lunes, 23 de enero de 2012

De viajeros bajitos

 

Volver
con la frente marchita;
las nieves del tiempo
platearon mi sien.


Cuando una está estudiando una carrera a medio camino entre la literatura y disciplinas varias como la sociología, la antropología o la psicología —por citar algunas—, lo último que se le habría pasado por la cabeza es que fuera a quedarse en blanco con un trabajo. Pero claro, es lo que tiene que te lo manden sobre los libros de viajes reales, género que ni me va ni me viene. Especialmente cuando, según terminas de leerte la teoría, lo que se te viene a la cabeza no tiene absolutamente nada que ver con lo que se te pide, cuando cumpliría perfectamente el papel. Hablamos de Willow, es decir, de un tipo bajito, que vive en los mundos de Yupi y que se ve obligado a salir al mundo real, donde conoce a un montón de peña que ni se habría imaginado y aprende mogollón de cosas que, en su pueblo, no habría aprendido —poco más o menos que el pobre Frodo—.

Pero empecemos por el principio. Según la peña ésta que se dedica a estudiar los libros de viajes, hay dos elementos fundamentales que marcan el género: por un lado, el viaje en sí mismo, el movimiento en el espacio; por el otro, las situaciones nuevas en las que se encuentra el viajero. Estas situaciones son las que harán que el viajero cambie, que crezca como persona, puesto que en el viaje se encontrará a otra serie de personas diferentes a aquellas con las que convive y que le darán nuevas visiones, nuevas ideas. Digamos que, si habláramos de un videojuego de esos de coleccionar objetos, cada persona que te encuentras por ahí te va a dar algún cacharrillo interesante o te va a decir dónde encontrarlo. Sólo que aquí, hablamos de objetos de conocimiento y no de objetos en sí mismos. ¿Cuándo acaba la aventura? Pues cuando, una vez tienes todo lo que tenías que conseguir, vuelves a tu punto de partida más rico que el tío Gilito. Dicho de otra forma, el viaje no se completa hasta que no vuelves; pero vuelves cambiado, vuelves más sabio por ese intercambio de ideas que has ido haciendo con la gente que te has encontrado a lo largo del trayecto. No se confundan: no hablamos de un círculo que se cierra en el mismo punto en el que empezó, sino de un espiral en el que el viajero regresa, pero no de la misma manera de la que se fue.



Volvamos a Willow. Tenemos a nuestro tipo bajito, que vive tan ricamente en su pueblo bucólico, inocente y feliz, como un Jardín del Edén pero con ropa, y en el que el mayor problema es pelearse con el jefe gordo por las semillas y cumplir un sueño: ser mago. Este pequeño detalle de la magia es el que nos da la clave de la formación del personaje: si recordáis, antes de abandonar el pueblo, Willow se presenta a una especie de concurso para ser elegido aprendiz de mago. Hasta entonces, él no hace más que trucos de ilusionismo —el del cerdo, por ejemplo—, pero, cuando vuelve, es capaz de realizar un encantamiento real: convertir una piedra en paloma. Dejemos a un lado posibles dicotomías simbólicas tipo apariencia/realidad, cerdo/paloma, tierra/cielo.

Bien, ¿cómo ha pasado nuestro protagonista de un truco barato a magia real? Por lo que ha aprendido en su viaje. No sólo por el duro entrenamiento de la maga Fin Raziel —“Razieeeeel... Fin Razieeeel...”— y el enfrentamiento contra la malvada Bavmorda —que está ahí ahí entre Herodes y Lady Macbeth—, que son los dos elementos más relacionados con su aprendizaje de mago, sino también, a nivel práctico y relacionado con el gordo capullo —lo de Gordo Cabrón ya está cogido, lo siento—, por todo el elenco de personajes que se ha ido encontrando por ahí.

