viernes, 20 de julio de 2012

Logos Espermático


13/07/2012

Dice Valle Inclán que el Logos Espermático se convierte en Numen gracias a una larva angélica. Ahí es poco: con un pelotazo lingüístico como éste, cualquiera se cae de culo antes de entender una sola palabra.

Para empezar, metámonos un poco en situación: Valle Inclán es ese tipo que pasó de la estética prerrafaelita —digamos El nacimiento de Venus de Botticelli— a una nueva estética que se sacó de la manga llamada Esperpento, más acorde con las Pinturas Negras de Goya. O sea, de lo cursi romántico a lo grotesco macabro de un plumazo. (Sólo con que vean la diferencia entre unas pinturas y otras, pueden hacerse una idea del cambio, pero si aún no les queda claro, véanse La comunidad, que es esperpento puro.) Ahora bien, por mucho que, de repente, Valle pasara de hablar de princesitas a hablar de partidos de fútbol con bebés muertos a modo de balón —véase Divinas palabras—, lo que nunca fue capaz de cambiar fue su sentido musical.

Valle es el más grande compositor en lengua española. Hijo de un momento de ruptura, juega a romper el ritmo binario propio a nuestra lengua con síncopas vocálicas y tresillos acentuales. Melódicamente, gusta de enlazar los sonidos en la fuerza de la caída a tiempo, de las sílabas trabadas por acordes de tónica en fundamental o de dominante con séptima, y realizar suaves modulaciones tonales que equilibran, como en las mejores obras de Mozart, ese diatonismo —pilar de la música occidental— con un cromatismo oscuro y barroco, remembranza de las piezas de órgano de Bach. Valle combina la claridad clásica de la cadencia perfecta con la inestabilidad del acorde romántico, de la novena sin fundamental, de la ambivalencia tonal de la dominante, y juega en sus frases con armonías duales, sugiriendo una tonalidad mayor que se revela menor en el momento clave, y a la inversa; hilando el círculo de quintas con maestría absoluta en apenas dos palabras para convertir la luz en oscuridad, la claridad en desasosiego armónico. El son lingüístico de Valle recoge las mejores sonoridades de todos los tiempos, combinando fuertes bajos nasales y vibrantes con las más sutiles y delicadas melodías de las sonoras; los ataques marcados de las sordas y oclusivas con el sugerente legatto de las laterales y sibilantes; las siniestras vocales cerradas con el brillo de las abiertas. Su música juega con la antítesis y la ambigüedad, con timbres contrarios y armonías disonantes voluntariamente irresolutas. Bebiendo de Berlioz y Stravinsky, de Beethoven y Monteverdi, Valle combina la belleza singular de cada uno para crear una nueva música, también singular y única; una música lingüística: la suya propia.

Sin embargo, la lengua no es exclusivamente sonoridad, sino también idea. “Logos Espermático” o “larva angélica” obedecen, claro está, a un desdoble rítmico de compás binario que comienza con semicorcheas y corcheas —respectivamente— para terminar en el tresillo desestabilizador de las esdrújulas; primeros tiempos en anacrusa, armonizados por sonoras y diferenciados por sibilantes y palatales, que caen a tiempo de compás en una única cadencia de oclusiva sorda; semifrases cuyo orden inverso responde al cronológico de la idea, formando una única frase marcada por la cadencia imperfecta de la vocal abierta, fecunda feminidad de sugerencia, y la cadencia perfecta de la vocal cerrada, masculina fuerza de clausura sonora: la larva angélica y el Logos Espermático dan lugar al Numen.

