Edén pero con ropa, y en el que el mayor problema es pelearse con el jefe gordo por las semillas y cumplir un sueño: ser mago. Este pequeño detalle de la magia es el que nos da la clave de la formación del personaje: si recordáis, antes de abandonar el pueblo, Willow se presenta a una especie de concurso para ser elegido aprendiz de mago. Hasta entonces, él no hace más que trucos de ilusionismo —el del cerdo, por ejemplo—, pero, cuando vuelve, es capaz de realizar un encantamiento real: convertir una piedra en paloma. Dejemos a un lado posibles dicotomías simbólicas tipo apariencia/realidad, cerdo/paloma, tierra/cielo.
Bien, ¿cómo ha pasado nuestro protagonista de un truco barato a magia real? Por lo que ha aprendido en su viaje. No sólo por el duro entrenamiento de la maga Fin Raziel —“Razieeeeel... Fin Razieeeel...”— y el enfrentamiento contra la malvada Bavmorda —que está ahí ahí entre Herodes y Lady Macbeth—, que son los dos elementos más relacionados con su aprendizaje de mago, sino también, a nivel práctico y relacionado con el gordo capullo —lo de Gordo Cabrón ya está cogido, lo siento—, por todo el elenco de personajes que se ha ido encontrando por ahí.
Comencemos por el primero: nuestro gran, nuestro valiente, nuestro aparentemente traidor... ¡Madmartigan! ¡Un aplauso para el gran guerrero! ¡Un aplauso para nuestro héroe caído en desgracia que consigue restablecerse! Para esta aventura —Aragorn 100%—, véanse las dos escenas claves: su primera aparición como simio enjaulado —“¡Peck!… ¡Peck! ¡Peck! ¡Peck! ¡Peck!”—, y esa gloriosa escena en la que encuentra una de las mejores armaduras diseñadas en la historia del cine. En cuanto a Willow, Madmartigan se presenta como el primer “otro” que se encuentra. Ni qué decir tiene que el hecho de que sea en un cruce de caminos no es pura coincidencia, ya que este espacio es siempre el del encuentro y el conocimiento. Lo que sí es cierto es que la idea que Willow tenía de los daikinis —grandes, violentos, peligrosos—, es decir, la imagen preconcebida, el prejuicio, parece casar bastante con este mono grillado al que le entrega la niña. Imagen, todo hay que decir, que se irá desmontando a lo largo de la película, cuando Madmartigan se compromete un poco con el asunto de llegar a Tir Asleen para poner a salvo a Elora Danan: un doble proceso en el que el héroe se recupera a sí mismo y Willow descubre que no todos los daikinis son tan malos como se los habían pintado. Un héroe más y un prejuicio menos.
Sigamos. El siguiente personaje que se encuentra nuestro Willow es a los dos Mumbo Chumbo colgados de los polvos de hadas; los brownies. Estos son unos duendecillos bastantes porculeros de los que el pobre nelwyn había oído horrores de travesuras y que aparentemente cumplen bastante con esa imagen preconcebida: los colegas no hacen más que el tonto, bebiendo cerveza, jugando con lo que no deben —grandes escenas de “amor” la del gato y la de Sorsha— y discutiendo todo el santo día. Pero ahí les tienes, que al pobre Willow le toca cargar con ellos todo el resto de la aventura y descubre que, si bien es cierto que son traviesos, malos como tal, pues mira, no. Básicamente, estos son los graciosos de la peli.
Lo que sí que se les agradece a estos dos es que lleven a nuestro protagonista a ver al hada del bosque Cherlindrea —Galadriel, para entendernos—, que es quien le dice al pobre Willow qué tiene que hacer con Elora y quien le carga el marrón de llevarla a Tir Asleen y de encontrar a Raziel —poco más que destruir el Anillo Único, oiga—. Es aquí donde vemos que lo de este hombre va a llevar su tiempo y le va a hacer crecer bastante, ya que hasta el momento, aprender, lo que es aprender, todavía no ha cuajado. Detalle importante en este momento: el colega barbudo —sorry, no he encontrado el nombre— deja colgado a Willow, o sea que a partir de ahora se las tiene que componer solito con los dos brownies, y es entonces cuando empieza el verdadero contacto con el “otro”.
Ese “otro”, de primeras, se presenta en la taberna orgiástica a la que llegan —donde la escena del gato, por cierto—, y las peores sospechas de Willow sobre los daikinis se confirman que flipas. A todo esto, aparece Shorsha por ahí con los soldados de Mavmorda, a los que nuestro viajero bajito todavía no conoce, y ya de la mala imagen al miedo, un paso. Pero, ¡chanchán!, reaparece Madmartingan, que vestido de tía y todo, se agencia una espada y les ayuda a huir en una persecución en carreta como pocas. Vamos, que en cuanto a imagen del “otro” —del daikini, en este caso—, una de cal y otra de arena en cinco minutos, y cuando por fin consiguen bajarse de la carreta —¿a alguien más esto le recuerda a la deshonra de Lancelot?—, Willow decide de una vez por todas que, aunque Madmartingan —y por antonomasia los daikini— es más salvaje que un arado, a la postre es buena gente y se puede confiar en él. Total, que ya tenemos la Compañía de la Niña: esto es un newlyn, un daikini y dos brownis que van por el campo...
Claro, que Madmartigan todavía no puede ser bueno del todo, porque entonces vaya porquería de historia la suya, así que se vuelve a pelear con Willow por lo de las raíces y la barba de Elora y les deja a orillas del lago. Un lago muy artúrico, por cierto, en cuyo medio hay una pequeña isla donde encontrarán a la maga Fin Raziel. Nuevo personaje: la sabia que enseñará a Willow la magia que buscaba en su lejano pueblo; la maestra jedi. Lo que pasa es que la mujer está convertida en una especie de rata con ojos malrrolleros, lo que no casa para nada con esa imagen mítica de grandeza y belleza que le habían pintado al pobre newlyn. Pero todo se andará: devolverle su forma humana es precisamente el proceso de aprendizaje mágico de nuestro protagonista, y a ello se pone en cuanto le dejan un momento libre después de capturarles Shorsha. De momento, baste decir que, al bildungsroman humano que veníamos viendo, se añade el práctico de lo que Willow realmente quería aprender antes de salir de casa.
Cuando vuelven a tierra, lo que se encuentra el newlyn y los brownies es una panda de daikinis desgraciados: Madmartigan que les ha vendido —¡so traidor!— y Shorsha que les lleva atados de pies y manos, a paso de caballo, y que no deja a Willow darle de comer a la pobre Elora. Vamos, que si le encuentran algo positivo a la visión del daikini, por favor, indíquenme dónde.
Total, que llegamos a las escenas de nieve —qué grandes, los exteriores de esta peli, oye— y nos encontramos, como ya decíamos antes, los primeros intentos de Willow de hacer magia verdadera. Fin Raziel pasa por tantos bichos que ahora mismo no me acuerdo muy bien; creo que se convierte en cuervo, ¿no? Y Madmartigan..., bueno, principio de la historia de amor con Shorsha —y del proceso de transformación de ésta de mala malísima a persona con sentimientos—, con esa fantástica declaración de amor ante la que ninguna chica normal tiene claro si quedarse con cara de qué-me-estás-contando o partirse la caja directamente: como ven, un encuentro con el “otro” —el de Shorsha con Madmartigan— bastante surrealista para ella, que no hace ni diez minutos ha recibido una especie de piropo/amenaza ambigua hacia su pierna.