Comencemos por el primero: nuestro gran, nuestro valiente, nuestro aparentemente traidor... ¡Madmartigan! ¡Un aplauso para el gran guerrero! ¡Un aplauso para nuestro héroe caído en desgracia que consigue restablecerse! Para esta aventura —Aragorn 100%—, véanse las dos escenas claves: su primera aparición como simio enjaulado —“¡Peck!… ¡Peck! ¡Peck! ¡Peck! ¡Peck!”—, y esa gloriosa escena en la que encuentra una de las mejores armaduras diseñadas en la historia del cine. En cuanto a Willow, Madmartigan se presenta como el primer “otro” que se encuentra. Ni qué decir tiene que el hecho de que sea en un cruce de caminos no es pura coincidencia, ya que este espacio es siempre el del encuentro y el conocimiento. Lo que sí es cierto es que la idea que Willow tenía de los daikinis —grandes, violentos, peligrosos—, es decir, la imagen preconcebida, el prejuicio, parece casar bastante con este mono grillado al que le entrega la niña. Imagen, todo hay que decir, que se irá desmontando a lo largo de la película, cuando Madmartigan se compromete un poco con el asunto de llegar a Tir Asleen para poner a salvo a Elora Danan: un doble proceso en el que el héroe se recupera a sí mismo y Willow descubre que no todos los daikinis son tan malos como se los habían pintado. Un héroe más y un prejuicio menos.

Sigamos. El siguiente personaje que se encuentra nuestro Willow es a los dos Mumbo Chumbo colgados de los polvos de hadas; los brownies. Estos son unos duendecillos bastantes porculeros de los que el pobre nelwyn había oído horrores de travesuras y que aparentemente cumplen bastante con esa imagen preconcebida: los colegas no hacen más que el tonto, bebiendo cerveza, jugando con lo que no deben —grandes escenas de “amor” la del gato y la de Sorsha— y discutiendo todo el santo día. Pero ahí les tienes, que al pobre Willow le toca cargar con ellos todo el resto de la aventura y descubre que, si bien es cierto que son traviesos, malos como tal, pues mira, no. Básicamente, estos son los graciosos de la peli.

Lo que sí que se les agradece a estos dos es que lleven a nuestro protagonista a ver al hada del bosque Cherlindrea —Galadriel, para entendernos—, que es quien le dice al pobre Willow qué tiene que hacer con Elora y quien le carga el marrón de llevarla a Tir Asleen y de encontrar a Raziel —poco más que destruir el Anillo Único, oiga—. Es aquí donde vemos que lo de este hombre va a llevar su tiempo y le va a hacer crecer bastante, ya que hasta el momento, aprender, lo que es aprender, todavía no ha cuajado. Detalle importante en este momento: el colega barbudo —sorry, no he encontrado el nombre— deja colgado a Willow, o sea que a partir de ahora se las tiene que componer solito con los dos brownies, y es entonces cuando empieza el verdadero contacto con el “otro”.

Ese “otro”, de primeras, se presenta en la taberna orgiástica a la que llegan —donde la escena del gato, por cierto—, y las peores sospechas de Willow sobre los daikinis se confirman que flipas. A todo esto, aparece Shorsha por ahí con los soldados de Mavmorda, a los que nuestro viajero bajito todavía no conoce, y ya de la mala imagen al miedo, un paso. Pero, ¡chanchán!, reaparece Madmartingan, que vestido de tía y todo, se agencia una espada y les ayuda a huir en una persecución en carreta como pocas. Vamos, que en cuanto a imagen del “otro” —del daikini, en este caso—, una de cal y otra de arena en cinco minutos, y cuando por fin consiguen bajarse de la carreta —¿a alguien más esto le recuerda a la deshonra de Lancelot?—, Willow decide de una vez por todas que, aunque Madmartingan —y por antonomasia los daikini— es más salvaje que un arado, a la postre es buena gente y se puede confiar en él. Total, que ya tenemos la Compañía de la Niña: esto es un newlyn, un daikini y dos brownis que van por el campo...

Claro, que Madmartigan todavía no puede ser bueno del todo, porque entonces vaya porquería de historia la suya, así que se vuelve a pelear con Willow por lo de las raíces y la barba de Elora y les deja a orillas del lago. Un lago muy artúrico, por cierto, en cuyo medio hay una pequeña isla donde encontrarán a la maga Fin Raziel. Nuevo personaje: la sabia que enseñará a Willow la magia que buscaba en su lejano pueblo; la maestra jedi. Lo que pasa es que la mujer está convertida en una especie de rata con ojos malrrolleros, lo que no casa para nada con esa imagen mítica de grandeza y belleza que le habían pintado al pobre newlyn. Pero todo se andará: devolverle su forma humana es precisamente el proceso de aprendizaje mágico de nuestro protagonista, y a ello se pone en cuanto le dejan un momento libre después de capturarles Shorsha. De momento, baste decir que, al bildungsroman humano que veníamos viendo, se añade el práctico de lo que Willow realmente quería aprender antes de salir de casa.