El Numen, murmullo cerrado e íntimo de nasales, es definido por la jerga mística como la inspiración del poeta o artista. La larva angélica es definida por Valle como la intuición estética. El Logos Espermático es ampliamente descrito sin llegar a ser definido en ningún momento. Pensemos tan sólo en la combinación léxica: musicalmente, una anacrusa de segundo tiempo completo que comienza con ataque medio de lateral, seguida por la oscuridad de dos vocales cerradas, sugerencias de una tonalidad menor que se abre en modulación hacia la dominante de la vocal media, marcada por sibilantes que suavizan la transición hacia el ataque seco de la bilabial sorda, anticipo de la resolución de la modulación en la vocal abierta. Ésta, caída al tiempo fuerte del siguiente compás, supone la tónica de la nueva tonalidad mayor, del nuevo carácter armónico reforzado por el stacatto de las sordas que ya anticipara la última nota del compás anterior con su ruptura del fraseo de la última nota de la primera parte de la frase, la segunda vocal media. Abierta, picada, la caída se dibuja así como el cierre brillante de un motivo que parece empezado por las cuerdas graves, relevado por llamadas de los metales que tornan la oscura sugerencia en una guerrera declaración de principios.

Conceptualmente, la expresión “Logos Espermático” responde al mismo cambio de fraseo, timbre y tonalidad, yuxtaponiendo dos términos de tan diferente registro. Logos, del griego, hace referencia al pensamiento y a la palabra: dualidad intelectual de lo intangible y su representación material, de una capacidad humana elevada a lo divino por los pensadores y de la única posibilidad de comunicación de la idea por medio del lenguaje. Espermático remite a la creación, a la fecundidad, pero aparece teñido de erotismo y carnalidad, de materialidad exacerbada; de apología del cuerpo y el deseo, de violencia y pasión a un mismo tiempo: nada más lejos de la connotación del nombre al que acompaña y, sin embargo, nada más cerca en una mistificación de la creación estética que busca la unidad del todo, el fin de la división del hombre en cuerpo y alma. “Logos Espermático” es una expresión que concreta en el cuerpo el deseo del alma, pero lo hace desde la combinación de dos términos independientes y hasta contrarios en su uso natural; dos términos cuya diferencia de registros, de ámbitos de uso, parecen establecerlos como excluyentes. Sólo alguien como Valle Inclán, alguien que busca la sonoridad material del lenguaje como principio estético, podría pensar en unirlos para dar nombre a un concepto tan abstracto, tan místico, tan divinizado; sólo el creador del Esperpento podría definir la iluminación del alma con una imagen erótica.

Valle Inclán es, con mucho, el gran compositor de la lengua española: juega con música y luz; juega con idea y palabra. El contraste y la modulación, la antítesis y el fraseo, la paradoja y el desequilibrio armónico y rítmico se funden en su prosa con la magia de una melodía tradicionalmente monocorde —la de la lengua española— que de pronto cobra vida polifónica; una melodía singular, nunca vista anteriormente y que nunca se repetirá; una melodía que esconde la fealdad del concepto y la herramienta lingüística bajo la sutileza de la combinación sonora, que tamiza la imagen grotesca con la belleza musical. El Logos Espermático —vehículo del alma en su proceso de encarnación y reencarnación, también conocido como pneuma— es una de sus grandes bromas, de sus grandes paradojas: mirando hacia atrás, Valle Inclán confiesa todas sus atrocidades literarias desde la mística más pura, pero lo hace desde la posición desafiante de la elección léxica que le llevó al maltrato y animalización de sus personajes, a la miseria y crueldad de las situaciones, a la búsqueda de lo feo, lo desagradable, lo grotesco en su esencia más pura. Y sin embargo, siempre en estas obras se encuentra la frase bella, el término exótico, la conciencia musical. Con Valle Inclán, la expresión «una de cal y otra de arena» cobra sentido pleno: la obra equilibra su propio horror en el diatonismo claro del lenguaje; la estética, la belleza conceptual en la disonancia cromática de la palabra. Valle Inclán es compositor del Esperpento, ¿cómo olvidarlo? ¿Cómo sustraerse a ese cinismo romántico? Imposible. Imposible reflexionar sobre la propia estética abandonándola por completo. Valle Inclán no puede evitarse a sí mismo: la expresión “Logos Espermático” es la prueba. Nada más musical y místico; nada más esperpéntico que el Logos Espermático.

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