Los cuentos son como
las arañas, tienen largas patas, y como las telarañas, que enredan a los
hombres pero resultan preciosas cuando las ves bajo una hoja con el rocío de la
mañana. (c. II)
Hay una serie de teóricos —de cuyo nombre no me acuerdo, y
ni falta que hace— que defienden que, al empezar a leer un libro o un cuento,
entramos en un mundo maravilloso cuyas reglas no tienen por qué seguir las del
mundo real. Se produce entonces un choque de realidades en la mente del lector,
que cuanto más inmerso está en su lectura, más se aleja de su punto de partida.
Cada uno de los cuentos
te lleva al centro mismo de la tela, porque el centro es el final. (c. XII)
Realmente, este choque —dicen— no se hace patente hasta que no
vuelves a cerrar el libro. No es, pues, hasta la salida, que nos pegamos un
batacazo del quince al levantar la mirada y darnos cuenta de que ese mundo no
es aquel en el que vivimos. La lectura, como dice nuestro amigo Gaiman, nos
seduce, nos hechiza y nos atrapa. Suele pasar después de lecturas largas, de
sagas o de colecciones de un mismo personaje —Harry Potter, El señor de los
anillos, supongo que El juego de
Tronos— pero no tiene por qué —a mí me pasó con Orgullo y prejuicio y eso que me la leí por quedar bien. Cuanto más
tiempo estés en ese otro mundo, más duro será el regreso.
Mírenlo desde el lado positivo: ésa es precisamente la clave
de que nos guste el terror. A nadie le mola verse amenazado por un monstruo que
posiblemente le va a mutilar y seguramente le va a matar. Pero, si el marrón se
lo comen otros nos encanta. Más aún: si esos otros son personajes no reales que
presuponen un universo no real y por tanto una amenaza ficticia, los lectores
estamos felicísimos porque sabemos que, de todas todas, no nos vamos a encontrar
jamás en la misma situación. Cuando hablamos de psicópatas y criminales varios,
el tema ya puede cambiar.
Se imaginó todos los
mundos como si fueran una tela de araña: su imagen le vino a la cabeza como un
destello, y vio que le ponía en contacto con toda la gente que conocía. (c. XIII)
Ah, sí. La teoría de las 500 personas, más conocida como «el
mundo es un pañuelo». Solamente que, en esa otra realidad —la ficcional—
tenemos un elemento particular: el narrador es quien pone en contacto a sus
personajes. Lo nuestro es casualidad; lo suyo es destino. Un destino
perfectamente calculado para cerrar ese pequeño universo artificial. Como en el
teatro, como en la pintura, como en cualquiera de las artes, en la literatura
—oral y escrita— cada pieza tiene su función, que es la de encajar en el
engranaje y hacer que éste funcione. Si dos personajes se encuentran en un
momento dado, es porque el narrador así lo quiere, porque la historia así lo
pide. Es la lógica aplastante y necesaria del Meccano bajo la imagen caprichosa
de una enredadera. O de una tela de araña: arquitectura pura y dura.
Y ahora, ¡más difícil todavía! ¿Cómo se realiza ese contacto
entre elementos de las dos realidades, es decir, entre el personaje y el
lector? Muy sencillo: el cuento nace de la realidad —la cabecita del autor—,
crece en su mundo maravilloso —el propio cuento— y se reproduce de nuevo en la
realidad —cabecita del lector. Entonces —esto ya sí que sé quien lo dice: los
de la Teoría de la Recepción (creo)—, realmente, el contacto que el personaje
del mundo M y el mundo R viene determinado por algo que comparten los dos
personajes del mundo R, autor y lector. Y esto, ironías del destino, se llama
Imaginario. Dicho de otra manera: un personaje ficticio “llega” al lector
porque éste está unido al autor por una tela de araña cultural en la que se
incluyen una serie de conocimientos compartidos respecto al mundo ficticio; si
no hay ese punto en común entre los personajes del mismo mundo, no hay
posibilidad —o ésta es muy pequeña— de encontrar la puerta al mundo maravilloso
del cuento. No sé si me explico...
En definitiva —a ver si nos entedemos— los cuentos son telas
de araña porque: 1) atrapan al lector, lo envuelven y lo conducen
irremediablemente al centro 2) relacionan a los personajes, uniendo los hilos
de su vida —¿alguien más se acuerda de las parcas?— de manera que todo el
entramado se sostenga por los nudos entre un personaje y otro 3) es una especie
de nube —o de envoltorio, o como ustedes lo visualicen mejor— que incluye a los
actantes del mundo real, permitiendo una información compartida que les muestra
la puerta entre dos mundos.
Y ahora, queridos lectores, siento decirles que el cuento se
acabó y que deben ustedes salir de éste mi mundo de pajas mentales. Les deseo
un feliz regreso.
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