Cuando vuelven a tierra, lo que se encuentra el newlyn y los brownies es una panda de daikinis desgraciados: Madmartigan que les ha vendido —¡so traidor!— y Shorsha que les lleva atados de pies y manos, a paso de caballo, y que no deja a Willow darle de comer a la pobre Elora. Vamos, que si le encuentran algo positivo a la visión del daikini, por favor, indíquenme dónde.

Total, que llegamos a las escenas de nieve —qué grandes, los exteriores de esta peli, oye— y nos encontramos, como ya decíamos antes, los primeros intentos de Willow de hacer magia verdadera. Fin Raziel pasa por tantos bichos que ahora mismo no me acuerdo muy bien; creo que se convierte en cuervo, ¿no? Y Madmartigan..., bueno, principio de la historia de amor con Shorsha —y del proceso de transformación de ésta de mala malísima a persona con sentimientos—, con esa fantástica declaración de amor ante la que ninguna chica normal tiene claro si quedarse con cara de qué-me-estás-contando o partirse la caja directamente: como ven, un encuentro con el “otro” —el de Shorsha con Madmartigan— bastante surrealista para ella, que no hace ni diez minutos ha recibido una especie de piropo/amenaza ambigua hacia su pierna.

En cualquier caso, nueva huída que refuerza la imagen positiva de Madmartigan y que acaba con el reencuentro con Airk Thaughbaer, antiguo compañero de batalla de nuestro guerrero y que, cuando estaba en la jaula, nos dejaba claro el por qué de su caída en desgracia. Breve conversación que pone de manifiesto el proceso de restablecimiento de su honor —“¿Ahora sirves a los newlyns?”— y unión de fuerzas contra Mavmorda, que de momento sigue tan tranquila en su castillo a lo Sauron en su torre. Batalla y secuestro de Shorsha, con asentamiento de la historia de amor y poco más que decir: la imagen de los daikini se va igualando a medida que las fuerzas de lado de Elora crecen.

A todo esto, parece mentira, pero el pobre Willow, que cuando salió del pueblo tenía la inocencia de un Adán, está aprendiendo a vivir en el mundo a marchas forzadas y a base de sustos, y magia a costa de sangre, sudor y lágrimas. El proceso de formación duele, pero ahí está el hombre, que como la niña caprichosa le ha elegido guardián del Bien, cualquiera se escaquea y deja que la Mavmorda se agencie todo el territorio.

Total, que llegamos a Tir Asleen, episodio importante donde los haya porque aquí es donde se cierra la historia de Madmartingan: encuentra su armadura, prueba su valor matando al monstruo —como todo caballero que se precie— y se queda con la chica, que ante su valentía se queda embobada y se cambia de bando —otro personaje que termina su desarrollo—. En cuanto a Willow, estamos a las puertas del final de su proceso de aprendizaje, pero antes debe enfrentarse a uno de sus mayores miedos desde el principio de la aventura, de antes incluso de salir de su pueblo: los trolls. El hombre pone cara de asco y se va cargando a varios: el de la bellota le sale por la culata, pero a otro lo ensarta con un palo y, al igual que Madmartigan, se prueba a sí mismo en el campo de batalla. La formación humana está completa.