En cualquier caso, nueva huída que refuerza la imagen positiva de Madmartigan y que acaba con el reencuentro con Airk Thaughbaer, antiguo compañero de batalla de nuestro guerrero y que, cuando estaba en la jaula, nos dejaba claro el por qué de su caída en desgracia. Breve conversación que pone de manifiesto el proceso de restablecimiento de su honor —“¿Ahora sirves a los newlyns?”— y unión de fuerzas contra Mavmorda, que de momento sigue tan tranquila en su castillo a lo Sauron en su torre. Batalla y secuestro de Shorsha, con asentamiento de la historia de amor y poco más que decir: la imagen de los daikini se va igualando a medida que las fuerzas de lado de Elora crecen.
A todo esto, parece mentira, pero el pobre Willow, que cuando salió del pueblo tenía la inocencia de un Adán, está aprendiendo a vivir en el mundo a marchas forzadas y a base de sustos, y magia a costa de sangre, sudor y lágrimas. El proceso de formación duele, pero ahí está el hombre, que como la niña caprichosa le ha elegido guardián del Bien, cualquiera se escaquea y deja que la Mavmorda se agencie todo el territorio.
Total, que llegamos a Tir Asleen, episodio importante donde los haya porque aquí es donde se cierra la historia de Madmartingan: encuentra su armadura, prueba su valor matando al monstruo —como todo caballero que se precie— y se queda con la chica, que ante su valentía se queda embobada y se cambia de bando —otro personaje que termina su desarrollo—. En cuanto a Willow, estamos a las puertas del final de su proceso de aprendizaje, pero antes debe enfrentarse a uno de sus mayores miedos desde el principio de la aventura, de antes incluso de salir de su pueblo: los trolls. El hombre pone cara de asco y se va cargando a varios: el de la bellota le sale por la culata, pero a otro lo ensarta con un palo y, al igual que Madmartigan, se prueba a sí mismo en el campo de batalla. La formación humana está completa.
Por desgracia, Gen Kael —del que todavía no habíamos hablado porque no se cruza con nuestros héroes hasta Tir Asleen, y que tiene una armadura guapísima que da mazo de miedo— se ha llevado a Elora y no les queda más remedio que ir al castillo de Mavmorda y sitiarlo. También éste es un momento clave: es la primera vez que esta sombra maligna, causa de toda la aventura y que nosotros conocemos desde el primer momento de la película, se encuentra con nuestro protagonista. Hasta ahora, no era más que una fuerza representada más por su hija Shorsha y por Kael que por sí misma, convirtiéndose en un rumor, una imagen terrorífica de la que Willow tenía que salvar a Elora, pero en este momento se produce por fin el encuentro directo, que por cierto corrobora todas las expectativas: Mavmorda es mala malísima, no tiene más que amibición en el corazón y ni siquiera su hija se lo ablanda. Viene ahora lo de que convierte a todos en cerdos, pero Willow se salva porque, en ese preciso momento, está culminando su proceso de aprendizaje de magia: después de pasar por todo un zoológico y caer agotado por el esfuerzo, consigue devolver a Fin Raziel su figura humana. Segunda pantalla superada. Ha llegado la hora de enfrentarse al monstruo final.
Llegados a este momento, ya no hay muchos “otros” que presentar, pero el bildungsroman todavía no ha terminado: hay que acabar con Mavmorda. Mientras los guerreros de ambos bandos se enfrentan entre ellos, los magos van a lo suyo, como muy bien procede: esto es la de El retorno del rey. Total, que Willow y Fin Raziel van a por Mavmorda, que está intentando mandar a Elora al otro barrio con un conjuro que parece la Lady Macbeth con aquello del “unsex me here”. Igual que contra el troll, en el que nuestro newlyn estaba apoyado por Madmartigan, a la hora de los hechizos es Raziel quien va con él, pero finalmente —y como cabía esperar—, es Willow quien consigue vencer a Mavmorda. Eso sí, pequeño detalle incoherente: si parte de su proceso de formación era el aprender magia verdadera, lo que no nos termina de cuadrar muy bien es que se la pegue con queso a la gran bruja, ya que utiliza el mismo truco de ilusionismo que al principio. ¿Será que el chico, con tanta aventura, a aprendido la astucia del zorro y sabe cuándo debe ir de cara y cuándo no? Después de tanta formación, todo es posible.
Dicho esto, pasa lo que tenía que pasar en toda aventurita: exterminan a la bruja, restablecen el Bien, y todos terminan felices y contentos; Madmartigan y Shorsha acaban juntos y adoptan a Elora; Fin Raziel desaparece a lo Gandalf, que va siempre a su bola; Willow vuelve a su pueblo.
Willow vuelve: fin del viaje; retorno al punto de partida, pero cambiado. Ha aprendido cómo es el mundo; ha conocido de primera mano a un montón de gente de razas de las que sólo tenía imágenes negativas, rumores de oídas, descubriendo que no siempre las cosas son como las pintan; ha aprendido magia verdadera. Ahora ya puede enfrentarse al jefe gordo, y el mago del pueblo le da su aprobación. Nuestro pequeño newlyn, en su viaje, ha aprendido más que en toda una vida de biblioteca. El viaje, el aprendizaje, el bildungsroman ha terminado.
Y ahora, díganle a mi profesor que haga el favor de no caparnos tanto la imaginación y de dejarnos más libertad a la hora de escoger el texto para el trabajo.
viernes, 20 de enero de 2012
Comentario de un cómic: (y) tema.
Cuando decimos Drácula, se nos pueden venir a la cabeza tres imágenes: la rata diabólica de Murnau; el elegante Bela Lugosi; y el amante maldito de Coppola. Como sobre gustos no hay nada escrito, dejamos al lector elegir. En cualquier caso, estamos con Noël Carroll en afirmar que hay tres elementos en la imagen de Drácula que lo definen y que nunca cambian: tiene colmillos, chupa sangre y viene de Transilvania.
Cuando decimos Azpiri, lo que se nos viene a la cabeza son rubias despampanantes con poca ropa y, quizá, un monstruo enorme, muy cachondo —no me piensen mal, por favor; lo digo en el buen sentido— y bastante puñetero. Se nos viene también un trazo irregular, descuidado, y colores aguados, fuertes sin ser brillantes, cuya expresividad radica en el muy conseguido contraste entre tonos fríos y cálidos; colores entre los que el negro brilla por su ausencia. Para mí, Azpiri significa dos cosas: amarillo y violeta, y fantasía. Fantasía inventada y reinventada, original o versionada, pero fantasía, al fin y al cabo: lo fantástico tiene los colores de Azpiri y nadie me convencerá de lo contrario.
