—Me has dado tu palabra de honor. Ahora tienes que
mantenerla, ¿eh?. Si no, perderás el honor y nunca podrás ser un caballero.
—¡Pero si no tengo caballo! ¡No soy un caballero!
Once añitos. Once añitos y ya tan pragmático, él, tan
realista. Pobre...
Ya ni los niños sueñan.
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