Por desgracia, Gen Kael —del que todavía no habíamos hablado porque no se cruza con nuestros héroes hasta Tir Asleen, y que tiene una armadura guapísima que da mazo de miedo— se ha llevado a Elora y no les queda más remedio que ir al castillo de Mavmorda y sitiarlo. También éste es un momento clave: es la primera vez que esta sombra maligna, causa de toda la aventura y que nosotros conocemos desde el primer momento de la película, se encuentra con nuestro protagonista. Hasta ahora, no era más que una fuerza representada más por su hija Shorsha y por Kael que por sí misma, convirtiéndose en un rumor, una imagen terrorífica de la que Willow tenía que salvar a Elora, pero en este momento se produce por fin el encuentro directo, que por cierto corrobora todas las expectativas: Mavmorda es mala malísima, no tiene más que amibición en el corazón y ni siquiera su hija se lo ablanda. Viene ahora lo de que convierte a todos en cerdos, pero Willow se salva porque, en ese preciso momento, está culminando su proceso de aprendizaje de magia: después de pasar por todo un zoológico y caer agotado por el esfuerzo, consigue devolver a Fin Raziel su figura humana. Segunda pantalla superada. Ha llegado la hora de enfrentarse al monstruo final.

Llegados a este momento, ya no hay muchos “otros” que presentar, pero el bildungsroman todavía no ha terminado: hay que acabar con Mavmorda. Mientras los guerreros de ambos bandos se enfrentan entre ellos, los magos van a lo suyo, como muy bien procede: esto es la de El retorno del rey. Total, que Willow y Fin Raziel van a por Mavmorda, que está intentando mandar a Elora al otro barrio con un conjuro que parece la Lady Macbeth con aquello del “unsex me here”. Igual que contra el troll, en el que nuestro newlyn estaba apoyado por Madmartigan, a la hora de los hechizos es Raziel quien va con él, pero finalmente —y como cabía esperar—, es Willow quien consigue vencer a Mavmorda. Eso sí, pequeño detalle incoherente: si parte de su proceso de formación era el aprender magia verdadera, lo que no nos termina de cuadrar muy bien es que se la pegue con queso a la gran bruja, ya que utiliza el mismo truco de ilusionismo que al principio. ¿Será que el chico, con tanta aventura, a aprendido la astucia del zorro y sabe cuándo debe ir de cara y cuándo no? Después de tanta formación, todo es posible.

Dicho esto, pasa lo que tenía que pasar en toda aventurita: exterminan a la bruja, restablecen el Bien, y todos terminan felices y contentos; Madmartigan y Shorsha acaban juntos y adoptan a Elora; Fin Raziel desaparece a lo Gandalf, que va siempre a su bola; Willow vuelve a su pueblo.
Willow vuelve: fin del viaje; retorno al punto de partida, pero cambiado. Ha aprendido cómo es el mundo; ha conocido de primera mano a un montón de gente de razas de las que sólo tenía imágenes negativas, rumores de oídas, descubriendo que no siempre las cosas son como las pintan; ha aprendido magia verdadera. Ahora ya puede enfrentarse al jefe gordo, y el mago del pueblo le da su aprobación. Nuestro pequeño newlyn, en su viaje, ha aprendido más que en toda una vida de biblioteca. El viaje, el aprendizaje, el bildungsroman ha terminado.

Y ahora, díganle a mi profesor que haga el favor de no caparnos tanto la imaginación y de dejarnos más libertad a la hora de escoger el texto para el trabajo.

4 comentarios:

  1. Amparo, ten cuidado. El Bildungsroman es "novela de iniciación". El "viaje iniciático" es el Bildungsreise.
    Te mando por mail el powerpoint que hice para la clase de Literatura y viajes, por si te puede servir algo.
    Salomé te manda recuerdos...

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    1. Mira tú, una nunca se acuesta sin saber nada nuevo. De todas formas, si el bildungrsreise es un tipo de bildungsroman, tampoco me he ido demasiado :P
      Dile a Salomé que baile bien y q se vea a la Hayrworth, que se saca unos velos que pa qué.

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    2. Digamos que más bien al revés. Tú puedes irte de viaje - más o menos mental/físico - y no pornerlo por escrito (= bildungsreise). O hacer un viaje + cuaderno de bitácora( =Bildungsroman).
      Bueno, filiganas aparte... Salo pregunta si Chayanne se inspiró en ella para hacer eso del "Bailame como quieras, bailame..."

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    3. Claro, tía: puedes meterlo como finiquito de la evolución, que la figura ya está tan culturalmente interiorizada que ha alcanzado el nivel popular y todo. Aquí el Chayanne como el Herodes :P

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