Cuando decimos Forges, bueno... ¿Qué les voy a decir? Forges es el amo del chiste gráfico. ¿Dibujo? Lo básico: narices grandes y ojos pequeños, apenas un monigote en blanco y negro sin ninguna búsqueda de detalle o realismo —¿sombras, profundidad?—. Su punto fuerte, el juego de grosores de un trazo seguro y marcado, a rotulador. Y el chiste, claro: ese bocadillo irónico, ácido y mordaz que contiene un mundo de humor y mala leche, que se ríe de todo ser viviente —y no viviente— que se preste.
Y, ¿qué pasa cuando cogemos una coctelera y echamos estos tres nombres —Drácula, Azpiri, Forges— en ella? Pues ni más ni menos que lo que tenía que pasar: que nos sale, no una gran obra maestra pero sí algo de lo más resultón y divertido, disponible para nuestro deleite gracias a Ediciones B.
Analicemos esto con un poco más de detalle: entre terror y humor, gana el último. Sobre todo cuando es Forges el que se encarga de dar forma y palabra al personaje causante del terror, que si en cierto momento se queja de que no le toman en serio, ya pueden ustedes imaginarse la razón: entre el spanglish vallecano y la “acento” jienense, creo que sobran las explicaciones. Si echaban de menos los chistes con referencia a la actualidad, no se preocupen, que son pocos pero directos. Y, por supuesto, las tres vampiras sacadas de cualquier pueblo de La Mancha —sin necesidad de nombre del que acordarse— no tienen precio.
Con esta tónica, ni qué decir tiene que la fidelidad al texto original es más que relativa, y que corre a cargo casi exclusivo del maestro Azpiri, al que parece gustarle eso de la reescritura de clásicos —versión libre, claro. De hecho, hemos de decir que más que versión libre, lo que tenemos aquí es una condensación. No hay más que contar hojas: entre las trescientas de mi edición —a letra de coge-tres-lupas-y-un-microscopio— y las veinte de este cómic —contando con el tema viñetas y dibujo en lugar de letras y más letras—, ya me dirán si se ha recortado o no. Ahora, eso sí, con estilo: los momentos claves en viñetas grandes y los de tensión en secuencias de pequeñas, jugando siempre con los tamaños y las orientaciones; los cambios de escena —que podrían leerse como finales de capítulo—, a tiempo con los de página. Aquí el texto no desaparece, sino que se representa, se transforma: la tensión, la espera, el traslado espacial…, fragmentos enteros sin avance de la acción que dejan de narrarse con palabras para convertirse en imagen. Condensación sí, pero recortes, los justos y necesarios; nada más.
Sin embargo, aunque nos inclinemos a pensar que ha sido Azpiri el adaptador estructural, a menos que nos tomemos una caña con ambos autores y les preguntemos, esto no será nunca más que conjeturas. Lo único claro, real, y que vemos sin absolutamente ninguna duda, es el contraste de estilo entre estos dos grandes del panorama gráfico nacional. A modo de introducción, hablábamos antes de la diferencias entre el dibujo de uno y otro. Desde aquí, dudamos muy mucho que no exista relación directa entre estas diferencias y el reparto del trabajo: ¿qué mejor que una figura de Forges en un universo de Azpiri para representar a ese monstruo venido desde lugares remotos a nuestro apacible Londres? ¿Qué mejor que la oscura sencillez del blanco y negro rompiendo los esquemas de un mundo de colores, que el trazo fuerte y resuelto en medio de una línea nerviosa y fragmentaria? Cierto que hablamos de un cómic de humor. Cierto también que hablamos del choque de dos figuras prácticamente opuestas. Nadie niega que esto haya sido una payasada —no hace falta más que ver los “extras” de Forges y el avant-propos de Azpiri— cuya idea nació seguramente frente a una barra de bar llena de botellines vacíos. Sin embargo, lo que no podemos decir es que esta payasada haya salido mal: sentido, tiene; buen material, por triplicado; resultado, el buscado. Si lo que esperan es una obra maestra, no se lo recomiendo. Si lo que quieren es pasárselo bien...; el cómic es un vicio caro, pero a veces merece la pena. Ésta es una de ellas.
domingo, 15 de enero de 2012
Comentario de un cómic: variación III
Un aula pequeña. Apenas cuatro filas de pupitres, algunos de ellos rotos. Al fondo, sillas y mesas viejas y amontonadas. Paredes desnudas y un único ventanal por el que se adivina un gris amanecer brumoso que amenaza nieve. Los alumnos, aún adormilados, van entrando y sentándose lentamente. Se huele el sueño y el cansancio de toda la semana.
Entra el profesor como una exhalación sobrecafeinada: es alto y desgarbado, pelo rizado y gafas redondas con montura fina de metal. Camisa de leñador, camiseta y botas de montaña.
¡Buenos días, chicos! (Lanza la mochila sobre la mesa. Queda peligrosamente al borde. El profesor se queda delante, de pie.) ¿Qué tal estáis? (Algunas respuestas.) ¡Venga, va! ¡Que es viernes! Y además, con esto del festival, sólo tenéis esta clase! (Para un momento y les mira.) Bueno, como os veo sin ganas, voy a ver si consigo despertaros. (Se acerca a la mesa, se apoya sobre ella y coge la mochila. Rebusca.) Ya sé que el resto de profesores llevan toda la semana a vueltas con el coloquio de Azpiri y Forges, pero seguro que no os lo han contado como yo voy a hacerlo. (Saca el libro, lo abre y lo deja sobre la mesa.) En fin, ya sabéis que los filósofos nos dedicamos a buscarle tres pies al gato por deporte. Y he decidido que os voy a explicar lo que he visto en este cómic. (Incapaz de estarse quieto, se levanta de nuevo y se pone a pasearse en la parte de alante de la clase. Lleva la tiza en la mano y juega a lanzarla y cogerla.) Pues resulta que, como uno puede filosofar hasta de cómo atarse los cordones de los zapatos, hay también una rama que se ocupa de la literatura, ¿no? Y de entre todo el grupo que se dedica a ella, hay una serie de rusos. (Casi ha llegado a la puerta. Da media vuelta con tanta energía que casi se cae. Ha dejado la tiza en la mano y gesticula mucho con los brazos.) Y entre ellos, hay un fulano que se llama Todorov. (Esto último lo dice con tanto énfasis que los alumnos casi se asustan.) Total, que este hombre decide que hay cuatro tipos de cuentos fantásticos y que uno de ellos se caracteriza porque... ¿Alguien lo sabe? (Silencio y expectación en los pupitres. Se va acercando a ellos sigilosamente, como si fuera a pegar un salto.) Pues porque uno está tan tranquilo en su parra de realidad cuando, de repente, ¡plas! (Pega el salto y se encarama a un pupitre vacío. El alumno más cercano pega un respingo. El profesor se queda sobre la mesa.) Aparece algo inesperado, algo fantástico y sobrenatural. Y nos pega el mismo susto que se a pegado aquí el pobre P**. (Bajándose, se dirige a P**.) Lo siento, hombre, era para dar un poco de intriga al asunto. (Se dirige a la mesa. Siempre gesticulando mucho y andando de espaldas.) Total que, claro, imaginaos si aparece aquí el genio de Aladino, que por muy majo que sea y por muchos deseos que nos vaya a conceder, pues de primeras no nos fiamos un pelo de él, ¿no? Nos lo planteamos más como una amenaza que como algo positivo. (Llega a la mesa. Vuelve a apoyarse.) Bueno, pues esto pasa, según el Todorov este, porque se trata de un intruso fantástico en un mundo real. Es decir (Vuelve a levantarse de un impulso.), por muy bien que nos vengan los tres deseos del genio, es una amenaza en sentido cognitivo, porque según nuestra manera de ver el mundo, de entenderlo, el genio no pertenece a la misma esfera que nosotros. (Vuelve a pasear. Esta vez en dirección a la ventana. De nuevo, lanza la tiza.) Nosotros pertenecemos al mundo real y el genio al mundo imaginario. (Llega a la ventana. Se queda de espaldas a ella y mira a los alumnos, que ya están totalmente despiertos y le escuchan antentamente.) Entonces, ¿qué es lo que tenemos aquí? (Se yergue de nuevo y se dirige a la mesa. Coge el libro y vuelve a apoyarse delante de ella, con él abierto en la mano.) ¡Pues nada más y nada menos que ese mismo intruso amenazante! ¡Un Drácula de Forges en un mundo de Azpiri! (Lo dice con tanta emoción como si hubiera descubierto América.) ¿Os dais cuenta de lo que eso significa? (Cada vez más emocionado, gesticula tanto que parece que el libro va a salir volando en dirección a la cabeza de algún alumno.) ¡Eso significa que los dos autores, sin saberlo, han representado perfectamente la idea de Todorov! ¡Y de una manera inconsciente! (Con un golpe, deja el libro sobre la mesa. En los pupitres, más respingos.) ¡Son unos genios de la intuición! (Se ha lanzado contra la primera fila de pupitres. Se queda con las manos apoyadas, inclinado sobre los alumnos. Estos, asustados, se echan hacia atrás. Pausa dramática. Se retira en dirección a la mesa, algo más tranquilo.) Porque, vamos a ver, ¿qué es Drácula? (Se vuelve y les mira.) Drácula es un monstruo que viene a Londres a cargarse al personal, ¿no? Es una amenaza real, ¿sí? (Vuelve a empezar a pasearse. Cada vez que se acerca demasiado a los pupitres, los alumnos se echan para atrás disimuladamente, con algo de miedo.) Es decir..., es un ser peligroso no sólo a nivel cognitivo —de la concepción de mundo, digamos—, sino también a nivel físico, ¿verdad? (Llega de nuevo a la puerta. Media vuelta y sigue paseando mientras lanza la tiza.) Entonces, el hecho de que el personaje en sí mismo esté dibujado por una persona diferente que el resto del cómic —es decir, que esté visualmente diferenciado—, es también una especie de refuerzo a esta idea, ¿no? (De nuevo en la ventana, para de lanzar la tiza y se vuelve hacia ellos.) ¿Me seguís? El intruso no es sólo a nivel filosófico, sino a nivel estético, ¿sí? (Regresa a la mesa y se apoya delante. Coge el libro y lo ojea. Levanta la vista.) Mirad esta viñeta. (Pasa el cómic abierto a los alumnos. Estos se arremolinan para verlo.)
Aquí lo vemos perfectamente. ¿Véis cómo el dibujo de la víctima, la pobre Lucy, no tiene nada que ver con el del Drácula? Ella es a color y muy sensual, con detalles... Mientras que el vampiro es casi un monigote. (Se une al grupo para mirar el dibujo y señalar los detalles.) Incluso, podríamos decir que también a nivel ideológico. (Vuelve a separarse y a pasear, tiza en mano.) Porque, bueno, si conocéis un poco el estilo de Forges, el hombre tiene un humor ácido fino, fino. (De nuevo frente a la mesa, se apoya y se vuelve hacia ellos.) Vamos, que no deja títere con cabeza. (Por fin, se sienta, pero en la mesa.) Y, si leéis el cómic, vais a ver que las mete dobladas: hace unas referencias a la situación económica actual... (Gesticula exageradamente. Parece una marioneta enloquecida que se va a desmembrar. Empieza a contar con los dedos.) Que si los bancos, que si los salarios, que si la crisis... Todo muy sutil, eso sí: a lo mejor son dos palabritas en medio del bocadillo, pero ya con eso te la ha plantado. (Otra vez se levanta. Y pasea.) Y, por supuesto, siempre en clave de humor. Siempre pequeños chistes. (Llega a la ventana. Se apoya de espaldas a ella, mirando a los alumnos.) A mí me encanta. (Pausa ensimismada. Deja un poco de tiempo para que los niños terminen de ver el cómic.) Y, todo eso, dentro de ese mundo de Azpiri. De esa relativa fidelidad al libro, de ese toque onírico fantástico. ¿Conocéis los de Mot? (Se acerca a los alumnos, que le tienden el libro. Lo coge y va hacia la mesa para dejarlo sobre ella.) Son muy divertidos. Os los recomiendo... (Un alumno dice algo. Mira el reloj.) Un minuto nada más. Sólo me queda una cosa. (Mira un papel que tiene sobre la mesa. Seguramente el guión de la clase. Volviéndose a los alumnos.) Vale, sólo es comentaros que, al final, hay una especie de dosier de “tomas falsas” (Hace el signo de las comillas como el Doctor Maligno.), que es donde realmente vemos la intención satírica. Aunque, bueno, más que intención satírica, lo que parece es que estos dos se han juntado para hacer el payaso. (Va metiendo el libro en la mochila. Los alumnos también recogen, pero siguen atentos.) La verdad es que este cómic es una auténtica chorrada. Esto debió de ocurrírseles con un par de cervezas de más entre pecho y espalda, creo yo. (Risas de los alumnos.) Si queréis pasar un buen rato y echar unas risas, yo os diría que os lo leyerais. (Los alumnos casi están de pie.) Bueno, chicos, entonces nos vemos el lunes, ¿no? Disfrutad el festival. Y, sobre todo, (De camino a la puerta, para y hace un gesto como de ánimo.) ya que llevamos toda la semana hablando de este cómic y preparando el coloquio, no seáis ceporros e id al coloquio, anda. Que si el director ve que no os tomáis interés y que esto del festival no funciona, no vuelve a repetirlo. (Ha llegado a la puerta.) Así que, lo dicho, buen festival, buena tarde de viernes y buen finde. ¡Hasta el lunes! (Sale. Suena la campana de final de la clase.)
Comentario de un cómic: variación II
Otro aula. Al fondo, una gran estantería para libros casi vacía. Los pocos volúmenes que hay están viejos y deslomados. Se leen títulos como el Quijote, La vida es sueño, La Regenta… Un par de diccionarios destrozados por el uso completan un conjunto triste en ese espacio abandonado. Por las ventanas entra la luz moribunda de un sol de invierno que no calienta.
Los estudiantes hablan en grupos. Algunos juegan. Empiezan a sentarse cuando llega el profesor: bajo, con principio de calvicie, eternamente cansado. Un sempiterno cigarrillo falso cuelga de sus labios.
Buenas tardes, niños. (Se acerca a la mesa, deja la cartera sobre ella y se sienta. Mira por la ventana mientras espera a que los alumnos se sienten y saquen los libros.) Bueno, como sabéis, mañana es el festival cultural y tenemos a dos invitados un tanto especiales. No sé si les conocéis: son autores de cómic, Azpiri y Forges... ¿A alguien les suena? (Busca alguna respuesta entre los estudiantes. Estos no le escuchan: cuchichean, se pasan mensajes, algunos hacen barquitos.) Bueno, no es que yo sepa mucho del tema. Ya sabéis que lo mío es la literatura pura y dura, sin tanto dibujito... Pero como como es lo más parecido a lo que hace esta gente, pues me han dicho que os comente un poco su último trabajo... (Rebusca dentro de la cartera.) A ver si lo encuentro por aquí... (Sigue buscando. Los estudiantes lo ignoran.) Ah, sí, aquí está. (Lo levanta para que los alumnos lo vean. Luego lo mira.) Como podéis ver, es una adaptación de un libro bastante conocido... ¿Alguien ha leído Drácula o ha visto alguna de las películas? (De nuevo, los estudiantes no le hacen caso.) A mí me gusta sobre todo la de Bela Lugosi, pero no creo que la hayáis visto... (Ante la indiferencia de los estudiantes, se quita el cigarro de los labios y comienza a ojearlo. La clase no es revoltosa, pero hay un cuchicheo constante y mucho movimiento debajo de las mesas y a las espaldas de los alumnos.) Bueno, la verdad es que como adaptación... no es demasiado mala... Veo una cierta fidelidad en la historia, aunque la hayan simplificado bastante. Obviamente, reducir una novela de cuatrocientas páginas de texto a unas veinte... Bueno, algo hay que quitar... (Sigue pasando las páginas con desgana. Se oyen risas al fondo de la clase y todos los estudiantes se vuelven para ver qué pasa. El profesor no parece enterarse.) Hombre, así, por lo pronto..., veo que se saltan toda la primera parte, la del diario de Jonathan Harker. La historia empieza directamente en Londres. (Sigue pasando páginas.) Ah..., y no hay nada sobre la elección del marido de Lucy, ni sobre las donaciones de sangre... Y, bueno, el final lo resumen bastante. (Llega al final. Deja el libro sobre la mesa y se deja caer sobre el respaldo de la silla. Al levantar la vista ve el revuelo de los alumnos.) Bueno, a ver, ¿qué pasa ahí al fondo? ¿Queréis estaros quietos y atender? (Los alumnos disimulan y se callan. Aun así, se oyen risas amortiguadas.) En fin... Como iba diciendo, ésta es una versión que aligera bastante la trama del libro. Además, bueno, con el tema de las ilustraciones también desaparece la parte del texto dedicada a las descripciones, que es relativamente importante. (Pausa. Se queda ensimismado un momento.) Me habéis dicho que no habéis leído la novela, ¿no? Bueno, lo que sí sabréis es que es de miedo, digo yo... Pues no creo que os hayáis fijado, pero en los relatos de terror las descripciones son muy importantes, porque son con lo que el autor crea el ambiente y la tensión. (Parece que se va animando: se echa para alante y se inclina sobre la mesa. Mueve constantemente la mano con el cigarro entre el índice y el corazón. Los alumnos parecen tomar interés.) Es decir, realmente, si uno está tan tranquilo y aparece Drácula, pues le pilla tan de improviso que no te pegas susto. Lo que necesitamos es que el autor nos vaya poniendo en situación, y eso lo hace en las descripciones. ¿Qué pasa entonces? (Vuelve a coger el libro y a pasar páginas mientras habla.) Pues que si aquí no hay descripciones, bueno, pasa como en esta imagen, (Enseña el libro abierto.)
que resumen en una sola viñeta todo un viaje de, no sé, ¿veinte páginas? (Vuelve a mirar el libro.) Aunque, claro, el tono de la adaptación no es que sea de terror..., así que realmente eso no importa mucho. (Vuelve a dejar el libro, se recuesta en el sillón y mira a los alumnos. Estos están distraídos de nuevo, pero callados: miradas perdidas, barbillas apoyadas…, en las últimas filas algunos duermen.) ¡Venga, hombre! ¡Encima que os estoy contando algo que debería gustaros! (Algunos parecen despertarse un poco y se ponen rectos en los bancos.) Bueno, como iba diciendo, este cómic no pretende ser demasiado fiel en cuanto al tono. Es más bien una parodia... ¿Alguien sabe lo que es una parodia? (Como se esperaba, no hay respuesta.) Bueno, pues una parodia es una especie de burla del original... Por ejemplo, en la viñeta que os he enseñado, aparece Drácula en alto como dominando la escena y el barco en el que viaja. En la novela viene siendo así, aunque más desarrollado, como os he dicho... Y también mata a la tripulación. (Vuelve a mirar la página que ha enseñado.) Pero aquí, Forges se lo ha tomado bastante a broma... (Pausa de nuevo. Mira el libro. Los alumnos se revuelven impacientes. Vuelven a empezar los cuchicheos.) Es curioso, la verdad... La imagen de Azpiri es bastante más fiel al tono del libro: más sugerente, más como para crear algo de tensión... Un poco onírica, diría yo... (Pasa algunas páginas, ojeando rápidamente.) Sí... Aquí el que se ríe es siempre Forges. Aunque, bueno, es su estilo, ¿no? ¿Habéis leído alguna vez uno de sus chistes en el periódico? Tiene un humor bastante ácido. (Sigue ojeando. Los alumnos han vuelto a animarse por algo que se ve por la ventana. Algunos casi se han levantado de sus asientos.) No sé, aquí se dedica a meter un toque cómico..., podría decirse que desmitificador de la figura original. (Sigue a su bola, pasando las páginas tranquilamente. No hace caso de los alumnos.) Es un Drácula casi ridículo, ¿no? No da miedo, todo le sale mal... Los guiños a Jack el Destripador y a los bancos son bastante del estilo de Forges. (Levanta la vista. Ve a los estudiantes revolver.) ¡Oye, por favor! ¡Venga, que ya queda poco! ¡Sentaos, hombre! (Se sientan. Vuelve a mirar el libro y a pasar páginas.) Bueno, aquí veo una referencia a los bancos muy en su línea de sátira social... (Sigue ojeando. Disimuladamente, mira el reloj. Se incorpora en la silla y habla moviendo desganadamente la mano del cigarrillo.) Y, bueno, lo de inventarse palabras casi se puede tomar como un doble juego. A Forges le gusta mucho el lenguaje coloquial, palabras de argot y de otros idiomas... Además, como el personaje es, digamos, extranjero, pues, bueno, no le queda mal, creo yo. (Pausa. Parece que ha terminado y los alumnos ya empiezan a recoger sus cosas con disimulo. Les mira.) ¿Ya es la hora? (Mira el reloj. Mira por la ventana.) Bueno, tenéis alguna ¿pregunta? (Los estudiantes no hacen ni caso. Sobre las mesas no queda ni un cuaderno, ni un bolígrafo. Con toda la tranquilidad del mundo, el profesor vuelve a colocar el cigarro entre los labios y empieza a recoger sus cosas.) Bueno, pues entonces, espero que mañana disfrutéis la conferencia. ¿A qué hora es? (Un alumno de primera fila responde.) Ah, vale. O sea que a primera hora hay clase. Qué pena... (Se ha levantado y se va dirigiendo ir hacia la puerta.) Bueno, niños, pues como ya no os veo. Que paséis un buen fin de semana. (Sale por la puerta.)
sábado, 14 de enero de 2012
Comentario de un cómic: variación I
Un aula desvencijada. En
las paredes, láminas amarillentas y descoloridas de cuadros de grandes
pintores: Velázquez, Goya, Rubens, el Guernica… Por la ventana apenas se vislumbra un árbol fantasmagórico en la
oscuridad de una tarde de invierno.
Entra la profesora:
alta, delgada, con moño alto y rictus de asco. Parece la señorita Rottenmeier. Los
alumnos, asustados, se encogen en sus bancos. Sin mediar palabra, deja el bolso
sobre la mesa del profesor. Se acerca al proyector y lo enciende.
¿Alguien ha visto esto antes? (Silencio sepulcral.) ¿Nadie? (De nuevo, silencio.) No me extraña. Los niños de hoy en día sois burros hasta para la cultura popular. Tanta televisión y tanto videojuego os tiene completamente embrutecidos. (Vuelve a la mesa y se sienta. Recorre la clase con la vista. Los alumnos rehúyen su mirada: sacan los libros de las mochilas, comprueban que los bolígrafos pintan, ponen la fecha en el cuaderno… Ella les mira con desprecio.) Bien. Como sabéis, el próximo viernes tenemos el festival cultural. No sé por qué el director se empeña en intentar inculcar algo de cultura a la panda de necios que sois, pero no hay forma de convencerle de vuestra inutilidad. En cualquier caso, este año ha considerado oportuno traer a dos de los supuestos “grandes” del cómic nacional. No sé a santo de qué consideran que el cómic es un arte, pero, claro, como profesora de la materia, el director ha decidido que sea yo quien os explique su último trabajo, a ver si, en la conferencia, sois capaces de parecer mínimamente inteligentes y cultos, para dar una buena impresión, aunque falsa. (Una pausa. Vuelve a recorrer la clase con la mirada. Fuera, un relámpago anticipa el terror, y el árbol se convierte, por un momento, en un esqueleto viviente.) Bien. ¿Qué podéis decirme de este dibujo? Nada, por supuesto. Tres meses de clase y ni siquiera sabéis comentar una imagen. (Se levanta de la mesa y empieza a pasear entre los bancos. La frente alta. Las manos a la espalda.) Para empezar, como he dicho, estamos ante una muestra de un género mal denominado como “arte popular”: el cómic. ¿Qué quiere decir esto? Que no se trata de una obra única, como en el arte serio, sino de una obra producida en masa, que cualquier inepto puede encontrar en esas grandes superficies comerciales destinadas al consumo. (Pausa. Los alumnos toman notas.) Sigo sin entender cómo puede considerarse arte. (Ha llegado al final de la clase. Se detiene. Los estudiantes sienten su mirada como una sombra de muerte.) Incluso, concediendo ese estatus artístico a dicho género, la obra que comentamos no llega ni de lejos a la calidad artística de otras piezas de cómic. ¿Alguien sabe decirme por qué? (De nuevo, silencio y movimientos de nerviosismo. La profesora vuelve a pasear.) Sois unos inútiles. Llevamos tres meses hablando de composición de la imagen, de estilos del trazo, de colores y sombras. Realmente no sé a qué aspiráis. (Llega de nuevo a la mesa del profesor. Se sienta. Parece una gárgola dispuesta a saltar al cuello de sus alumnos.) Bien, pequeños ineptos, si en Selectividad os cayera una imagen como ésta —Dios no quiera que fuera de este instituto se considere arte el cómic—, si os cayera, lo primero que tendríais que decir es que se trata de una imagen con dos dibujantes diferentes. (De su bolso, saca una varita plegable con la que va señalando los detalles en la proyección a la vez que habla.) En este dibujo, en concreto, vemos cómo prácticamente toda la imagen tiene un estilo en el que predomina el trazo ligero y la línea irregular y angulosa. En cambio, si nos fijamos en la figura superior, encontramos un trazo seguro, definido, de línea curva y ancha. Ésta es la primera clave para identificar la diferencia de autores. (Mira de nuevo a los alumnos. Estos toman notas a toda prisa, evitando el contacto visual.) Otro elemento clave es la aplicación del color: el dibujo irregular viene reforzado por el contrase entre los tonos fríos —azul y gris, algo de violeta— y cuatro elementos de tonos tierra y amarillentos. Si sois capaces de verlo, notaréis también que se trata de una técnica de acuarela aguada, retocada con rotulador. La figura discordante, en cambio, se remite a un simple contraste de blanco y negro, eleminando toda posible sutilidad y sugerencia de la imagen y reduciéndola, casi exclusivamente, a las líneas básicas del dibujo. (Mientras habla, va señalando los puntos en la proyección. Al parar, se da en la mano con la varita como si ésta fuera una fusta. Los alumnos siguen mirando hacia abajo.) Si fuerais un poco inteligentes, comentaríais el contraste entre esta simplicidad de la figura superior y el barroquismo del resto de la imagen, en el que también vemos las sombras y un interesante juego de perspectiva y punto de fuga. (Mira la imagen.) Quizá eso es lo único que la salva. (Otro relámpago. Mira por la ventana la oscuridad amenazante y vuelve a pasearse entre los bancos.) También, deberíais explicar la composición de la imagen: los puntos cálidos refuerzan una división en cuadrículas —irregular, por supuesto, respondiendo al carácter del trazo y el color— compuesta por la figura humana inferior, los dos candiles y el arco que recuadra la figura superior. El punto central de esta estructura es la escalera, que separa los dos niveles de la imagen: este elemento articula la orientación de toda la composición en una dirección vertical ascendente destinada a reforzar esa figura superior. (Pausa. Pasea por la parte de atrás mientras los alumnos siguen escribiendo como locos. Vuelve a mirarles con desprecio.) Si tuvierais un poco de sensibilidad, veríais que el personaje del cuadro inferior está de espaldas, lo que le niega toda personalidad, mientras que el otro aparece de frente, siendo el auténtico protagonista de la escena. La colaboración de estos dos dibujantes tiene entonces un sentido ideológico claro en el que uno se encarga de crear un ambiente propicio para hacer resaltar el personaje del otro. Esta jerarquía se ve tanto en la composición como en el estilo de cada uno de ellos aunque de forma inversa: si en la composición resalta el personaje de dibujo simple, en el estilo es todo el resto de la imagen donde se nota una conciencia más trabajada del dibujo y el color. (Para un momento junto a la ventana. Lentamente, regresa a la mesa del proyector. Los alumnos siguen cabizbajos y asustados. Sólo se oye su taconeo al andar y, ligeramente, los golpes impacientes de la varita contra su mano. Cuando llega al frente, vuelve a sentarse en la mesa.) ¿Alguna pregunta? (Se levanta una mano temerosa en las filas intermedias. No escuchamos la pregunta.) Sí, por supuesto, los cuadros también hay que comentarlos. Es una pregunta absurda: cualquier detalle que ayude a justificar el comentario tiene sentido. ¿Algo más? (Otra mano en la primera fila.) Señorita, ¿usted no escucha? Eso ya lo he explicado. Se trata de un estilo basado en la irregularidad: una escalera recta se presentaría como un punto de equilibrio visual que el dibujante no busca. ¿Alguna pregunta más que no sea absurda? (Silencio sepulcral. Otro relámpago. En el aire, preguntas no formuladas por el miedo: el nombre de los autores; la expresividad de la imagen; la importancia de los bocadillos de texto...) Bien. La clase ha terminado. Para mañana quiero un comentario perfecto de esta imagen. (Da una fotocopia a los alumnos, que empiezan a repartírsela en silencio. Apaga el proyector.) Valdrá dos puntos de la nota final. (Recoge su bolso y sale. Un último relámpago produce cortocircuito. La clase queda a oscuras. Todavía, silencio aterrado.)
miércoles, 11 de enero de 2012
Receta de tarta
Base: venganza a lo V de Vendetta.
Adorno: decadencia a lo Imaginario
del Doctor Parnassus.
Relleno: remezcla sangrienta de Shakespeare.
Guinda: Vincent Price.
Recomendación: ver en V.O.
Nota: atención a los dos monólogos sin caracterización del
personaje.
martes, 10 de enero de 2012
Dos maneras de contar el mismo cuento
Había una vez un rey que se quería casar. Eligió, como
futura esposa, a una princesa de un país lejano, pero como no podía abandonar
la corte y su deber de rey, envió a su hijo a buscarla y traerla al palacio. Desgraciadamente,
en el camino, el hijo y la princesa, de la misma edad, se enamoraron. Al llegar
a la corte, ambos intentaron disimular, pues el deber de vasallo y el de
prometida hacían del suyo un amor imposible. Sin embargo, éste es el
sentimiento más fuerte que hay, y pronto volvieron a verse. Las citas se
repitieron, y el príncipe y la princesa fueron descubiertos por el rey. Entonces…
Entonces, tenemos aquí un conflicto visto en mil cuentos diferentes,
un triángulo amoroso en el que se basa nada más y nada menos que toda la
tradición del amor cortés: el amor de un caballero por una dama superior a él y
casada con aquel al que se le debe lealtad, quien, al descubrirle, pide la
cabeza de dicho caballero. Quiero centrarme, sin embargo, en dos ejemplos
diametralmente opuestos: el primero, Tristán
e Isolda; el segundo, El castigo sin
venganza.
La gran diferencia entre estos textos, amén de los filtros
mágicos y demás detalles mítico-caballerescos de los que carece nuestro Lope,
no es sino, precisamente, cómo esta historia cambia en función del género
literario al que pertenece. Cierto es que en el Tristán —hablo siempre del de Béroul— el final no es exactamente el
mismo, pero lo que nos interesa no es el desenlace, sino el desarrollo de la
acción. En cualquier caso, hay una cosa clara: el hecho de que éste sea un
relato épico da mucho más juego que en el teatro.
Hablamos aquí de aquello que llaman inmediatez escénica,
esto es: una obra de teatro no puede durar más de, digamos, unas tres o cuatro
horas, y en ese tiempo el conflicto tiene que presentarse, desarrollarse y
resolverse. Esas tres horas obligan a que la acción sea más simple, es decir, a
que los episodios sean relativamente limitados. Casi podríamos decir que toda
la historia se resume en un único episodio: el rey descubre los amores de su
esposa y su hijo —ilícitos, incestuosos, traidores— y se busca las castañas
para quitarse el problema de enmedio con el mayor disimulo posible. Al final lo
consigue y se acabó el cuento.
En Béroul, sin embargo, no tenemos esta limitación. Es una
narración sin límite temporal, ya que la lectura —oral o escrita, a gusto del
consumidor— se puede interrumpir y retomar; se puede hacer una selección de
episodios, se puede desordenar, etc. De esta manera, el autor puede incluir
todos los episodios que le dé la real gana, que es precisamente lo que hace:
los amores del barco, las citas en el bosque, el episodio a lo Romeo y Julieta
en la habitación de ella, la pillada de la espada y la sortija, el juicio del
puente, la huída de Tristán, su matrimonio con la otra Isolda, la depresión de
la Isolda de verdad, el regreso de Tristán y su muerte. La lista es larga y la
lectura, eterna: el género —la forma diferida de transmisión del cuento— lo
permite. Casi podríamos decir que lo exige: una obra de teatro necesita de esa
rapidez, de esa inmediatez dada por la elipsis y la concentración; un relato
épico o novelesco se caracteriza por entretenerse en los detalles, por desarrollar
la acción de diferentes maneras y en múltiples episodios: es extensa.
Hablábamos antes de dos finales diferentes: en El castigo sin venganza el rey descubre
en seguida los amores de su hijo y su mujer y, acto seguido, idea un plan para
matar al primero; en Tristán e Isolda,
son dos las veces que Marc pilla a su sobrino en situaciones comprometidas con
la reina, y dos las que se toman medidas para solucionarlo. Este retraso
culmina en la muerte de Tristán, que no es a manos de su tío, sino en una
batalla al regresar a la corte. Es decir: en el poema, el protagonista no
muere, digamos, de forma provocada, sino de manera natural, cuando el conflicto
ya está más que presentado, más que repasado. La aventura se agota y, como
siglos más tarde haría nuestro Cervantes, no es hasta ese momento que el
protagonista desaparece del mapa, dando así fín la epopeya. Pero, para ello,
necesitamos antes este largo desarrollo, esa multiplicidad de episodios —más
tarde, de capítulos— que sólo un texto pensado para leer puede darnos: ningún
autor de textos dramáticos va a tenernos cuatro días seguidos sentados en la
butaca, pero un autor de novela, o de relato épico, sí puede hacerlo. En eso
consiste la diferencia: la historia puede empezar igual, puede presentar el
mismo conflicto, pero tanto en cuanto la forma de contarla cambia, el
desarrollo también y, en este caso, el final no iba a ser menos. Quizá por eso
me gusta más el teatro: claro, conciso y directo; sin digresiones, sin vueltas
y más vueltas. Vamos al grano.
lunes, 2 de enero de 2012
Sin comentario
—Me has dado tu palabra de honor. Ahora tienes que
mantenerla, ¿eh?. Si no, perderás el honor y nunca podrás ser un caballero.
—¡Pero si no tengo caballo! ¡No soy un caballero!
Once añitos. Once añitos y ya tan pragmático, él, tan
realista. Pobre...
Ya ni los niños sueñan.
Los cuentos según Gaiman (y III)
Los cuentos son como
las arañas, tienen largas patas, y como las telarañas, que enredan a los
hombres pero resultan preciosas cuando las ves bajo una hoja con el rocío de la
mañana. (c. II)
Hay una serie de teóricos —de cuyo nombre no me acuerdo, y
ni falta que hace— que defienden que, al empezar a leer un libro o un cuento,
entramos en un mundo maravilloso cuyas reglas no tienen por qué seguir las del
mundo real. Se produce entonces un choque de realidades en la mente del lector,
que cuanto más inmerso está en su lectura, más se aleja de su punto de partida.
Cada uno de los cuentos
te lleva al centro mismo de la tela, porque el centro es el final. (c. XII)
Realmente, este choque —dicen— no se hace patente hasta que no
vuelves a cerrar el libro. No es, pues, hasta la salida, que nos pegamos un
batacazo del quince al levantar la mirada y darnos cuenta de que ese mundo no
es aquel en el que vivimos. La lectura, como dice nuestro amigo Gaiman, nos
seduce, nos hechiza y nos atrapa. Suele pasar después de lecturas largas, de
sagas o de colecciones de un mismo personaje —Harry Potter, El señor de los
anillos, supongo que El juego de
Tronos— pero no tiene por qué —a mí me pasó con Orgullo y prejuicio y eso que me la leí por quedar bien. Cuanto más
tiempo estés en ese otro mundo, más duro será el regreso.
Mírenlo desde el lado positivo: ésa es precisamente la clave
de que nos guste el terror. A nadie le mola verse amenazado por un monstruo que
posiblemente le va a mutilar y seguramente le va a matar. Pero, si el marrón se
lo comen otros nos encanta. Más aún: si esos otros son personajes no reales que
presuponen un universo no real y por tanto una amenaza ficticia, los lectores
estamos felicísimos porque sabemos que, de todas todas, no nos vamos a encontrar
jamás en la misma situación. Cuando hablamos de psicópatas y criminales varios,
el tema ya puede cambiar.
Se imaginó todos los
mundos como si fueran una tela de araña: su imagen le vino a la cabeza como un
destello, y vio que le ponía en contacto con toda la gente que conocía. (c. XIII)
Ah, sí. La teoría de las 500 personas, más conocida como «el
mundo es un pañuelo». Solamente que, en esa otra realidad —la ficcional—
tenemos un elemento particular: el narrador es quien pone en contacto a sus
personajes. Lo nuestro es casualidad; lo suyo es destino. Un destino
perfectamente calculado para cerrar ese pequeño universo artificial. Como en el
teatro, como en la pintura, como en cualquiera de las artes, en la literatura
—oral y escrita— cada pieza tiene su función, que es la de encajar en el
engranaje y hacer que éste funcione. Si dos personajes se encuentran en un
momento dado, es porque el narrador así lo quiere, porque la historia así lo
pide. Es la lógica aplastante y necesaria del Meccano bajo la imagen caprichosa
de una enredadera. O de una tela de araña: arquitectura pura y dura.
Y ahora, ¡más difícil todavía! ¿Cómo se realiza ese contacto
entre elementos de las dos realidades, es decir, entre el personaje y el
lector? Muy sencillo: el cuento nace de la realidad —la cabecita del autor—,
crece en su mundo maravilloso —el propio cuento— y se reproduce de nuevo en la
realidad —cabecita del lector. Entonces —esto ya sí que sé quien lo dice: los
de la Teoría de la Recepción (creo)—, realmente, el contacto que el personaje
del mundo M y el mundo R viene determinado por algo que comparten los dos
personajes del mundo R, autor y lector. Y esto, ironías del destino, se llama
Imaginario. Dicho de otra manera: un personaje ficticio “llega” al lector
porque éste está unido al autor por una tela de araña cultural en la que se
incluyen una serie de conocimientos compartidos respecto al mundo ficticio; si
no hay ese punto en común entre los personajes del mismo mundo, no hay
posibilidad —o ésta es muy pequeña— de encontrar la puerta al mundo maravilloso
del cuento. No sé si me explico...
En definitiva —a ver si nos entedemos— los cuentos son telas
de araña porque: 1) atrapan al lector, lo envuelven y lo conducen
irremediablemente al centro 2) relacionan a los personajes, uniendo los hilos
de su vida —¿alguien más se acuerda de las parcas?— de manera que todo el
entramado se sostenga por los nudos entre un personaje y otro 3) es una especie
de nube —o de envoltorio, o como ustedes lo visualicen mejor— que incluye a los
actantes del mundo real, permitiendo una información compartida que les muestra
la puerta entre dos mundos.
Y ahora, queridos lectores, siento decirles que el cuento se
acabó y que deben ustedes salir de éste mi mundo de pajas mentales. Les deseo
un feliz regreso.
domingo, 1 de enero de 2012
Si volvieran los dragones
Ground, now guard you goods of nobles
since heroes cannot. Here once within you
good men got it; grim death took off,
dangerous and deadly, each dear comrade,
kinsmen of mine who closed their eyes
having seen sweet days. My sword none carries
nor polishes the plated flagon,
the cherished chalice. Champions vanish.
Dice Tolkien que Beowulf
está perfectamente estructurada en tres partes que corresponden a la vida del héroe.
Dice Savater que El señor de los anillos
se sitúa en un momento de decadencia y de términos medios. El otro día, me decía
una amiga que la tercera fase ideológica de las caballerías —inaugurada por
nuestro más preciado novelista pero que continúa en la actualidad— es aquella
en la que se denuncia “la Modernidad como época vacía de conciencia y
principios”.
El último episodio de Beowulf
acaba con la muerte del héroe a manos —a garras— del dragón. Su espada, que le
ha dado la victoria en tantos combates, le falla por primera vez. Sus hombres se
refugian en el bosque y ni siquiera se plantean ayudar a su rey. A su muerte,
guerras e invasiones ensombrecen el porvenir de la población. Con Beowulf
muerto, mueren el honor y la valentía; mueren la paz y la prosperidad; mueren
la leyenda y la esperanza.
Nuestro héroe es consciente de su fin. Es viejo: se ha
enfrentado a dos gigantes y ha gobernado cincuenta años. Sabe que ésta será su
última aventura, que no saldrá vivo de su lucha con el dragón. Y aún así, se
viste su armadura y se hace forjar un nuevo escudo que pueda resistir las
llamas. Y retoma su vieja espada, ganada en su batalla contra la madre de
Grendel. Antes que rey, él era un guerrero, era un caballero que cruzó los
mares en busca de aventuras y de gloria. Su último deseo, morir como aquello
que fue; morir en la lucha; morir con las botas puestas.
Siglo VIII. Parece mentira cómo este canto épico adelanta ya
un sentimiento tan actual. Siglo VIII y un final posmoderno: el héroe muere, y
ahora, ¿qué? Ahora la codicia y la cobardía. Ahora las guerras y el miedo. Y el
hambre. Y la pobreza. Ahora no hay un campeón que nos salve, no hay un rey que
nos defienda. Estamos solos: solos frente al mundo; solos frente al dragón,
frente a las invasiones. Ni siquiera: el dragón murió con el héroe.
Estamos solos porque no creemos en nada. No hay héroe porque
nosotros lo matamos, nosotros dejamos que muriera. Somos los caballeros
cobardes que no entraron con su rey en la cueva del dragón. Y ahora, ¿qué?
Ahora sufrimos las consecuencias de nuestros actos. Ahora pagamos cara nuestra
cobardía. Ahora, queridos lectores, tenemos que enfrentarnos solos al mundo. Sin
héroe que nos guíe en la batalla. Sin rey que nos garantice la paz. Es nuestra
culpa. Nosotros lo hemos buscado. Ahora toca apechugar.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)